Manuel Vázquez Montalbán
Más guerras sin muertos, más muertos sin sepultura
Que el Vaticano envíe al cardenal Etchegaray a mediar en la irreversible guerra contra Irak demuestra su voluntad de emplear a un negociador de éxito, a un cazador de imposibles diplomáticos con muy importantes logros, así en Indonesia como en Chiapas o Cuba. Etchegaray fue uno de los urdidores del viaje del Papa a los brazos de Castro, lo que permitió a su santidad conocer a la mejor enfermera de la Cruz Roja que jamás ha tenido y a Castro recuperar aquellos tiempos de alumno de los jesuitas en los que era un atleta físico y mental. Por ejemplo, escribía artículos contra la nefasta enseñanza pública y en favor de la privada y religiosa.
Pero pocos confían en que el cardenal negociador consiga otra cosa que demostrar los propósitos pacificadores de la Iglesia católica. Estados Unidos no quiere que nada ni nadie le prive de esta guerra y les tienen más miedo a los cascos azules o a los cardenales que a los soldados iraquíes. Es su guerra, la que después de la operación policiaca contra Afganistán, le va a permitir un control estratégico de zona del que las grandes potencias carecían desde la Segunda Guerra Mundial. La garita israelí en su sitio, cautivo y secuestrado el ejército talibán, desvertebrado Irak después de la futura guerra, Washington se asegura el dominio del lago de petróleo que subyace en la zona y establece una frontera militar e ideológica frente a China con la ayuda de las repúblicas islámicas de Asia central y con el modelo turco como referente privilegiado. Si la capacidad automodernizadora de Turquía era un canon a seguir por casi todas las repúblicas islámicas ex soviéticas, la reciente victoria del islamismo moderado y proestadunidense en Turquía representa la síntesis deseada para desarticular el islamismo reivindicativo y para establecer trincheras adecuadas a las próximas guerras frías o calientes.
Salvo en el vocabulario de pacifistas o de simples negadores de la validez de esta guerra, las consideraciones humanitarias han desaparecido totalmente. Desde la del Golfo, Estados Unidos y sus aliados han conseguido borrar la muerte propia y ajena del imaginario bélico y han convertido la guerra en simple operación de desgaste de la capacidad agresiva del enemigo. Nadie sabe todavía cuántos iraquíes murieron en la guerra del Golfo, ni cuántos yugoslavos en la de Kosovo, y en cuanto a Afganistán ni siquiera se divulgó la consecuencia de la matanza de presos talibanes en las cárceles dirigidas por sus opositores y controladas por el ejército estadunidense. ƑDónde están los testimonios del trato recibido por los supuestos terroristas secuestrados en Guantánamo? Ante algunas consideraciones pacifistas sobre los costes humanos de una guerra fríamente impuesta, Blair contestó que procurarían matar poca población civil y la paloma Powell recurrió al cálculo comparativo: Saddam Hussein ha hecho desaparecer o ha matado a más gente de la que puedan exterminar los misiles inteligentes del imperio del bien. Tergiversados los objetivos, falsificado el lenguaje, desvirtuada la imagen misma de la guerra, el siglo XXI estrena además el uso de la energía espiritual de la contradicción democrática. Noventa por ciento de los turcos están en contra de la guerra, pero su gobierno pasa por encima de esta constatación. En España hasta 80 por ciento de la población no quiere la contienda, pero Aznar utiliza su mayoría absoluta para no asumir ninguna objeción. Las proporciones de ciudadanía antibelicista son similares en Italia y Reino Unido, pero Berlusconi y Blair no respetarán ese estado de conciencia popular abstencionista. ƑCómo y por qué?
En algunos casos la mayoría parlamentaria permite a los gobiernos imponer la decisión bélica y en otros casos una simple mayoría relativa será articulada e instrumentalizada para que pueda convocar mayor o menor compromiso con los objetivos militares estadunidenses. La administración Bush ha rechazado cualquier injerencia significativa y ha tolerado dejar algún tiempo para la inspección en manos de la ONU, consciente de que nada ni nadie le iba a impedir el uso de los siete portaviones que ya operan en el golfo Pérsico. Como es previsible que la guerra sea ganada con cierta rapidez, que esta vez se consiga la caída de Saddam Hussein sin que se le permita huir en moto como al jefe de los talibanes, que los beneficios obtenidos con la victoria vayan desde una constatable revitalización de la economía estadunidense y su zona de influencia, así como la segura explotación de petróleos y gasoductos implicados en la zona de dominación, se presume que dentro de seis meses los opositores a la guerra se habrán reducido, minimizado, autodesconvocado y volverán a ejercer como consumidores de políticas posibles, incluso como votantes de formaciones políticas ahora belicistas. Ya no se puede hablar de la memoria colectiva con la gravedad empleada hace 50 años. La memoria colectiva padece continuados bombardeos informativos y apenas si tiene tiempo de seleccionar y almacenar lo necesario frente a lo superfluo. ƑQuién ha recordado ahora que el ejército de Irak fue presentado como el cuarto mundial ante la guerra del Golfo y luego se constató que quizá el cuarto lugar lo ocupaba si empezábamos a contar por la cola? ƑQuién ha planteado que todo el armamento, supuestamente en poder de Saddam Hussein, le fue facilitado por Estados Unidos, Francia, Inglaterra o Alemania cuando se trataba de aplicar la guerra bioquímica, por ejemplo, a los iraníes? ƑQuién tuvo suficiente memoria para recordar que los talibanes fueron alimentados islámica, económica y militarmente por Estados Unidos y Pakistán para luchar contra el peligro soviético en una fase decisiva de la guerra fría?
Es posible que las movilizaciones por la paz generalizadas el 15 de febrero ayuden a radicalizar el frente crítico que en todo el mundo está creando la desfachatez operativa del capitalismo multinacional, desfachatez que le lleva a controlar al mismísimo gobierno de Estados Unidos mediante validos que representan intereses parabelicistas financieros e industriales. Los vínculos entre poder económico y político establecidos en los campos de golf, según Wrigth Mills en La elite del poder, reflejaban una situación de cinismo a la medida de la guerra fría que parecerían ingenuos 50 años después, cuando de lo que se trata es de conseguir o bien una justicia infinita o una libertad duradera universales. Faltaría la elaboración de una elite del poder actualizada, como uno de los instrumentos para comprender lo lejos que estamos de que tenga cierta potencialidad la propuesta neozapatista de que el poder debe mandar obedeciendo, según los proyectos y necesidades de la sociedad civil.