Espectáculo de danza y canto, en el teatro Metropólitan
Enzo Peiret hizo con Tango querido una síntesis de drama y sensualidad
ARTURO CRUZ BARCENAS
El cantante argentino Enzo Peiret presentó el sábado pasado su espectáculo Tango querido en el teatro Metropólitan, en el que ofreció una síntesis de lo que ha sido el género en sus dimensiones de danza y canto, acompañado por El Cuarteto Argentino, bajo la dirección del pianista Osvaldo Potenza; en el bandoneón, Coco Potenza; en el contrabajo, Manuel Domínguez, y en la guitarra Herbert Orlando.
En la primera parte el público, en el que predominaba gente mayor de 40 años, muchos acompañados por sus hijos y nietos, coreó Los mareados, Cambalache, Nocturna, La cumparsita, Gallo ciego y otras, hasta completar 16. Cinco parejas de bailarines, integrantes del ballet más importante de América Latina, bajo la dirección de Claudio Villagrada, primera figura de Forever Tango, mostraron las posibilidades sensuales, dramáticas y retadoras de la música que nació en el arrabal y que hoy se presenta en teatros de postín, de pipa y guante.
Las milongas y su cadencia, los porteños machos peleando por una mujer, "por una mina", quien al final morirá víctima de una puñalada. Es la tragedia llevada a la escena, el hipérbaton, el saco o la camisa envolviendo el brazo, para eludir el ataque de la punta del cuchillo, a la defensiva, y responder con la puntería puesta en el pecho, hasta conseguir que la sangre corra calle abajo.
Suena el bandoneón. Sus acordes se escuchan tristes, más llenos de recuerdos, de un dolor punzante que se clava en el pecho y hace llorar, agachar la cabeza, voltear hacia un punto del horizonte. Algunas rutinas de las parejas de baile son suicidas. Los cuerpos giran en el aire y un brazo los sostiene a unos centímetros del suelo. No puede haber error; un accidente sería peligroso. Los cuerpos se acercan; las piernas semejan movimientos de garzas. Los movimientos muestran cuerpos esbeltos, piernas de ensueño, pantorrillas en sus límites.
El segundo acto es una suerte de síntesis del folclor argentino. Huele a bife tatemado en la pampa, a gaucho oliendo a caballo, a vaca. Entran los del grupo de malambo, quienes con sus boleadoras impondrán un sesgo de riesgo; los giros de las piedras atadas en las puntas rozarán la nariz de un joven que se apuntó para el acto. Antes de que lo dejen chato, el malambo tira el cigarro colocado en la boca.
Sigue Enzo con La trampera, Malena, Pregonera, Balada para un loco y otras hasta completar 18. Tocan Cielito lindo y México lindo y querido a manera tangueada. Sí se pudo. Remata su actuación con Uno, el inmortal.
Vale decir que la escenografía brilló por su ausencia. Tango querido en tiempos de austeridad.