Magdalena Gómez
El zapatismo vive para contarla
El primero de enero de 2003 el zapatismo se hizo presente mostrando la fuerza social que ya traía atrás de sus milicianos aquel también histórico primero de enero de 1994. Hoy como entonces nos muestran que no podemos leerlo con las claves de los movimientos guerrilleros de otras regiones y otras décadas ni tampoco a partir de los tradicionales movimientos sociales o frentes, mucho menos con los referentes de los partidos políticos.
La nueva toma de San Cristóbal de las Casas, esta vez cívica y pacífica, fue una demostración de fuerza real; no cualquiera en sus condiciones puede congregar a 20 mil partidarios para respaldar la voz de sus dirigentes. Por lo pronto resulta evidente que el silencio de los dos años pasados les ha permitido concentrarse en fortalecer su organización y autonomía, la cual "con ley o sin ley" están ejerciendo y llaman a hacerlo al resto de pueblos indígenas en el país.
Los discursos de la comandancia general del EZLN cobran así mayor significación. Ofrecieron respuestas puntuales y contundentes a los múltiples cuestionamientos, rumores y afirmaciones tendenciosas que se han propalado recientemente para extender acta de defunción política al zapatismo, en especial al subcomandante Marcos, en ese afán racista de calificar este movimiento en función de las grandezas y debilidades del sup.
Importa destacar las profundas implicaciones de este regreso zapatista a la política pública, más allá de mi divergencia frente a la acusación excesiva que hicieron al hoy gobernador de Michoacán pretendiendo relacionar su actual cargo, obtenido mediante voto popular, con la negociación de la postura perredista en materia indígena.
Con firmeza, no exenta de justificada indignación, los comandantes y comandantas presentaron un retrato que dejó claro que hoy por hoy del Estado mexicano y sus tres poderes no esperan nada: ni del foxismo, que nada ha cambiado, mucho menos de los partidos políticos, incluido por supuesto y con plena razón el PRD, pues sus diputados, que primero se deslindaron de los senadores con el voto en contra del dictamen indígena, ahora los están siguiendo para reglamentar la contrarreforma indígena.
Si recordamos el discurso del 28 de marzo de 2001 ante el Congreso de la Unión, daremos cuenta del recuento histórico que hicieron la comandancia y el Congreso Nacional Indígena respecto a las causas que originaron el conflicto armado como sustento de las demandas cuyo cumplimiento se pactó en los acuerdos de San Andrés.
En esa ocasión la clase política quedó emplazada y falló, aun algunos traicionaron alianzas que se suponían de principio. Se dio así al traste con las posibilidades de rencauzar el proceso de paz y, lo más importante, la oportunidad de ofrecer a los pueblos indígenas una vía constitucional para su fortalecimiento y participación en los cambios que el país requiere, en especial el tan aplazado proceso de reforma del Estado.
En contraste con aquel discurso, que algo de esperanza tenía, ahora se pasó lista a los principales actores, cuyas decisiones han consolidado su convicción de que no es el camino del diálogo oficial el que les permitirá avanzar, sino el de la movilización política y el fortalecimiento de la autonomía; por ello anuncian que regresaron para quedarse y muy probablemente no sólo en el escenario chiapaneco. Porque de entrada reivindican su derecho a vincularse con las luchas de otros pueblos en cualquier parte del mundo y reafirman que la resistencia y la dignidad son éticamente superiores a las migajas que implican los llamados apoyos oficiales.
Esta vez no hay compás de espera, ni reiteración de las condiciones para reanudar el diálogo. No es el escenario que requerían los pueblos y el proceso para el cual la paciencia y la dedicación zapatista e indígena no han faltado; sin embargo, constituye una bocanada de aire fresco la movilización indígena y la interlocución política abierta con el EZLN.
Buen inicio de año para los excluidos, rurales y urbanos, indígenas y no indígenas, mexicanos y de otros países. En San Cristóbal vimos un movimiento cohesionado con su dirigencia que seguirá hablando y tejiendo alianzas. Un movimiento dispuesto a defender con hechos a los suyos, por ello anunciaron que no permitirán el desalojo en Montes Azules. Vimos un movimiento vivo para el que los tiempos electorales no tienen significado, no porque se los hayan quitado; al contrario, una y otra vez han confiado en la palabra oficial y una y otra vez no ha sido honrada.
La toma de San Cristóbal tiene un simbolismo que seguramente no entenderán las elites políticas, porque no pueden leer, y aquí podemos evocar a Saramago y con él decir que hay ciegos que ven y otros que viendo no ven.