VENTANAS
Eduardo Galeano
El arquero
Al mediodía, frente a los muelles de Hamburgo,
dos hombres bebían y charlaban en una cervecería. Uno era
Philip Agee, que había sido jefe de la CIA en el Uruguay. El otro
era yo.
El sol, no muy frecuente en aquellas latitudes, bañaba
de luz la mesa.
Entre cerveza y cerveza, pregunté por el incendio.
Años antes, el diario donde yo trabajaba, Época, había
ardido en llamas. Yo quería saber si aquella había sido una
gentileza de la CIA.
No, me dijo Agee. El incendio había sido un regalo
de la Divina Providencia. Y me contó:
-Recibimos una tinta estupenda para achicharrar rotativas,
pero no pudimos utilizarla.
La CIA no había conseguido meter a ningún
agente en el taller del diario, ni había podido reclutar a ninguno
de nuestros obreros gráficos. Nuestro jefe de taller, reconoció
Agee, era un gran arquero, a great goalkeeper.
Sí, le dije.
Y entonces lo vi: Gerardo Gatti, con esa cara de bondad
crónica y sin remedio, era un gran arquero. Y también sabía
jugar al ataque. Cuando Agee y yo nos encontramos en Hamburgo, hacía
ya algunos años que Gerardo había sido secuestrado, torturado,
asesinado y desaparecido.