Pilar Medina se considera una mujer que ya amó,
parió, enterró, pero sobre todo creó
''Me interesa encontrar esencias''
MONICA MATEOS-VEGA
La coreógrafa Pilar Medina (DF, 1954) se planta
en el escenario con la certidumbre de saberse ''una mujer madura que ya
enterró, que ya amó, que ya parió, que ha vivido muchos
foros y experiencias con el público, pero sobre todo, muchas horas
de soledad creando''.
En la bitácora de vida de la bailarina también
existe la certeza de la felicidad que ha encontrado en su profesión,
la cual, asegura, eligió a los ocho años, cuando por vez
primera se sintió "nerviosa, pero serena" al presentarse, precisamente,
en un teatro del Centro Cultural del Bosque, lugar donde ha tenido memorables
temporadas.
Pilar
Medina aprendió con Martha Fore danza clásica y danza popular
españolas; luego se especializó en técnica bolera
con Pilar Rioja. Estudió danza clásica española con
Oscar Tarriba; flamenca con Manolo Vargas y Carmen Mora; técnica
Graham con Gladiola Orozco; clásica con Angelina Flores, y expresión
del cuerpo con Eugenio Barba.
''Es importante saber de dónde vienen los rayos
de luz que recibimos", señala cuando describe sus años de
academia, de rigor y de metodología, los cuales le sirvieron para
saber escuchar música y "aprender a ver mi cuerpo. Por eso, siempre
he bailado de acuerdo con mi edad y eso me ha dado satisfacciones".
La autora de piezas como Bodas de quebranto o El
águila dorada explica que cuando tenía 25 años
elaboró un lenguaje propio para manifestar sus inquietudes acerca
del feminismo con los recursos que poseía, derivados de su formación
como bailarina de flamenco: tenía percusión en pies y manos,
fuerza en el cuerpo y raíces culturales en México.
Con la madurez, Pilar ha dejado a un lado los temas que
acompañaron sus inicios como coreógrafa, pues considera:
"le toca a mi vida hacer una obra acerca de la muerte. Antes no estaba
preparada. Ahora puedo hablar del amor desde la ausencia y con grandes
preguntas, porque ahora me interesa encontrar esencias. Ya no me interesa
lo barroco".
Agrega que "encontrar esencias en este momento me sostiene
en el foro y por eso me siento a gusto ahí, porque es un lugar de
comunicación que me exige saber qué quiero decir. Si al público
se le dan esencias va a salir con algo, en lugar del vacío o la
nada que muchos espectáculos dejan.
"Por supuesto, aunque cada coreografía tenga un
objetivo particular, debe estar siempre anclada a la belleza, y para eso
están los símbolos a los que todos somos afectos. Por ejemplo,
en Con tinta de hojas los caminos de luz son la metáfora
que utilizo para hablar de la vida, de los senderos que recorremos de ida
y de regreso.
"Lo ideal es que estas ideas las reciba el espectador
en el corazón, pero hay quienes se quedan con la parte filosófica,
o con la idea del espacio y el tiempo, con la música o hasta con
el vestuario. Todo está bien, siempre y cuando algo se halla depositado
en el corazón.''
Amor, muerte y guerra
Pilar Medina no es una bailarina de flamenco ortodoxa,
aunque este arte constituye la columna vertebral de sus puestas en escena.
La creadora formó parte del tablao El Corral de la Morería,
fundó el Taller de Experimentación Gestual en 1981 y estuvo
en la Compañía del Ballet Español de Carmen Mora,
con la que viajó por casi toda la República Mexicana. Para
obras de teatro, realizó las coreografías de Ay, Carmela
y Bodas inéditas, entre otras.
''El teatro me ha enseñado muchísimo. Me
ha dado esperanza y me ha hecho meterme a fondo en temas como el amor,
la muerte o la guerra. Además de que me ha enseñado a hacer
que mi equipo técnico goce al trabajar en cada montaje, porque vienen
de una escuela muy lastimera. Por eso en cada ensayo nos la llevamos con
humor hasta ante los peores errores. Eso nos transforma en un grupo solidario
y protector, y no en un grupo de personas cansadas''.
Actualmente, Medina es coordinadora general del Diplomado-Retiro
para Artistas Escénicos y asegura que no es una bailarina de repertorio:
''no voy hacia obras pasadas, porque cuando las dejo de bailar es que no
tengo más preguntas que reponderme, pues cada pieza me va transformando,
de eso se trata: de que cada reflexión tenga sentido y se interiorice.
Además, si cada obra ya no representa un estímulo vital para
el intérprete, ¿cómo va a estimular al espectador?
''Cuando una obra deja de representar un riesgo hay que
dejarla, con todo el respeto que se merece, claro. Y hay que irse a otra
cosa que brinde la oportunidad de transmitir entusiasmo al público.
No me gusta reflejarme en cosas muertas, por eso he vivido hermosísimos
momentos en el teatro, porque cada pieza que he hecho está basada
en mi comunicación con la gente, cuando se desarmoniza eso mejor
ni me subo al escenario porque cada obra debe ser una invitación
a la vida.''