Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 24 de diciembre de 2002
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Política

Marcos Roitman Rosenmann

Silencio democrático y libertad de expresión

La democracia es también una práctica dialogal. Ello reivindica la palabra. ƑY el silencio? Pensar en el silencio en el mundo de la informática, de la red y de los medios de comunicación social es un insulto. Los teléfonos, la televisión, la radio, la Internet son los canales de la comunicación. Todo debe decirse y expresarse en el momento. Los tiempos del silencio son un tiempo vacuo, donde la nada se apropia de los individuos y les somete a la tortura de su propia existencia. Las respuestas deben ser elaboradas para los tiempos de los medios de comunicación. Es preferible la agresión del ruido que atenta contra la libertad del entorno y supone una distorsión del lenguaje, que el disfrute del silencio. Así, el silencio en la modernidad del imperio se considera un atentado a la palabra. Declamar, aunque sea desafinando es mejor que callar con dignidad.

David de Bretón, antropólogo francés, autor de una de las obras más importantes sobre el silencio, traducida al castellano por la editorial Sequitur, señala: "Esta comunicación que sin descanso teje sus hilos en las mallas del entramado social no tiene fisuras, se manifiesta con la saturación, no sabe callarse para poder ser escuchada, carece del silencio que podría darle su peso específico, una fuerza. Y la paradoja de este flujo interminable es que se considera el silencio como un enemigo declarado: no ha de producirse ningún momento en blanco en la televisión o en la radio, no se puede dejar pasar fraudulentamente un instante de silencio, siempre debe reinar el flujo ininterrumpido de palabras o de músicas, como para conjurar así el miedo a ser definitivamente escuchado. Esta palabra incesante no tiene réplica, no pertenece al fluir de ninguna conversación: se limita a ocupar espacio sin importarle las respuestas."

El silencio, ese tiempo de reflexión que no pertenece a la comunicación mediática, forma parte del lenguaje democrático. Sin respeto al silencio no hay espacio para la construcción de un proyecto democrático. Sin embargo, en nuestras sociedades, donde prima la comunicación de la palabra en contraposición al silencio, su tiempo político consiste en amordazarlo, en censurarlo y en controlar su existencia. "La censura genera un silencio negativo, una falta de comunicación; desvirtúa el valor de la palabra, privándola de consistencia al impedir que haya alguien para recogerla y trasmitirla. El poder pretende con ello evitar que la disidencia se propague, forzándola a seguir caminos prestablecidos, dada la imposibilidad de escoger otros. El pensamiento ya no se sitúa ante la infinidad de opciones que otorga la libre expresión, sino que se ve conminado a callarse o a consentir lo peor".

Así, el silencio se transforma en una trampa, en un control social del lenguaje y de sus contenidos. No hay lugar para otras palabras y otros silencios. El enunciado del poder es claro: el otro no existe y si lo hace debe ser destruido. En este contexto el rescate del silencio de las manos del poder se transforma en un acto de resistencia, a la par que de rebeldía democrática. Se trata de un recurso de quienes ven mutilado el diálogo, donde la palabra se vuelve inconsistente y donde la posibilidad de ser escuchados radica en el silencio consciente. "Reivindicar el silencio en nuestros días se convierte así en algo provocador, contracultural, que contribuye a subvertir el conformismo y el efecto disolvente del ruido incesante. El silencio puede asumir, entonces, una función reparadora, eminentemente terapéutica, y venir a alimentar la palabra del discurso inteligente y la escucha atenta del mundo".

En las actuales sociedades, donde las elites políticas se definen partícipes de la sociedad de la información y la comunicación no hay lugar para la constitución de espacios democráticos donde el silencio sea reivindicado como parte del lenguaje social de una cultura abierta a la diferencia. Tampoco hay opción de practicar la libertad de expresión. Pertenecemos a una sociedad en la que prima la libertad de mercado y el consumo, una fábrica de palabras. En tanto la libertad de expresión supera la esfera del mercado, es decir, opinar sobre la diversidad de productos existentes en las superficies comerciales y el nivel de calidad de los mismos, ésta se ve sometida a la interferencia del poder y con ello se cuestiona su existencia. Coca-Cola con o sin cafeína, en eso consiste hoy la libertad de expresión.

Al igual que el silencio es reconducido por el poder con el fin de alejarlo de la práctica democrática, la libertad de expresión será defendida mientras políticamente no atente contra la razón de Estado. Si su ejercicio trae consigo un tiempo de silencio y reflexión, la libertad de expresión será combatida como un enemigo del orden establecido. Llegados a este punto, el silencio y la libertad de expresión no son parte instituida del orden neoliberal que aprisiona el mundo. Por el contrario, son parte constituyente de un proyecto democrático, cuya práctica sólo es viable en el marco de una libertad de realización. Ello supone, en palabras de Luis Villoro: "que los individuos, hombres y mujeres, que pertenecen a la asociación política satisfagan las necesidades básicas, cuya realización les permite ejercer un cierto grado de libertad." Sin este mínimo no es posible hablar de libertad más allá de su enunciado formal.

Rescatar el silencio y defender la libertad de expresión son parte constituyente de un proyecto democrático. El silencio no es un resto, "una escoria por podar, un vacío por llenar, por mucho que la modernidad, en su deseo de plenitud, no escatime esfuerzos para intentar erradicarlo o instaurar un definitivo continuo sonoro". Hoy, ejercitar el derecho al silencio constituye un acto de subversión democrática y defender la libertad de expresión política supone no callar las arbitrariedades del poder. Si la palabra no es libre, el silencio no lo es más. El disfrute del mundo depende de la posibilidad de elegir, pero el silencio tiene siempre la última palabra.

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