Jaime Martínez Veloz
A ocho años del levantamiento zapatista
Al no existir transformaciones estructurales en México sigue siendo justa la rebelión indígena comunitaria de enero de 1994. Y a pesar de todos los lamentos reaccionarios y retrógradas, ampliamente difundidos y propagados, ese alzamiento contribuyó decisivamente a situar a la nación en su vergonzoso sitio como una sociedad con grandes carencias y rezagos de autoritarismo. Por otra parte, el remplazo de una elite gobernante por una nueva administradora de poder ha traído pocos cambios sustanciales a la situación de subsistencia de los pueblos indígenas que hicieron posible esa evolución.
La rebelión indígena de 1994 hizo posible el cambio de régimen en julio de 2000, aunque los pueblos nativos en poco se han beneficiado. Sectores importantes de la nueva administración han resultado más retrógrados y a duras penas ocultan su descarnado racismo y discriminación. No están solos, pues se valen de segmentos "ilustrados" de la intelectualidad orgánica que hace valer argumentos seudosofisticados para lamentarse de la que llaman espiral del chantaje y permanente violación del estado de derecho que caracterizaría a México tras la movilización indígena.
México nunca ha contado con instituciones fuertes. Familia, Estado, Iglesia, escuela, sindicatos, como organizaciones y sistemas, sufren transformaciones, cambios y crisis, de las que no por necesidad salen fortalecidas. Llenarse la boca de constantes llamados al imperio de la ley en una sociedad en la que la impunidad de los poderosos es la marca de la casa es tan vacío como resignarse a que el tiempo remedie las abismales injusticias que siempre han caracterizado al país. Suponer que el alzamiento indígena sentó mal precedente para evadir la aplicación de la ley es pretender ignorar que el Estado aplica la fuerza no contra el transgresor, sino contra el débil.
La tajante negativa de las elites para reconocer sus derechos a los pueblos indígenas mexicanos ilustra de forma devastadora el inmenso desconocimiento y soberbia de los detentadores del poder, en una sociedad con agravios centenarios.
La ausencia de identidad nacional es aguda en los sectores privilegiados de México, para los cuales conceptos como soberanía o independencia resultan exóticos, de tal suerte que resulta lógico su repudio a lo nacional y su entrega a lo extranjero, pero sólo a aquello que tienen por "superior".
Sin un proyecto político viable, las elites sintetizan su conducta en la compresión del Estado a las funciones mínimas, las de seguridad, retrayéndolo de todos los demás campos, como el económico, el social, el cultural, el político precisamente. Para los privilegiados, debe operar en la práctica una autoridad sustituta del poder civil en el gobierno, tal como se entendería hasta el momento. Así, el poder político es ocupado por corporativos privados de las grandes trasnacionales, sin fronteras, sin límites y, sobre todo, sin supervisión.
En esta suerte de supervivencia en la jungla como mecanismo pervertido y vulgarizado del darwinismo social, en la óptica del pensamiento occidental, los sectores menos "avanzados", menos "desarrollados", simplemente serían descartados, superados; la suerte estaría echada: o se integran o desaparecen. Es claro el futuro que espera a estamentos como el índigena ante esta suerte de aberración ideológica en boga.
La disyuntiva no es nueva. El filósofo francés Alexis de Tocqueville ya lo había advertido en la joven Norteamérica de 1830. Testificó la expulsión de los indígenas estadunidenses de sus tierras a manos de colonizadores. Decía que "los blancos exterminan e impiden a los indios ejercer sus derechos con maravillosa facilidad, tranquilamente, legalmente, filantrópicamente, sin derramar sangre, sin violar uno solo de los grandes principios de la moral a los ojos del mundo. No se podría destruir a los hombres respetando mejor las leyes de la Humanidad".
Bueno, las cosas han cambiado poco en la actualidad. Los indígenas mexicanos fueron diezmados por la guerra, el hambre y la enfermedad desde la Conquista. Ahora se les amenaza con la extinción cultural. Una forma menos devastadora, pero igual de criminal. Se les califica, asimismo, de fácilmente manipulables y de que representan un botín político.
La visión racista y discriminadora contra ellos en nada ha variado. A pesar de su decisiva contribución de enero de 1994 a que las cosas mejoren en este país, poco o nada se les ha retribuido.
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