Rolando Cordera Campos /I
La integración necesaria
Es probable que el genial diseño de Keynes para
su mundo de la posguerra nunca haya sido viable, pero tal como los estadunidenses
lo dejaron rindió frutos indudables. Propició la emergencia
y consolidación de los estados de bienestar que aún perviven
y abrió oportunidades para el mundo en desarrollo que algunas naciones
pudieron aprovechar ampliamente hasta reconfigurar, al menos parcialmente,
el mercado mundial y la estructura productiva internacional. Los países
que "la hicieron" no hicieron mayor caso de las recetas en boga y en esa
medida se portaron como keynesianos "profundos", fueron más allá
de la sabiduría convencional que volvía por sus fueros y
se volvieron economías industriales de punta a cabo y ahora algunas
de ellas, como Corea del Sur, de plano formaciones económicas desarrolladas,
equiparables o superiores a las economías medianas de Europa como
España.
En América Latina se desplegaron también
enormes esfuerzos de transformación y desarrollo que dejaron una
estela de mudanzas que sólo los necios pueden minusvaluar. Hacer
esto último fue moda avasalladora en los años inmediatamente
posteriores a la explosión de la crisis de la deuda y se codificó
presuntuosamente en el Consenso de Washington, pero los frutos de tanta
pedantería hablan hoy más bien de victorias pírricas,
tanto en el frente conceptual como en el propiamente político-económico.
La región vuelve a encarar circunstancias de ominoso desaliento
y la tranquila mediocridad mexicana no es más que una excepción
transitoria que confirma la maldición que ha hecho presa de este
"extremo occidente": el mal crecimiento económico imbricado de manera
férrea con la peor distribución social del ingreso y la riqueza
de que tengamos memoria. Y todo ello, ahora alojado en el nicho democrático
que ya resiente la tirantez de tejidos rotos y tentaciones desintegradoras
de todo tipo.
La hora de plantearse cambios en serio y no de mero maquillaje
mercadotécnico se acerca, y las evoluciones en Brasil, por un lado,
y en Argentina por otro, empiezan a dibujar el mapa de opciones que América
Latina y nosotros con ella tendremos que explorar en el futuro cercano.
Deberá ser, como ocurrió entre los años 30 y los 50
del siglo xx, una exploración ilustrada pero sin cartas claras de
navegación, porque otra vez nos adentramos en mundos nuevos, nada
generosos, y por lo pronto más hostiles que los de aquel tiempo,
entonces inspirados por la convicción alentada por hombres como
Keynes, de que los desastres de los años 20 no debían ocurrir
más.
Nadie proclamó ayer la conveniencia de economías
aisladas y culturas cerradas, como luego dijeron los del ahora tristemente
célebre consenso. Lo que se buscaba era otra manera de vincularse
al mundo y de aprovechar nacionalmente las maravillas tecnológicas
que la guerra había hecho emerger y que la organización económica
internacional en ciernes prometía hacer circular en beneficio de
todos. Nadie podría ahora, visto el panorama desolador de experiencias
como la argentina, proponer que no queda más camino que el del encierro,
aunque en aquel país parezca viable intentar por un tiempo algún
tipo de "endogenismo profundo", ruta que, sin embargo, se antoja demasiado
costosa e impracticable para la mayoría de las naciones, desde luego
para la nuestra.
Lo que está en cuestión no es la huida en
estampida de la globalización conocida, sino la posibilidad de un
esfuerzo multinacional por dar al proceso una dimensión menos lejana
y ausente de las experiencias locales y nacionales, hacerla más
nacional sin caer en oxímoron alguno que de contrabando quiera hacer
pasar como legítima una vuelta atrás que es imposible y que,
de intentarse, sería desastrosa. Esta es la encrucijada.
Lo que debe empezar a indagarse y pronto es el derrotero
de otra integración que nos permita ser "contemporáneos de
todos los hombres", pero no al costo de fracturas que ponen en peligro
esa actualidad, porque dañan de modo radical al conjunto humano
que la busca sin meditar y sin contar con el compás y la brújula
adecuados. Inventar y volver realista una ruta sensata para la integración
mexicana con el norte, pero también con el sur, debería ser
propósito de nuevo año, ahora que nos preparamos para dar
al gobierno del cambio una visitadita. Veremos.