Angeles González Gamio
Feliz sexto aniversario
Hace seis años el Centro Histórico se iluminó con la apertura del Museo de la Luz, fascinante espacio en donde el protagonista principal es precisamente ese elemento, al que debemos nuestra existencia en la Tierra y la maravillosa capacidad de ver. La cosa no queda ahí, ya que ocupa un hermoso recinto con rica historia que vale la pena recordar.
Al llegar los jesuitas a la Nueva España, en 1572, las órdenes religiosas que les precedieron ya se habían ocupado ampliamente de la evangelización, por lo que los recién llegados pudieron dedicarse con toda tranquilidad a su interés primordial: la educación. De inmediato se movilizaron entre las familias opulentas, que tenían interés en contar con buena educación para sus hijos. La respuesta fue rápida, haciéndose cargo de ayudarles don Alfonso de Villaseca, hombre rico y generoso que les cedió varios solares, en donde construyeron el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, que efectivamente fue lo máximo, ya que podía conferir los mismos grados teológicos que las universidades pontificias. Tenía también la ventaja de que admitía seglares. Allí se educaron ni más ni menos que Francisco Javier Clavijero, Diego de Abad y Francisco Xavier Alegre, entre otras eminencias.
Esta importante institución de carácter religioso, como era de esperarse, tuvo su templo adjunto. Este lo edificó entre 1576 y 1608 el alarife Diego López de Arbiza. Es de líneas muy sobrías, con pilastras en los dos cuerpos que sostienen un entablamento y un frontón triangular que se rompe con un nicho. Tiene una sola torre y conserva su pequeño atrio bardeado. Es una de las pocas edificaciones del siglo XVII que se conservan, aunque ha tenido algunos cambios a partir de que se le despojó de su función religiosa por las leyes de exclaustración. En este sitio se instaló el Congreso Constituyente el 24 de febrero de 1822, ante el cual Agustín de Iturbide pronunció juramento, y dos años más tarde dio a la luz nuestra primera Constitución.
En 1922 José Vasconcelos instaló ahí la Sala de Discusiones Libres y en los años 40 del siglo XX se le dedicó a la Hemeroteca Nacional, uso al que estuvo destinado hasta 1979, cuando se trasladó a sus nuevas instalaciones en el Centro Cultural Universitario. Para ese fin, al antiguo templo se le cambiaron los viejos vidrios de la ventana del coro por un emplomado con el escudo de la Universidad; asimismo, en el frontón se instaló una escultura de Palas Atenea.
Al salir esa institución, el soberbio inmueble quedó medio abandonado, hasta que en 1996 la UNAM lo remozó e instaló allí el Museo de la Luz. En este nuevo arreglo se tuvo el cuidado de conservar la decoración que le pintaron en los arcos -cuando se adaptó para Sala de Discusiones Libres- Roberto Montenegro y Jorge Enciso, con representaciones de la flora y la fauna mexicanas. Asimismo en el presbiterio Montenegro plasmó El árbol de la ciencia, espléndido mural en el que aparece un hombre revestido con armadura al pie de un árbol, y a ambos lados unas mujeres le ofrecen en las manos los símbolos de las ciencias. En la cúpula, Xavier Guerrero pintó su visión del zodiaco. Además, las enormes ventanas del crucero ostentan unos bellos vitrales diseñados por Montenegro y realizados por Eduardo Villaseñor, que en festivo colorido representan El jarabe tapatío y La vendedora de periódicos.
A todas estas maravillas que bien justifican la visita se añade el conocimiento de la ciencia contemporánea, con una excelente museografía interactiva. Para festejar el aniversario hay una serie de actividades interesantes y divertidas que ha organizado su entusiasta y eficaz directora, la bióloga Pilar Contreras: talleres, demostraciones como la de luminiscencias, presentación de cuentacuentos, el diaporama, y se reinauguró el Gabinete del Optometrista, en el que se aprende y revisan la salud visual.
También se puede gozar de la exposición Mariposa Monarca: polvo de estrellas, de la querida pintora Carmen Parra; sin duda una experiencia fascinante para niños, jóvenes y adultos curiosos, que son los niños eternos. Es un lugar delicioso, que ofrece el raro maridaje entre la ciencia y el arte. El extraordinario recinto se encuentra en la calle de El Carmen esquina con San Ildefonso. A unos pasos del anexo se ubica el excelente restaurante El Cardenal. Si es de buen diente comience con unos tacos de camarón, siga con una sopa de verdolaga con pollo y comparta un pecho de ternera a la parrilla; de postre, el nido Cardenal.
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