Jorge Santibáñez Romellón*
Una frontera inaceptable
Lo que ocurre en la frontera México-Estados Unidos es cada vez más inaceptable y, sin embargo, parece que en todos los ámbitos nos conformamos con una situación que nos parece irremediable y ante la que poco se puede hacer. El preponderante papel que juega la línea fronteriza es cada vez mayor y de impactos negativos. Quizá lo más preocupante sea la tendencia hacia un mayor control y el consecuente deterioro de aspectos centrales de la vida cotidiana de los fronterizos.
Tomando en cuenta a los residentes de municipios y condados colindantes hoy día, la frontera México-Estados Unidos es el espacio de vida de cerca de 12 millones de personas, cifra que se duplicará en 2020, según los ritmos de crecimiento actual. Algunas localidades crecen a ritmos mucho más rápidos que el resto de sus respectivos países. La ciudad de Tijuana crece casi al triple que el resto de México y algunos condados del sur de Estados Unidos crecen casi cuatro veces más rápido que el promedio nacional.
A pesar de los retos que impone este crecimiento y a partir de indicadores que reflejan el potencial de desarrollo de una región (ingresos, tasas de desempleo, bienestar, acceso a servicios educativos y de salud, marginación, etcétera), esta franja fronteriza puede calificarse como zona de desarrollo. De hecho, para muchas localidades de esta frontera su competitividad se mide con respecto a otras regiones del mundo y no sólo de México. ƑQué falla entonces?
Sin duda, uno de los problemas más graves -al que no se ha encontrado solución y tiende a deteriorarse- es el modelo de gestión de la línea fronteriza, en lo que se refiere a cruces tanto documentados como indocumentados.
Lo que hace meses pronosticamos ya ocurre: los tiempos de espera para poder cruzar al otro lado están alcanzando tiempos que con facilidad rebasan dos o tres horas. Los impactos negativos de las largas filas en la vida cotidiana de los fronterizos son gravísimos; ya no se trata de no ir al cine en el otro lado, sino de algo mucho más grave, que evidencia la fractura social y económica que se produce a partir de las inspecciones, supuestamente más seguras. En ciudades como Tijuana las inspecciones producen embotellamientos y cierre de vialidades que entorpecen la dinámica de la ciudad, provocan pérdida de tiempo de quienes van y aun de quienes no van a Estados Unidos, así como fuerte daño económico a comercios de ambos lados de la frontera.
Recuerde usted que prácticamente todas las localidades fronterizas han construido sus vialidades en función de la zona de cruce, es decir, los puntos de acceso a Estados Unidos no están alejados de la zona viva de las ciudades, sino que forman parte central de ella y esto provoca una congestión en estos puntos de acceso tenga como consecuencia inmediata un embotellamiento en la ciudad.
A lo largo de la frontera norte se registran anualmente poco más de 370 millones de cruces: un incremento de 10 segundos en los tiempos de inspección no aumenta en nada la seguridad, pero tiene efectos devastadores en la vida regional. En Tijuana una cola de 300 autos -antes rarísima y hoy cotidiana- implicaría que los tiempos de espera de entre 10 y 20 segundos por auto inspeccionado (en los tiempos previos al 11 de septiembre), es decir, entre 50 minutos y una hora 40 minutos de espera para cruzar, se convierten en una hora con 40 minutos y dos horas y media de espera. Si cada hora representa un ingreso promedio de cuatro dólares, el costo en horas-hombre a consecuencia de las medidas de seguridad se incrementa y asciende a cerca de mil 500 millones de dólares anuales. Pero, claro, habría que sumar lo que los habitantes de un lado, en virtud de estos tiempos de espera, dejan de consumir del otro lado, el tiempo que se sacrifica de la convivencia con la familia o los amigos.
Y de los cruces indocumentados mejor ni hablemos. El modelo rígido de control de la frontera ha obligado a los migrantes a varias cosas, todas negativas. Ahora se intenta el cruce por zonas menos vigiladas, pero más riesgosas, lo que ha provocado en los últimos cinco años cerca de 2 mil 200 migrantes muertos; los polleros cobran mucho más (han pasado de 200 dólares a 2 mil dólares por cruce) y se han agrupado en mafias de crimen organizado. Se recurre con mayor frecuencia al uso de documentos falsos y el migrante que antes regresaba ahora decide permanecer más tiempo en el país vecino a sabiendas de que volver a cruzar a Estados Unidos es una tarea cada vez más difícil.
Lo más curioso es que la década con la frontera más vigilada, es decir, la de los 90, ha sido en la que más migrantes mexicanos indocumentados ingresaron a Estados Unidos; además hubo mayor consumo y tráfico de drogas, sin contar que los ataques terroristas han sido devastadores. ƑNo resulta bastante claro que esos controles no tienen ningún efecto positivo y sí muchos negativos? ƑDe verdad no se puede hacer nada?
* Presidente de El Colegio de la Frontera Norte