Emilio Pradilla Cobos
Una gran metrópoli global
Las declaraciones recientes del jefe de Gobierno del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador, han disipado muchas dudas sobre el objetivo de su política urbana. En sus palabras, su meta es "sacar a la ciudad de México del estado de estancamiento y ruina y proyectarla como lo que es: una gran metrópoli global" (La Jornada, 22/1/03). En el lenguaje del globalismo neoliberal, esto significa una metrópoli empresarial del gran capital trasnacional -financiero, turístico, inmobiliario y de servicios-, articulada subordinadamente a las ciudades globales hegemónicas: Nueva York, Tokio y Londres. No se trata, por lo tanto, de aplicar la consigna Por el bien de todos, primero los pobres, lo que supondría dar prioridad estratégica al cambio estructural para satisfacer las necesidades socioeconómicas y culturales de los sectores mayoritarios empobrecidos y transformar su hábitat.
Luego de dos años en que parecieron dominar las acciones, contradictorias y discutibles, relacionadas con la atención a los sectores populares (apoyo monetario a personas de la tercera edad y otros sectores vulnerables, vivienda popular, preparatorias y universidad, etcétera), al acercarse 2006 se superponen las prioridades dirigidas a adecuar la ciudad a los intereses del gran capital, aunque se presenten con el velo de la plausible creación de empleo. Sus dos políticas nodales actuales lo demuestran.
La "recuperación y remozamiento" del corredor financiero-turístico Reforma-Centro Histórico, según el jefe de Gobierno es "la zona más importante de la ciudad", donde el gobierno local otorga cuantiosos estímulos fiscales a los grandes empresarios inmobiliarios y a los usuarios de sus "desarrollos", e invierte grandes sumas en mejoramiento de infraestructura, promociones inmobiliarias (Plaza Juárez) y embellecimiento para apoyarlos rentabilizando su inversión. Este gasto lo pagan todos los capitalinos, incluidos los pobres, mientras las colonias populares y medias, en particular las del resto del Centro Histórico, siguen hundidas en su deterioro y carencias.
Su otro objetivo explícito es "revertir el rezago en vialidades primarias de alta velocidad (...) para atender el crecimiento del parque vehicular" (La Jornada, 24 y 25/1/03). En esta carrera con el automóvil particular, imposible de ganar, se beneficia a las trasnacionales automotrices, pues se promueve la compra y facilita el uso de sus productos, las empresas constructoras, y la parte minoritaria de los sectores medios y altos propietarios de autos, localizada en la zona poniente de la ciudad, del desarrollo empresarial Santa Fe al área burguesa de San Angel y de ellas al corredor financiero, donde se concentran las obras viales: segundo piso a Periférico y Viaducto y su megadistribuidor vial, puentes de Santa Fe y del eje 5 Poniente, etcétera. Se calcula que su beneficio será sólo para 5 por ciento de los viajes realizados diariamente. Por ello, la reducción de pérdidas de tiempo y productividad que se argumentan, se refiere a los mandos medios y altos, no a los trabajadores a quienes estas vías rápidas no sirven casi para nada. En tanto, el transporte público para los sectores mayoritarios y las vialidades secundarias y de acceso a las colonias medias y populares, en el norte y oriente, se mantienen en el abandono y la insuficiencia.
En ambas políticas se toma el modelo de las ciudades estadunidenses, construidas como una maraña de highways para el automóvil particular, sin transporte público, con distritos de negocios plagados de altas torres, símbolos de prestigio. En el corredor Reforma-Centro, la alianza con el capital inmobiliario y los barones del dinero fue explícita desde el principio; y ahora se mencionan convenios con la empresa privada, cuya naturaleza e implicaciones no se informan a los ciudadanos, para financiar las vialidades y así evadir las restricciones presupuestales que le fijó, en ese rubro, la Asamblea Legislativa del Distrito Federal.
No cabe duda de que es un proyecto político con visión presidencial a 2006, consistente en acciones espectaculares de corto plazo para tender "puentes" de popularidad con todos los sectores sociales, según su poder real, a partir de lo que pragmáticamente reparte y hace la administración, sin sujeción a ningún proyecto de ciudad de largo plazo. Sería muy ilustrativo para el análisis tener la información precisa sobre lo que se invierte o entrega a cada sector social, para saber "quién es primero": los pobres o los empresarios y capas de ingresos medios y altos. Es un esquema hábilmente preparado, que difícilmente podemos asumir como un proyecto acorde con los principios y programas "de izquierda", a cuyo nombre se publicita. En el mediano y largo plazo, los grandes perdedores serán: la ciudad, deformada e inhabitable; sus trabajadores pobres, segregados y excluidos por el gran capital hegemónico; y la izquierda, a cuyo nombre se aplicó una política contraria a sus tradiciones y su proyecto.