De cómo el prejuicio quiere ser diagnóstico y terapia
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In memoriam Francisco del Pozo
Carlos Monsiváis En los años recientes de México, ningún fenómeno social y médico ha sido tan ignorado, disminuido y colmado de hipótesis aberrantes como el sida. Ante la pandemia, los medios informativos y la sociedad han respondido a partir del prejuicio, que minimiza y busca inhibir el compromiso ético y las responsabilidades de gobierno. Sólo dificultosamente, y gracias muy fundamentalmente a los activistas y no demasiados funcionarios y periodistas, el panorama se ha modificado parcialmente. "Ellos se lo buscaron" En 1984 empieza a divulgarse la enfermedad con cierto retraso. Se le llama el "cáncer gay", o "cáncer rosa", y el adjetivo consolida el prejuicio. El AIDS, el sida, es el rayo de la devastación que lo trastoca todo en la etapa de creencia incondicional en las bondades de la medicina y de creencia de un sector en "la revolución sexual". Se informa poco, con incredulidad y algo de sorna. 1985 es un año definitorio. El actor de cine Rock Hudson anuncia: "Tengo sida" y el escándalo mediático desemboca en la imposibilidad de ya no darse por enterado. Se desatan las revelaciones sucesivas, las muertes de los famosos anuncian la tragedia de cientos de miles y se inicia otra percepción del tema. No hay todavía un compromiso moral de la sociedad y mucho menos de los gobiernos. Durante sus ocho penosos años el gobierno de Ronald Reagan hace lo imposible por no entender y por no actuar. Ya es una gran hazaña de Reagan llamar por teléfono a Rock Hudson y hasta allí le alcanza su apertura de criterio (supongo que el teléfono se desinfectó antes y después). La derecha cree llegado el momento de arrasar a "los pervertidos", y se desata la alarma. Los periodistas, sin siquiera la información ya disponible, diseminan los rumores más enconados. Tener sida en la perspectiva de los Medios, es sufrir la muerte civil que anticipa por pocos meses a la otra, un tanto más definitiva. En 1987 el sida es un motivo de terror. Un joven se ahorca en el Centro Médico, y en un periódico, en este tema el más solidario, se publica una caricatura que dice "Sui-sida", así con s. En 1990, Televisa intenta hacer una campaña de anuncios sobre el condón. Un grupo de empresarios, comandados por el señor Lorenzo Servitje, se opone y amenaza con un boicot. La campaña se suspende. El prejuicio domina la primera etapa, enloquece a muchísimos enfermos y enferma la información. Las anécdotas se prodigan. Por ejemplo, en el estado de México un adolescente asesina a un cura porque intentó transmitirle el sida. En Tijuana, un joven infectado entra en una iglesia y destruye un crucifijo porque "Cristo no le atendió". Los suicidas y las escenas de gran intolerancia abundan, y las familias urden pretextos y se enlazan en la red de "mentiras piadosas". Se extiende en los Medios la descripción del sida como enfermedad moral. Como operación de asepsia, se enfrenta la pandemia con estadísticas, técnica aún ahora prevaleciente, y con andanadas de amarillismo. Una pareja de jóvenes ecuatorianos infectados se lanza desde el Empire State. La nota de Alerta es lo más estúpido concebible: "Tortilla de jotos". Se alucina en las publicaciones amarillistas, que incluso celebran esa gran manifestación del prejuicio, los crímenes de odio por homofobia. El término crímenes de odio, muy reciente en algunos Medios, se divulga gracias a dos casos muy notables en Estados Unidos: una joven, Teena Brandon, que se hace pasar por muchacho, es asesinada brutalmente por una pandilla de homófobos. Sobre el caso se filma Boys don't Cry y un documental. Y repercute enormemente el asesinato de Mathew Shepard, estudiante de una población pequeña de Estados Unidos, que liga a dos jóvenes en un bar. En un sitio solitario Matt es golpeado, empalado, y abandonado como un espantapájaros. Hay ya un documental y un psicodrama al respecto. La protesta de la comunidad gay y las asociaciones de derechos humanos obliga al presidente Clinton a instalar una Comisión de Crímenes de Odio. Actualmente hay un debate en los estados de la Unión Americana para aprobar o no la especificidad penal de los crímenes de odio. Ya un buen número lo ha hecho. En México se producen al año por lo menos cien crímenes de odio por homofobia. La cifra no es precisa, por el miedo y la vergüenza de las familias, aterradas ante el escándalo. Además, en el trato judicial de los crímenes de odio, los perseguidos son los amigos de la víctima y los familiares. Los chantajes son "el método de investigación". En Torreón, en 2000 y 2003 se victima a dos sacerdotes católicos. Si el asunto se ha divulgado es a la luz del escándalo mundial de la pederastía en el clero, no por tratarse de crímenes de odio. El sida y la seguridad nacional En 2002, la Secretaría de Relaciones Exteriores declara el sida "un problema de seguridad nacional", y esto lo corrobora la Secretaría de Salud. Sin embargo, los Medios no toman en cuenta la declaración y la desaparecen, por el motivo evidente: la adhesión de los periodistas al prejuicio. No sólo es una enfermedad ligada con el sexo, sino ligada a los homosexuales, de suyo condenables. De ampliar los Medios su información sobre el sida, se combatiría a fondo el amarillismo, esa invención morbosa de noticias que equivale a un programa de linchamiento moral. Y el amarillismo va de la burla y la condena a los gays a sólo informar a través de cifras espeluznantes o de anuncios tranquilizadores, del tipo de "La epidemia está bajo control". El amarillismo no ve en la enfermedad a una tragedia internacional, sino a lo que les ocurre a los marginales. Los Medios eligen el culto a las estadísticas mortuorias y el abandono específico del tema, y dejan a que cada persona infectada, a cada familia afectada, y a los cientos de miles que se infectarán de no darse las campañas responsables, librados a la ignorancia y los sentimientos de culpa y autocastigo. A los Medios les corresponde informar de modo sistemático, y politizar a fondo la pandemia. En el sentido de indicar la responsabilidad, por ejemplo, de la Secretaría de Gobernación y la Presidencia de la República. Es preciso advertir sobre la catástrofe inevitable de no asumir los gobiernos su tarea. Y los grupos de derechos humanos deben presionar y señalar la falta de medidas preventivas y de trato responsable a los enfermos como el problema más grave de derechos humanos en el país. La desinformación impulsa la tragedia. Hay un caso monstruoso, el del banco de sangre de Pemex, por cuyas culpas hace más de una década se infectaron trabajadores. La mera cifra demandaba una atención nacional. No sucede así y el caso desaparece. Hay unos reportajes de Miguel Reyes Razo en Excélsior, muy buenos, y no más. ¿Qué pasó con las demandas a Pemex? ¿Cuánto les pagaron? ¿Cómo murieron? Las respuestas se ocultan. Moralmente, este hecho me parece más grave que el Pemexgate. ¿Quién lo tomó en cuenta? Las palabras y las fosas En la década de 1990 el sida no es ocultable, al ser el motivo de la muerte de personalidades, Rock Hudson, Tony Perkins, Michel Foucault, Derek Jarman, Reynaldo Arenas, Severo Sarduy, Rudolf Nureyev, etcétera. Una consecuencia de la epidemia, y los miles de famosos muertos, es la introducción en los Medios de un término: homofobia, el odio irracional a los homosexuales, no simplemente al temor pues cada quien tiene derecho a la antipatía hacia los homosexuales o los filatelistas, sino el odio irracional y sus consecuencias temibles, no excepcionalmente funerarias. En los Medios la aparición de algunos términos modifica positivamente la situación social. El más notable: gay. Antes se usaba "mujercitos", "maricones", "desviados", "putos", "jotos". El término gay, al nombrar una zona de comportamiento multitudinario, disminuye considerablemente el prejuicio y da idea de hasta qué punto aún pertenecemos a sociedades nominalistas, afincadas en las palabras. Sexismo, perspectiva de género, equidad de género, son términos que volatilizan un buen número de los prejuicios en torno al feminismo. Mujeres que jamás se hubiesen asumido como feministas ahora trabajan y se manifiestan en función de la perspectiva de género. En gran medida, este avance se debe a la fuerza de las palabras clave que crean campos semánticos de acción, de comprensión y de desafío al prejuicio. Los derechos humanos a prueba El prejuicio se sustenta en la incapacidad de la derecha de ponerse al día. El Partido Acción Nacional, en su programa, en el artículo 13 sobre derechos de la familia, habla de la asistencia posible a las familias golpeadas por el sida y aboga por una verdadera prevención de la enfermedad basada en criterios éticos, los únicos aptos para impedir la infección y frenar su difusión. Es increíble: "las formas de asistencia posible a las familias". ¿Y a los enfermos? Esos ya ni modo. ¿Y qué hacen los Medios al respecto? Ni siquiera se fijan. Ahora el PAN habla de añadir al organigrama del Gabinete Presidencial a la Secretaría de la Familia. ¿Qué preguntan o qué investigan los Medios al respecto? La propuesta es oscura, porque una vez más no hay personas, sólo "la familia". ¿Y cuál es "el criterio ético" en materia de una enfermedad? La ética es la ética médica, no hay otra que le contrarreste. Sin especificar, todo queda en manos de la intolerancia, el instrumento psicológico y conductual del prejuicio. Por eso se habla de los sidosos, y se dice que ellos se lo buscaron, etcétera. El responsable mayor ante la pandemia es el gobierno, pero también los Medios y la sociedad; la información disponible no es suficiente. Los jóvenes se siguen infectando, los migrantes llegan infectados de Estados Unidos e infectan a sus mujeres. Ya la Secretaría de Salud avisa de la reducción considerable del porcentaje de recién nacidos infectados, pero el proceso informativo es aún precario. Basta ver los anuncios televisivos. En el muy celebrado anuncio de clavijas, Pedro va con Juana y Jorge va con María, y Juan va con Mercedes y así hasta llegar a un personaje gay que se infecta. El anuncio es muy bonito y muy inútil, porque deposita en el azar la suerte de quiénes deberían estar prevenidos, y cambia el conocimiento por la buena suerte. Confiar en el azar es desviar el tema, culpabilizando una vez más a la víctima. Recapitulo: el sida en los Medios sólo ha merecido
la atención distraída. Generalizo, hay excepciones loables,
pero por lo común no se le toma muy en serio. El prejuicio hace
las veces de muralla protectora de las más graves limitaciones de
la sociedad. Y los gobiernos actúan muy precavidamente para no enfrentarse
a un aliado poderoso y un enemigo más que significativo, el clero
católico y la derecha adjunta. Como nunca, el tema de los derechos
humanos es lo más importante en la vida internacional. Y la política
de ocultamiento y distorsión de los hechos vigoriza la campaña
contra los derechos humanos que en el caso de sida ya alcanza el nombre
acumulativo de genocidio.
Versión editada de la ponencia El lenguaje cotidiano
de los medios como vehículo central de la discriminación
en México, presentada en el seminario "Medios, miedo y fobias",
en el Instituto de Liderazgo Simone de Beauvoir, el 28 de febrero de 2003.
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