Carta de Javier Ortiz a Marcos
Estimado subcomandante:
He seguido a través de La Jornada de México
sus últimos intercambios epistolares referidos a los problemas de
mi terruño.
Le diré con sinceridad que su primera misiva me
produjo una reacción agridulce: comparto sus antipatías,
pero no soy amigo de utilizar para la crítica ni aquello que no
es elección de los criticados (el apellido, por ejemplo), ni las
enfermedades (¿qué tiene de ridículo el estreñimiento?),
ni los oficios (el dignísimo de payaso, sin ir más lejos).
Dicho con franqueza: su carta al Aguascalientes de Madrid me pareció
innecesariamente discursiva, de escasa utilidad para nuestros propios esfuerzos
y, por momentos, hasta caótica.
A cambio, no vi en ella lo que tanto se le ha criticado:
respaldo a ETA. Tuvo usted la inteligencia de referirse en exclusiva a
la lucha política en pro del derecho de autodeterminación.
Pero una cosa es lo que está escrito y otra lo
que cada cual quiere leer.
Disfruté y reí con gusto y sin reticencias,
a cambio, leyendo su respuesta a la carta que le remitió Garzón.
De ésta me gustó -aparte de su festiva recreación
de las reglas propias de los duelos- que dejara claro que los problemas
de Euskadi deben ser abordados y debatidos entre los actores directos del
drama. (Aunque le aseguro que tampoco nos viene nada mal, de vez en cuando,
que nos dé su opinión franca la gente honesta que está
lo suficientemente lejos de nosotros para contemplar nuestro bosque sin
irse por las ramas.)
Leí luego su carta a ETA, que me pareció
en extremo oportuna, particularmente por su muy sensata demanda de una
tregua que cree condiciones propicias para el diálogo. Al igual
que usted, yo también creo que no hay mejor vía para superar
realmente los conflictos que el diálogo: un diálogo basado
en la justicia, pero también en la comprensión de los intereses
y las necesidades de todas las partes. Porque creo en la negociación
y el diálogo, soy miembro del Foro de Madrid por la Paz en Euskadi
y he dado mi apoyo incondicional a la iniciativa del Aguascalientes
de Madrid: dos apuestas diferentes, pero confluyentes en la defensa de
la primacía de la palabra.
Remedando el título del poemario de mi muy admirado
Blas de Otero, bilbaíno de pro, yo también Pido la paz
y la palabra. Frente a la violencia ciega y agresiva -¡incluida
la verbal!-, reclamo la superioridad del argumento, de la razón,
del buen sentido, del firme deseo de no herir (¡no digamos de matar!).
Otro gran poeta, Angel González -éste asturiano-,
escribió en los años 50 un libro cuyo título siempre
me ha parecido una declaración de principios: Sin esperanza,
con convencimiento. Cuando hablo de mi apuesta por el diálogo
(se lo digo de verdad... y de verdad que lo siento) no estoy expresando
mi fe en el futuro. Veo muy difícil el progreso del diálogo
por la paz en mi tierra. Porque, como alguna vez he escrito con tristeza,
"dos no dialogan cuando ninguno quiere". El gobierno de José María
Aznar, patéticamente auxiliado en esto por el partido mal llamado
socialista, ha decidido que la paz en Euskadi ha de pasar por el exterminio
del bando opuesto, realizado con la colaboración de toda suerte
de sicarios, Garzón incluido.
Es una locura.
La posición de ETA tampoco contribuye en nada a
mejorar la perspectiva. Las exigencias que plantea no sólo son inaceptables
para el Estado español (extremo que podría incluso considerarse
secundario, a estos efectos). Lo son también -y esto es lo principal-
para la propia población de Euskadi.
Es esto último lo que me ha animado a mandarle
estas líneas: el deseo de aportarle algunos datos complementarios
que le ayuden a apreciar la complejidad del conflicto que afrontamos los
vascos, que no tiene nada que ver con las simplezas que cacarea el gobierno
español, pero que tampoco encaja con la pintura, entre idílica
y maniquea, que le ha llegado a usted en forma de carta, remitida por Batasuna
al EZLN el pasado 12 de diciembre, y que, a no dudar, ya habrá recibido.
En ella, la dirección de Batasuna se esfuerza por
explicar a ustedes cuál es la situación real de Euskadi y
qué es lo que verdaderamente defiende su organización.
Le escribo para prevenirle: no le cuentan la verdad.
Es verdad, en líneas generales, lo que le dicen
sobre el Estado español y su política represiva. No insistiré
en ello: me limito a decirle que lo tenga seriamente en cuenta porque,
en efecto, el Estado español está haciendo barbaridades en
Euskadi. Contra lo que le prevengo es contra lo que Batasuna dice de sí
misma.
Quizá lo primero que sea necesario desmontar es
el esquema ideológico del que parte su escrito.
"Nuestro pueblo nunca ha sido un pueblo belicoso, pero
sí un pueblo rebelde", dice.
Queda solemne, y hasta bonito. Pero es una tontería.
Lo es, en primer lugar, porque nuestro pueblo no tiene un carácter
inmanente, metafísico, que haya perdurado intacto por los siglos
de los siglos. Y lo es, en segundo término -y principal, a efectos
de utilidad-, porque nuestro pueblo carece de opciones políticas
unánimes. Está dividido en clases, grupos de interés,
banderías ideológico-políticas... Hay en él
gente belicosa y gente rebelde, y hay en él también gente
pacífica, y gente sumisa. Hay, en suma, de todo.
Conviene mantenerse a muy prudente distancia de los esencialismos
nacionales porque, a nada que uno los descuida, se encuentra con que las
esencias etéreas aparecen es escena de la mano de muy terrenales
representantes. Batasuna, por ejemplo.
Batasuna no tiene legitimidad para hablar en nombre del
pueblo vasco. Puede proclamarse portavoz del porcentaje de la población
cuyas simpatías recoge. Un porcentaje que es minoritario, pero importante,
en Gipuzkoa (Guipúzcoa), menor, pero aún considerable en
Bizkaia (Vizcaya), escaso en Araba (Alava), cada vez menor en Nafarroa
(Navarra) e insignificante en Iparralde (País Vasco-Francés).
Espero que entienda por qué me refiero (y critico)
los esencialismos. En la medida en que se acepta una determinada caracterización
del "ser vasco", se tolera una criba ideológica de la población:
de un lado, quienes son verdaderos vascos; del otro, los malos
vascos, los vasco-traidores, los españolistas o,
directamente, los españoles. La nacionalidad deja de ser
un dato que viene dado por hechos objetivos -nacimiento, residencia, trabajo-,
para convertirse en un beneficio que se gana reuniendo méritos ideológicos.
Como sé que no le aburre leer, y a mí tampoco
escribir, aprovecharé este punto para contarle una anécdota.
Era aquello en los primeros años de la década de los 60,
y a éste que suscribe le tocó participar en una discusión
política (clandestina, por supuesto) entre nacionalistas vascos
radicales y comunistas españolistas. Le aclararé que
yo estaba por entonces, teóricamente, entre los nacionalistas radicales.
El caso es que se empezó a debatir acaloradamente sobre si Euskadi
era (es) una nación o no. Los unos decían que por supuesto
que sí, y los otros que no del todo. Me vino entonces a la cabeza
un suceso protagonizado en 1902 por un señor ruso sobre un puente
de Londres e intervine para decir que, en mi criterio, Euskadi no era una
nación, sino dos. Una, la de los poderosos; otra, la de la gente
explotada y oprimida. Logré una rara unanimidad de criterios...
contra mí. Un joven, que pasados unos años se convertiría
en dirigente de ETA, me espetó: "Tú no es que seas españolista.
¡Tú eres español!"
Todavía conservo, como se puede ver, el recuerdo
de esa utilización de la nacionalidad como insulto. Pero volvamos
al hilo de la carta de Batasuna.
Le escriben: "Batasuna nunca ha justificado ni fomentado
el recurso a la lucha armada". Vamos a ver. Si lo que tratan de decir es
que Batasuna, como organización, a través de sus portavoces
o de sus comunicados, nunca ha justificado ni fomentado la actividad de
ETA, es cierto. Pero implica una estafa intelectual presentar como definición
de principios lo que no es sino un mero artificio defensivo en atención
a la legalidad. En Batasuna hay mucha gente que no está de acuerdo
con ETA, pero bastante otra que sí. Y la posición de la organización,
como tal, se halla más próxima de la actitud de éstos
que de la de aquellos. Yo no he visto nunca al servicio de orden de Batasuna
reclamar silencio a quienes en sus manifestaciones gritan: "¡ETA,
mátalos!" Y supongo que no tratarán de convencernos de que,
cuando sus agrupaciones locales organizan homenajes a gente que ha perdido
la vida cuando intentaba colocar una bomba, lo hacen sin que ello implique
la menor muestra de simpatía.
Batasuna les escribe a ustedes: "Nos negamos a condenar
'la violencia de ETA' porque la condena no resuelve el problema político
de fondo". Esa es otra triste falsedad. Téngalo por seguro: se niegan
a condenarla porque, sencillamente, a buena parte de ellos les parece bien.
Es comprensible que no se atrevan a admitirlo, pero que no eleven la doblez
a la categoría de argumento, y menos en una misiva al EZLN.
Le reconozco que ese absurdo según el cual es "inútil"
formular condenas porque "no resuelven los problemas de fondo" me enfada
particularmente. Me irrita que me tomen por tonto. Sabrá usted,
subcomandante -y, si no, se lo cuento-, que Batasuna, al igual que sus
muchas antecesoras en el mundo de las siglas, ha funcionado siempre como
una fábrica de conferencias de prensa y comunicados de condena dedicados
a todo lo habido y por haber. Aunque nada de ello resolviera ni de lejos
"los problemas de fondo".
Queda un último punto de la carta de Batasuna que
no quisiera dejar de comentarle. De hecho, es el que ha acabado por decidirme
a escribirle.
Me refiero al llamamiento que hace para que se respete
el deseo de "la mayoría de los vascos".
Tanto ETA como Batasuna saben de sobra que "la mayoría
de los vascos" estamos hasta las narices de que haya quien trate de suplantar
al propio pueblo en su lucha por la libertad. De que haya quien se dedique
a repartir condenas de muerte y beneficios de vida desde la altura de no
se sabe qué habitáculo de las esencias.
La mayoría, la inmensa mayoría del pueblo
vasco ha dejado clarísimo que no necesita para nada a este Robin
Hood sanguinario, que es destilado de muchísimos rencores -tantos
de ellos comprensibles, y hasta obligados-, pero también odiosa
excrecencia de las peores místicas mesiánicas, de las que,
por desgracia, tanto sabemos los viejos militantes de la izquierda.
Euskadi -la sociedad vasca, que es de lo que se trata-
habrá de ser lo que quiera, no lo que quisieran obligarle a ser
sus enemigos de toda suerte. Incluidos los osos que la quieren tanto que
la están matando con sus abrazos.
Estoy convencido de que comparte mis sentimientos. Sólo
he tratado de aportarle algunos puntos de vista complementarios.
Con mi sincera admiración y respeto.
* Javier Ortiz es escritor y periodista. Veterano luchador
antifascista y militante de ETA en los orígenes de la organización,
fue detenido, torturado y encarcelado en varias ocasiones por la policía
política de Franco. Desde el arribo del régimen parlamentario,
en 1977, ha participado en buena parte de las iniciativas periodísticas
de izquierda que se han puesto en marcha en España. Durante toda
la pasada década fue subdirector y jefe de opinión del diario
El Mundo, cargo del que dimitió en 2000 por razones de incompatibilidad
ideológica. Actualmente es columnista y comentarista radiofónico.