[Los dinosaurios]
Fabio Morábito
Los dinosaurios
se enfriaban por la noche
y al otro día, curados
por el sol,
se hundían en la maleza
en busca de otros de su especie.
El verdadero sol era el rebaño.
El hambre comenzaba apenas se reunían
y el verde sólo les sabía
cuando el rebaño estaba en auge.
De noche,
sin pelambre,
sin el calor que el pelo ayuda
a conservar cuando oscurece,
entraban en trance,
y al otro día
era como si fuera el primer día,
como si apenas comenzaran a vivir,
y como cada día era el primero,
crecieron sin medida,
que es como no crecer,
como quedarse niños.
Los niños son pequeños dinosaurios
a los que damos,
para que un día se casen de crecer,
su diaria dosis de palabras,
que son nuestra pelambre.
Pasamos de la noche al día apalabrados,
sin conocer el fondo
de la luz ni de la noche,
que ya no aguantaríamos,
y ese calor que ellos sintieron
cuando el rebaño estaba en auge
y nuestra piel codicia aún,
lo recordamos cada vez que hacemos versos,
que son nuestra manera de sentir
la sangre fría que perdimos.
Poema incluido en el libro Alguien de lava, que
Ediciones Era y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes ponen en
circulación