Teresa del Conde
La hija del caníbal
El 9 de enero se estrenó esta película cuyos anuncios en los espectaculares de la ciudad hacían previsible un público mayoritario y así ocurrió ese día. Hoy la cinta cumple debidamente su curso en la cartelera comercial. La aceptación de la que gozan los productores, el director y el equipo de actores secundarios, en razón de trabajos previos en telenovelas y en cine, prometían en las salas una concurrencia ecléctica y a la vez masiva.
Sin embargo, el filme no alcanza el nivel de otras producciones o coproducciones recientes, incluidas las de Argos, ni tampoco la aceptación que han tenido otros productos cinematográficos o televisivos del cineasta Antonio Serrano. Tal vez el best-seller de Rosa Montero resultaba inadecuado como eje narrativo, o bien la adaptación al guión no fue bien llevada, el caso es que el prometedor principio, que crea un suspense indiscutible (filmado, creo, en el aeropuerto de Puebla) va decayendo a medida que la película avanza, no obstante que la elección de la actriz Cecilia Roth para el papel principal es acertada.
Confieso que no he leído la novela homónima y no la pienso leer -y no porque sea yo ajena a la narrativa de hoy (leí casi de un tirón La Reina del Sur)- porque a final de cuentas la película no anima a leer la novela, como sí ha sucedido en otros casos. Tal parece que la totalidad del filme está determinada por la presencia de Cecilia Roth como personaje principal: su expresión por momentos melancólica, su dicción, sus monólogos interiores, se constituyen en uno de los ejes visuales y emotivos principales. El otro, a mi juicio, está constituido por las vistas de arrabales, las zonas híbridas supuestamente poco carismáticas de la ciudad de México y -sobre todo- los ejes viales, estupendamente filmados. No hay grandes regodeos arquitectónicos; hay una fracción de segundo en el que la cámara se detiene frente al Sanborns de los Azulejos, otro en el que la parte posterior del edificio neoclásico-historicista de la Secretaría de Gobernación es identificable.
A lo anterior se suma un fragmento de road film, lo que permite afianzar la presentación de los créditos iniciales mediante la filmación pormenorizada de la carretera que discurre por las serranías durante el viaje que realizan los tres personajes principales al norte del país. Ellos son Lucía, la mujer cuyo marido ha desaparecido; Félix, figura paterna para ella y su contrapunto, Adrián, figura filial. El par de opuestos (ambos la aman) me resulta ''de cajón", pero si el guión se hubiera manejado con mayor sutileza tal vez los resultados hubieran acarreado mayor finura sicológica.
Es inadmisible, por ejemplo, que una mujer de algo más de 40 años se entregue a los placeres de himeneo recostándose sobre las piedras pelonas, sólo porque el trazo de la carretera así lo permite y porque -al ser de noche- pueden contemplarse las estrellas en esa región supuestamente norteña (la filmación se realizó posiblemente en la sierra de Querétaro o en el estado de Hidalgo), pues las estrellas ya casi jamás son visibles en el Distrito Federal.
Algunos personajes secundarios -por ejemplo, los padres de Cecilia- son inverosímiles, si bien es cierto que hay otros -el encarnado por Mario Iván Martínez, que aquí protagoniza al hijo de un traficante de armas- que son acertados. Pero la aparición de este actor, que personificó a Agustín de Iturbide en la farsa El año que fuimos imperio, de Flavio González Mello, es casi momentánea en La hija del caníbal, al contrario de lo que sucede en La habitación azul, que desde mi punto de vista es mejor película, aunque pertenece a un género totalmente distinto.
Parecerá una paradoja lo que voy a decir: con todo y lo comentado, La hija del caníbal es buen cine, el ritmo es adecuado, la fotografía no deja nada que desear, el contraste entre las escenas de interior doméstico, reveladoras de la idiosincrasia de cada uno de los tres personajes principales, es la adecuada. La locación elegida para asilar al secuestrado (donde tiene lugar el rencuentro) es altamente fotogénica, etcétera.
Pero el mundo interior de Lucía, leit motiv de la película, queda inexplorado y el intento crítico representado en la oficina del subsecretario de Gobernación acerca de la corruptela pudo haber adquirido una mayor densidad.