Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 12 de enero de 2003
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Mundo
James Petras*

2003, año de guerras imperiales

Las luchas políticas y sociales de la década pasada prueban, una vez más, que al basarse en proyecciones económicas los "profetas" de los ciclos largos no pueden entender los sucesos más profundos de la historia contemporánea. Las fuerzas impulsoras de la historia no son "las fuerzas productivas", sino "las relaciones sociales de la producción", entendidas gruesamente como las relaciones de clase, los sistemas productivos y el poder del Estado.

En esencia, el nombre del sistema no es un amorfo "capitalismo mundial" o "imperio", sino un sistema imperialista. Este sistema no está controlado por un "centro y periferia" sociológicamente vacuos, sino por lo concreto de un Estado imperial estadunidense que recoloniza al Tercer Mundo y a sus rivales imperiales subordinados, en Europa y Asia. El Estado imperial no es mero producto de "las fuerzas del mercado", sino resultado de un poder político y militar dictado por las clases dominantes de las principales economías imperiales. La conducta de tales clases dominantes es menos una derivación de los "ciclos largos" y más el resultado de sus políticas estratégicas y sus alianzas en lo político.

Para entender los sucesos puntuales del pasado, el presente y el futuro necesitamos una teoría que se derive de fuerzas políticas claramente identificadas, que actúan en circunstancias concretas y no en proyecciones de largo plazo basadas en formulaciones abstractas divorciadas de las principales luchas sociales y políticas.

Existen cuatro luchas histórico-mundiales en el sistema imperialista. La primera es el esfuerzo del imperialismo estadunidense por conquistar el mundo mediante la guerra (Irak, Afganistán), la presencia mi-litar (Colombia), los bloqueos económicos (Venezuela), la amenaza con armas de destrucción masiva (Corea del Norte) y el chantaje diplomático (Europa y Japón). El segundo esfuerzo importante puede hallarse en los movimientos de liberación social y nacional, en su resistencia al imperialismo y en su habilidad para conquistar espacios políticos en las calles, el medio rural, la selva y los parlamentos de todo el mundo. La tercera gran lucha se libra entre las clases dominantes de Estados Unidos, Europa y Japón (que buscan expandir sus inversiones y el comercio conquistando mercados por todo el mundo) y los obreros asalariados, destajistas y desempleados que sufren las consecuencias del rápido deterioro de las economías internas. El cuarto conflicto importante se libra entre los regímenes imperialistas de guerra y conquista, y los movimientos antimperialistas y contra la guerra que ocurren en Europa, el Medio Oriente, América Latina, Asia, Africa del Norte y América del Norte. En la década siguiente los resultados de sus luchas tendrán un profundo impacto en el futuro de la humanidad.

A corto plazo, el Estado imperialista estadunidense se prepara para involucrarse en una serie de guerras de conquista, empezando por Afganistán, Irak y Corea del Norte, para continuar con Venezuela, Irán y otros países ricos en petróleo. Parece probable que su resultado fortalecerá la posición geopolítica, geopetrolera y militar de Estados Unidos en la economía mundial.

No obstante, al mismo tiempo, la economía interna está cayendo en una profunda recesión que debilitará los fundamentos financieros y fiscales internos del imperio y tendrá un impacto profundamente negativo en las economías de los regímenes pro imperialistas del mundo, que dependen de los mercados e inversiones estadunidenses.

El impacto combinado de las guerras imperialistas de conquista y una recesión de carácter mundial fortalecen la postura de los movimientos de liberación en el Tercer Mundo: el colapso del neoliberalismo, la fragmentación del "libre mercado" y el debilitamiento de los clientes pro estadunidenses, así como de los regímenes de centroizquierda, favorecen los movimientos de la izquierda extraparlamentaria. Es probable que ocurran levantamientos importantes en el mundo árabe, y los poderosos movimientos en América Latina podrían derrocar regímenes en Argentina, Bolivia, Ecuador y otras partes. Aumentará la presión política en pos de transformaciones sociales en Venezuela, Brasil, Uruguay y Perú. Los efectos combinados de las guerras imperiales, las crisis económicas y los poderosos movimientos de liberación serán un gran estimulante para el crecimiento de los movimientos de masas en Europa y en menor medida en Japón y América del Norte. Particularmente en Francia, Italia y España emergerán luchas significativas que confrontarán la complicidad de los regímenes con las guerras de conquista estadunidenses. El desempleo creciente que resultará de la recesión y el recorte de los salarios y beneficios sociales pueden radicalizar a los movimientos europeos.

Los efectos políticos de las guerras imperiales, la recesión mundial y el crecimiento de los movimientos de liberación por todo el mundo pueden alterar la política interna de Estados Unidos. Sin embargo, la propaganda antiterrorista vertida en los medios masivos, la vigilancia policiaca en gran escala que el Estado emprende, un liderazgo sindical corrupto e impotente y un sistema bipartidista amarrado al Estado imperialista limitarán la influencia política directa de los crecientes movimientos contra la guerra y de antiglobalización en Estados Unidos.

Pese a sus conflictos comerciales con Estados Unidos y a sus "reservas" simbólicas e intrascendentes hacia las guerras estadunidenses de conquista, los estados europeos no ofrecen una oposición decidida. Es ilustrativo el debate que ocupa a Naciones Unidas en torno a la guerra en ciernes: Estados Unidos pudo garantizar una resolución que le adosó un pretexto para emprenderla; baste decir que el arbitrario secuestro que hizo Estados Unidos de la documentación sometida al Consejo de Seguridad y la purga de 8 mil de las 11 mil páginas de que constaba no tuvieron siquiera la mínima oposición. Sin presentar evidencia alguna de que Irak estuviera "en falta material" con respecto a la resolución de Naciones Unidas, Estados Unidos programó la invasión a Irak para febrero de 2003. Europa se quejó y luego se sometió al dictado estadunidense.

En el Lejano Oriente, Washington rompió su acuerdo de suplir de energía a Corea del Norte, acusó al país de ser una amenaza terrorista y ya prepara una guerra de agresión. Corea del Sur y Japón se quejaron, pero se sometieron. La oposición viene de millones de sudcoreanos que temen más a Washington que a Pyongyang.

El año 2003 será decisivo en la conformación del resto de la década: en el corto plazo el imperialismo estadunidense conquistará Irak mediante el uso de armas de destrucción masiva, basándose, al menos en parte, en la información que proporcionaron los inspectores de armas de Naciones Unidas. El hecho de que la mayor parte de las armas iraquíes fueron destruidas por los anteriores equipos de inspección de Naciones Unidas facilitará una conquista militar. El respaldo otorgado por los estados clientes de Estados Unidos en Medio Oriente (Kuwait, Turquía, Omán) y su aliado, Israel, asegurará su éxito. La ofensiva militar imperial se basa en la monopolización que ejerce Washington sobre las armas de destrucción masiva y los esfuerzos por evitar que otros países las desarrollen. La campaña por destruir la capacidad bélica de Irak se basa en la estrategia imperial de debilitar a otros países considerados como objetivo y evitar que cuenten con armas disuasivas. Cuando Donald Rumsfeld amenaza con emprender una guerra contra Corea del Norte busca evitar que desarrolle los medios para resistir una in-vasión estadunidense. La ideología "antiterrorista" y la "guerra contra las armas de destrucción masiva" son instrumentos de propaganda que permiten que la conquista imperial de Estados Unidos ocurra con impunidad, pocas bajas estadunidenses, un mínimo de costos políticos internos y un máximo de pérdidas físicas para el país considerado objetivo militar.

Sin embargo, a corto plazo el éxito militar del Estado imperial no evitará que se profundice la recesión: la exacerbará. Los precios del crudo suben, el dólar cae y los déficits inflacionarios serán una dura prueba para la economía estadunidense. Los costos de las conquistas imperiales serán transferidos a los trabajadores en Estados Unidos y, lo que es más importante, al Tercer Mundo, en especial a América Latina. Esto asumirá la forma de mayores transferencias de riqueza y un incremento en la militarización. Los regímenes de América Latina que son clientes de Estados Unidos se verán forzados a aceptar las reglas del imperio a través del ALCA. Washington insistirá en privatizar los recursos petroleros estatales de Ecuador, Venezuela y Mé-xico, e impulsará pagos totales de la deuda más un mayor desmantelamiento de las barreras comerciales.

La imposición de costos añadidos en América Latina por la construcción del imperio ocurre en un momento de fuertes confrontaciones sociopolíticas en Colombia, Venezuela, Argentina y Bolivia, y cuando el modelo neoliberal existente se colapsa o está a punto de hacerlo en Brasil, Paraguay y Perú.

Washington tendrá extremas dificultades para exprimir más recursos de los combativos pero empobrecidos pueblos de América Latina. A mediano plazo el choque entre los costos militares del imperio y la caída de la economía interna, los movimientos de liberación emergentes y el colapso de las economías neoliberales latinoamericanas pondrá duras pruebas a los regímenes de centroizquierda que intentan navegar "por en medio", combinando acuerdos internacionales con el imperio y reformas sociales internas. La cadena del imperio mundial de Washington tiene su eslabón más débil en América Latina.

El desarrollo desigual de los movimientos sociopolíticos en América Latina, su fragmentación y falta de liderazgo nacional constituyen una muy seria debilidad estratégica frente al poder económico y militar centralizado por el Estado imperial estadunidense. Aunque el Foro Social Mundial es útil como espacio de encuentro que junte diversos debates y propicie reuniones, no cuenta con la cohesión estratégica y programática requerida para derrotar el avance del imperio y el deterioro de los regímenes clientes. Lo que puede ocurrir son cambios profundos al nivel de los estados-naciones, que a su vez sirvan de polo político o "eje de virtud" que proporcione respaldo político a los movimientos de liberación emergentes en otros países.

Nadie puede predecir todas las consecuencias de las guerras imperiales estadunidenses de 2003, porque mucho dependerá de la respuesta subjetiva de los pueblos del mundo. Mucho dependerá también de la respuesta a cantidad de cuestiones políticas: ¿precipitará la guerra un levantamiento en Arabia Saudita que conduzca a una mayor intervención estadunidense y a un escalamiento del conflicto? ¿Expulsará Israel a millones de palestinos durante la invasión estadunidense a Irak, que a su vez precipite otra ronda de conflictos árabe-israelíes? ¿Acaso los acuerdos con el Fon-do Monetario Internacional precipitarán una caída estrepitosa en Brasil, una crisis en el régimen y una mayor radicalización? ¿Pueden los regímenes europeos continuar siendo cómplices de Estados Unidos ante una crisis económica que se agudiza, mo-vimientos de masas emergentes y la posibilidad de cortes en los suministros petroleros? Las respuestas a estas cuestiones no pueden deducirse de fórmulas económicas abstractas que aborden la "crisis del capitalismo mundial". Las respuestas deben inducirse del nivel de conciencia nacional y de clase expresado mediante una intervención política directa.
 
 

*Profesor de la Universidad Estatal de Nueva York


Traducción: Ramón Vera Herrera

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