Javier Oliva Posadas
Ganar para gobernar
Luiz Inacio Lula da Silva fue recibido por poco más de 100 mil personas en el Foro de Porto Alegre el pasado viernes 24. Apunté en la entrega anterior que su triunfo electoral habría de revitalizar el debate ideológico y programático, supuestamente reducido por las posiciones centristas tendientes a la homogeinización de gobiernos y partidos políticos. Sin embargo, en nuestro país, como sucedía con el ancien régime, nuevamente comienza a predominar el tema de los nombres, de las alianzas, antes que los contenidos programáticos.
En una actividad como la política, donde se mezclan ciencia con aspiraciones personales, intereses, la ideología resulta ser, a fin de cuentas, el único elemento susceptible, realista, para evaluar el accionar de organizaciones e individuos, más allá de la buena o mala voluntad de las personas. De otra forma no hay vía alguna para evaluar la congruencia entre las ofertas de campaña y el cumplimiento de éstas mediante programas gubernamentales y políticas públicas. Por esto es fundamental que los principales partidos políticos de México, que compiten por los espacios de la Cámara de Diputados, enfoquen su atención a un conjunto de propuestas que claramente les distinga no sólo al nivel de su ideario básico, sino que observen capacidad de respuesta ante los nuevos temas y desafíos que enfrentamos en este inicio de siglo.
Por ejemplo, ante la inminencia de un severo cambio en la estructura de las relaciones internacionales y sus indudables efectos sobre la seguridad interna, así como la forma en que cada partido político pueda responder a demandas tan serias como la creación de fuentes estables de trabajo, el acceso a la educación y la salud son partes de una agenda que de ningún modo puede ser abordada de manera improvisada o circunstancial, debido a que primero es ganar y después gobernar. Ganar a toda costa, bajo cualquier método, con todo tipo de recursos, no adelanta sino una fracción legislativa sujeta al ir y venir de la realidad nacional. El PAN es un claro ejemplo de este grave error de percepción.
Ganar y gobernar forman parte de un mismo proceso político que reclama, por parte de la ciudadanía y los demás agentes del sistema político, seriedad, cumplimiento en los acuerdos, congruencia y, sobre todo, la difusión de ideas viables de ser aplicadas en el corto plazo planeando para el largo plazo. Ganar es consecuencia de una campaña electoral novedosa, cercana al electorado, con una dirigencia que capta cuáles y por qué son sus ventajas frente a sus adversarios. Esto lo percibió muy bien el PAN y el entonces candidato Vicente Fox. En la segunda fase, gobernar requiere no de la continuidad de la campaña, sino de dirigir, actuar desde un gobierno responsable, apegado a su programa. Es completamente lógico y congruente tratar de repetir el triunfo, pero no con la misma receta. Las sociedades siempre están en cambio, en evolución, en movimiento. Pero pretender volver a ganar, sólo y únicamente por medio de la inercia de lo que fue (pero que no volverá), puede conducir a reacciones francamente desesperadas. Se gobierna con ideas que se aplican.
Por eso, ganar y gobernar son parte de un indisoluble proceso político-electoral. Retroceder al uso indiscriminado de los recursos públicos en favor de la personalidad, de un partido político o, en pocas palabras, permitir ahora lo que antes se condenó, es la peor regresión, pues en teoría nos dimos la oportunidad del cambio.
Esparta, aquella ciudad legendaria por la inteligencia de sus estrategas y la ferocidad de sus combatientes, sucumbió ante su rival porque no entendió dos realidades: la primera, que la fuerza en cualquiera de sus modalidades solamente soluciona alguna de las partes del complejo proceso de ajuste en las sociedades. La segunda, porque no entendió a tiempo que los individuos siempre evolucionan.
El título del libro de Geofrey Parker tal vez resulte más ilustrativo para la situación que vive el PAN y el Presidente de la República: el éxito nunca es definitivo.
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