Angeles González Gamio
Los sueños, sueños son
Martes 7 de enero. 10:30 de la mañana. Nos dirigimos a comprar manteles de papel picado en la antigua tlapalería La Zamorana, situada en la calle Jesús María, casi esquina con Mesones, en el corazón del hermoso barrio de La Merced. Al llegar a la avenida Juárez comenzamos a advertir una extraña sensación; había algo diferente. Al pasar por 16 de Septiembre se agudizó el sentimiento: las calles lucían limpias, se podían apreciar las bellas construcciones, šno había vendedores ambulantes! Ni siquiera en Correo Mayor, donde desde hace años era imposible circular, ya que estaban invadidos banquetas y arroyo.
Creí estar soñando y de alguna manera así fue, ya que al día siguiente comenzaron a regresar los primeros vendedores y a lo largo de la semana la invasión retornó. Pero en mi mente y corazón se quedó grabado ese martes 7 en el que el Centro Histórico recuperó su belleza y dignidad; ese es mi sueño, que confío que algún día será realidad.
Esa fue una de las múltiples novedades que nos recibieron esta primera semana del nuevo año, desafortunadamente la mayoría poco agradables. Con seguridad recuerdan el restaurante Prendes, fundado en 1892 y que desde 1937 ocupó un sobrio y elegante local en la calle 16 de Septiembre. Se caracterizaba, además de por su buena comida, por estar decorado con murales del Doctor Atl, Roberto Montenegro, Eduardo Castellanos, Roberto Alegre y Teresa Morán, en los que aparecían personajes de la vida del México de la primera mitad del siglo XX: Porfirio Díaz, Frida Kahlo, Salvador Novo, María Félix, Antonieta Rivas Mercado, Pedro Vargas y decenas más que nos instalaban en una época en la que se forjó el México moderno.
A raíz del fallecimiento de don Amador Prendes, unas dos décadas atrás, el restaurante comenzó a tener problemas: se cerró en dos ocasiones y en la última se quitaron los mejores murales. Aun así, la familia Alvarez, cuyos orígenes restauranteros se fraguaron en Prendes, trató de darle vida una vez más, pero la difícil situación que ha vivido el Centro Histórico en los años recientes le impidió un desempeño exitoso, por lo que hace unos meses cerró.
Hoy, en ese lugar que aún conserva el hermoso piso de rombos negros con franjas de mármol color arena, que distinguía al tradicional establecimiento, se ofrecen sartenes, tazas con dibujos de Santaclós, cubiertos y demás parafernalia cocineril que expenden las tiendas El Anfora.
La cosa no para ahí: en la misma vía, casi enfrente, se encontraba el antiguo cine Olimpia, que había sobrevivido como sala monumental hasta hace unos años, cuando lo convirtieron en varias pequeñas salas. Este año apareció convertido en un inmenso edificio de changarros dedicados a la electrónica, con el nombre en la fachada en grandes letras plateadas: Pabellón Olimpia. Escaleras eléctricas conducen a las plantas altas, donde se encuentra, en el tercer piso, un espacio con mesas rodeado de pequeños restaurantes de comida china, pizzas, tacos, café y demás, al estilo de los que han puesto de moda los grandes centros comerciales estilo estadunidense.
Como remate a las transformaciones radicales, en el edificio de junto, que es una bella construcción decimonónica, tras mutilar la planta baja, estrena el año una macrobodega de zapatos que va a competir ferozmente con las agradables zapaterías, puestas con esmero, que caracterizan este tramo de la calle 16 de Septiembre.
Lamentablemente este tipo de comercios van degradando esta zona, poseedora de las mejores edificaciones de siglos pasados. Tiene tal valor, que, como hemos mencionado decenas de veces, ha sido designada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Nos preguntamos si es posible que el gobierno capitalino oriente los usos de los inmuebles para que se les dé utilidad decorosa y que efectivamente se logre que la gente vuelva a vivir en el Centro Histórico, particularmente ahora que se está llevando a cabo este gran esfuerzo por mejorar sus entrañas (drenaje, agua) y la superficie: banquetas, pavimento, fachadas, anuncios y mobiliario urbano.
Para levantar el ánimo, les comento una sorpresa agradable: en la calle Gante abrieron una sucursal del restaurante libanés Edén, de la familia Harfuhs, que desde hace décadas ofrece servicio en Venustiano Carranza 148, en los rumbos de La Merced.
Ahora puede uno degustar aquí un rico tapule, acompañando un kepe charola, jocoque y, si es de apetito vasto, añádale un alambre de carnero. De remate, ya sabe: un suculento pastelillo y café árabe.
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