James Petras*
2003, año de guerras imperiales
Las luchas políticas y sociales de la década
pasada prueban, una vez más, que al basarse en proyecciones económicas
los "profetas" de los ciclos largos no pueden entender los sucesos más
profundos de la historia contemporánea. Las fuerzas impulsoras de
la historia no son "las fuerzas productivas", sino "las relaciones sociales
de la producción", entendidas gruesamente como las relaciones de
clase, los sistemas productivos y el poder del Estado.
En esencia, el nombre del sistema no es un amorfo "capitalismo
mundial" o "imperio", sino un sistema imperialista. Este sistema no está
controlado por un "centro y periferia" sociológicamente vacuos,
sino por lo concreto de un Estado imperial estadunidense que recoloniza
al Tercer Mundo y a sus rivales imperiales subordinados, en Europa y Asia.
El Estado imperial no es mero producto de "las fuerzas del mercado", sino
resultado de un poder político y militar dictado por las clases
dominantes de las principales economías imperiales. La conducta
de tales clases dominantes es menos una derivación de los "ciclos
largos" y más el resultado de sus políticas estratégicas
y sus alianzas en lo político.
Para entender los sucesos puntuales del pasado, el presente
y el futuro necesitamos una teoría que se derive de fuerzas políticas
claramente identificadas, que actúan en circunstancias concretas
y no en proyecciones de largo plazo basadas en formulaciones abstractas
divorciadas de las principales luchas sociales y políticas.
Existen cuatro luchas histórico-mundiales en el
sistema imperialista. La primera es el esfuerzo del imperialismo estadunidense
por conquistar el mundo mediante la guerra (Irak, Afganistán), la
presencia mi-litar (Colombia), los bloqueos económicos (Venezuela),
la amenaza con armas de destrucción masiva (Corea del Norte) y el
chantaje diplomático (Europa y Japón). El segundo esfuerzo
importante puede hallarse en los movimientos de liberación social
y nacional, en su resistencia al imperialismo y en su habilidad para conquistar
espacios políticos en las calles, el medio rural, la selva y los
parlamentos de todo el mundo. La tercera gran lucha se libra entre las
clases dominantes de Estados Unidos, Europa y Japón (que buscan
expandir sus inversiones y el comercio conquistando mercados por todo el
mundo) y los obreros asalariados, destajistas y desempleados que sufren
las consecuencias del rápido deterioro de las economías internas.
El cuarto conflicto importante se libra entre los regímenes imperialistas
de guerra y conquista, y los movimientos antimperialistas y contra la guerra
que ocurren en Europa, el Medio Oriente, América Latina, Asia, Africa
del Norte y América del Norte. En la década siguiente los
resultados de sus luchas tendrán un profundo impacto en el futuro
de la humanidad.
A corto plazo, el Estado imperialista estadunidense se
prepara para involucrarse en una serie de guerras de conquista, empezando
por Afganistán, Irak y Corea del Norte, para continuar con Venezuela,
Irán y otros países ricos en petróleo. Parece probable
que su resultado fortalecerá la posición geopolítica,
geopetrolera y militar de Estados Unidos en la economía mundial.
No
obstante, al mismo tiempo, la economía interna está cayendo
en una profunda recesión que debilitará los fundamentos financieros
y fiscales internos del imperio y tendrá un impacto profundamente
negativo en las economías de los regímenes pro imperialistas
del mundo, que dependen de los mercados e inversiones estadunidenses.
El impacto combinado de las guerras imperialistas de conquista
y una recesión de carácter mundial fortalecen la postura
de los movimientos de liberación en el Tercer Mundo: el colapso
del neoliberalismo, la fragmentación del "libre mercado" y el debilitamiento
de los clientes pro estadunidenses, así como de los regímenes
de centroizquierda, favorecen los movimientos de la izquierda extraparlamentaria.
Es probable que ocurran levantamientos importantes en el mundo árabe,
y los poderosos movimientos en América Latina podrían derrocar
regímenes en Argentina, Bolivia, Ecuador y otras partes. Aumentará
la presión política en pos de transformaciones sociales en
Venezuela, Brasil, Uruguay y Perú. Los efectos combinados de las
guerras imperiales, las crisis económicas y los poderosos movimientos
de liberación serán un gran estimulante para el crecimiento
de los movimientos de masas en Europa y en menor medida en Japón
y América del Norte. Particularmente en Francia, Italia y España
emergerán luchas significativas que confrontarán la complicidad
de los regímenes con las guerras de conquista estadunidenses. El
desempleo creciente que resultará de la recesión y el recorte
de los salarios y beneficios sociales pueden radicalizar a los movimientos
europeos.
Los efectos políticos de las guerras imperiales,
la recesión mundial y el crecimiento de los movimientos de liberación
por todo el mundo pueden alterar la política interna de Estados
Unidos. Sin embargo, la propaganda antiterrorista vertida en los medios
masivos, la vigilancia policiaca en gran escala que el Estado emprende,
un liderazgo sindical corrupto e impotente y un sistema bipartidista amarrado
al Estado imperialista limitarán la influencia política directa
de los crecientes movimientos contra la guerra y de antiglobalización
en Estados Unidos.
Pese a sus conflictos comerciales con Estados Unidos y
a sus "reservas" simbólicas e intrascendentes hacia las guerras
estadunidenses de conquista, los estados europeos no ofrecen una oposición
decidida. Es ilustrativo el debate que ocupa a Naciones Unidas en torno
a la guerra en ciernes: Estados Unidos pudo garantizar una resolución
que le adosó un pretexto para emprenderla; baste decir que el arbitrario
secuestro que hizo Estados Unidos de la documentación sometida al
Consejo de Seguridad y la purga de 8 mil de las 11 mil páginas de
que constaba no tuvieron siquiera la mínima oposición. Sin
presentar evidencia alguna de que Irak estuviera "en falta material" con
respecto a la resolución de Naciones Unidas, Estados Unidos programó
la invasión a Irak para febrero de 2003. Europa se quejó
y luego se sometió al dictado estadunidense.
En el Lejano Oriente, Washington rompió su acuerdo
de suplir de energía a Corea del Norte, acusó al país
de ser una amenaza terrorista y ya prepara una guerra de agresión.
Corea del Sur y Japón se quejaron, pero se sometieron. La oposición
viene de millones de sudcoreanos que temen más a Washington que
a Pyongyang.
El año 2003 será decisivo en la conformación
del resto de la década: en el corto plazo el imperialismo estadunidense
conquistará Irak mediante el uso de armas de destrucción
masiva, basándose, al menos en parte, en la información que
proporcionaron los inspectores de armas de Naciones Unidas. El hecho de
que la mayor parte de las armas iraquíes fueron destruidas por los
anteriores equipos de inspección de Naciones Unidas facilitará
una conquista militar. El respaldo otorgado por los estados clientes de
Estados Unidos en Medio Oriente (Kuwait, Turquía, Omán) y
su aliado, Israel, asegurará su éxito. La ofensiva militar
imperial se basa en la monopolización que ejerce Washington sobre
las armas de destrucción masiva y los esfuerzos por evitar que otros
países las desarrollen. La campaña por destruir la capacidad
bélica de Irak se basa en la estrategia imperial de debilitar a
otros países considerados como objetivo y evitar que cuenten con
armas disuasivas. Cuando Donald Rumsfeld amenaza con emprender una guerra
contra Corea del Norte busca evitar que desarrolle los medios para resistir
una in-vasión estadunidense. La ideología "antiterrorista"
y la "guerra contra las armas de destrucción masiva" son instrumentos
de propaganda que permiten que la conquista imperial de Estados Unidos
ocurra con impunidad, pocas bajas estadunidenses, un mínimo de costos
políticos internos y un máximo de pérdidas físicas
para el país considerado objetivo militar.
Sin embargo, a corto plazo el éxito militar del
Estado imperial no evitará que se profundice la recesión:
la exacerbará. Los precios del crudo suben, el dólar cae
y los déficits inflacionarios serán una dura prueba para
la economía estadunidense. Los costos de las conquistas imperiales
serán transferidos a los trabajadores en Estados Unidos y, lo que
es más importante, al Tercer Mundo, en especial a América
Latina. Esto asumirá la forma de mayores transferencias de riqueza
y un incremento en la militarización. Los regímenes de América
Latina que son clientes de Estados Unidos se verán forzados a aceptar
las reglas del imperio a través del ALCA. Washington insistirá
en privatizar los recursos petroleros estatales de Ecuador, Venezuela y
Mé-xico, e impulsará pagos totales de la deuda más
un mayor desmantelamiento de las barreras comerciales.
La imposición de costos añadidos en América
Latina por la construcción del imperio ocurre en un momento de fuertes
confrontaciones sociopolíticas en Colombia, Venezuela, Argentina
y Bolivia, y cuando el modelo neoliberal existente se colapsa o está
a punto de hacerlo en Brasil, Paraguay y Perú.
Washington tendrá extremas dificultades para exprimir
más recursos de los combativos pero empobrecidos pueblos de América
Latina. A mediano plazo el choque entre los costos militares del imperio
y la caída de la economía interna, los movimientos de liberación
emergentes y el colapso de las economías neoliberales latinoamericanas
pondrá duras pruebas a los regímenes de centroizquierda que
intentan navegar "por en medio", combinando acuerdos internacionales con
el imperio y reformas sociales internas. La cadena del imperio mundial
de Washington tiene su eslabón más débil en América
Latina.
El desarrollo desigual de los movimientos sociopolíticos
en América Latina, su fragmentación y falta de liderazgo
nacional constituyen una muy seria debilidad estratégica frente
al poder económico y militar centralizado por el Estado imperial
estadunidense. Aunque el Foro Social Mundial es útil como espacio
de encuentro que junte diversos debates y propicie reuniones, no cuenta
con la cohesión estratégica y programática requerida
para derrotar el avance del imperio y el deterioro de los regímenes
clientes. Lo que puede ocurrir son cambios profundos al nivel de los estados-naciones,
que a su vez sirvan de polo político o "eje de virtud" que proporcione
respaldo político a los movimientos de liberación emergentes
en otros países.
Nadie puede predecir todas las consecuencias de las guerras
imperiales estadunidenses de 2003, porque mucho dependerá de la
respuesta subjetiva de los pueblos del mundo. Mucho dependerá también
de la respuesta a cantidad de cuestiones políticas: ¿precipitará
la guerra un levantamiento en Arabia Saudita que conduzca a una mayor intervención
estadunidense y a un escalamiento del conflicto? ¿Expulsará
Israel a millones de palestinos durante la invasión estadunidense
a Irak, que a su vez precipite otra ronda de conflictos árabe-israelíes?
¿Acaso los acuerdos con el Fon-do Monetario Internacional precipitarán
una caída estrepitosa en Brasil, una crisis en el régimen
y una mayor radicalización? ¿Pueden los regímenes
europeos continuar siendo cómplices de Estados Unidos ante una crisis
económica que se agudiza, mo-vimientos de masas emergentes y la
posibilidad de cortes en los suministros petroleros? Las respuestas a estas
cuestiones no pueden deducirse de fórmulas económicas abstractas
que aborden la "crisis del capitalismo mundial". Las respuestas deben inducirse
del nivel de conciencia nacional y de clase expresado mediante una intervención
política directa.
*Profesor de la Universidad Estatal de Nueva York
Traducción: Ramón Vera Herrera