Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 6 de abril de 2003
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Mundo
GUERRA CONTRA IRAK

Comenzó la lucha final por la capital entre tropas iraquíes y angloestadunidenses

Se convierten los suburbios de Bagdad en campos de batalla

Los policías de la ciudad, enviados al frente; desfilaron en camionetas y con sus rifles Kalashnikov

Intensos preparativos para defender la urbe casa por casa; el cerco enemigo, cada vez más estrecho

ROBERT FISK ENVIAD0 ESPECIAL THE INDEPENDENT

Bagdad, 5 de abril. Junto a la carretera, el vehículo blindado iraquí seguía ardiendo, y una nube de humo gris azuloso se levantaba desde los árboles de plátano bajo los cuales se habían ocultado sus ocupantes. Dos camiones se habían incendiado al otro lado del camino. Los helicópteros Apache estadunidenses se habían ido pocos minutos antes de mi llegada.

Un escuadrón de soldados, pe-cho a tierra, preparaban un arma antiaérea en el pavimento invadido por la maleza, apuntándola hacia la desierta avenida de entrada al aeropuerto en espera de los primeros tanques estadunidenses.

Luego vi cuerpos de iraquíes que formaban un alto montón en la caja de una camioneta pick-up, con las botas militares colgando de la borda trasera, y un soldado sentado entre ellos con un rifle automático en la mano.

Junto a la carretera, otro grupo de soldados apilaba granadas de las impulsadas por cohetes junto a una hilera de accesorías vacías, mientras el suelo vibraba bajo nuestros pies con el impacto de los bombazos estadunidenses y el fuego de artillería. La zona se llama Qadisiya. Es la última línea frontal iraquí.

Así fue como la batalla por Bagdad entró este sábado en sus primeras horas, una lucha que promete ser sucia y cruel. Hasta la policía de la ciudad fue enviada al frente; sus oficiales desfilaron por las calles del centro en una flotilla de camionetas panel y agitaban junto a las ventanillas sus recién recibidos rifles Kalashnikov.

Caos frenético

¿Qué se puede decir de este caos frenético, impersonal y, sí, heroico? Un camión atestado con más de cien combatientes iraquíes, muchos en uniforme azul, todos con rifles que refulgían al sol de la mañana, pasó a toda velocidad a mi lado rumbo al aeropuerto.

Algunos hicieron la señal de la victoria en dirección a mi automóvil -confieso que iba yo a 145 kilómetros por hora-, pero por supuesto uno tenía que preguntarse qué les diría el corazón. "En línea para morir", fue la frase que me vino a la mente.

Tres kilómetros más allá, en el hospital Yarmouk, los médicos aguardaban en el estacionamiento con los overoles manchados de sangre; ya habían atendido al primer grupo de bajas militares.

Unas horas después un ministro iraquí diría al mundo que la Guardia Republicana había retomado el aeropuerto de manos de los estadunidenses, que estaba bajo fuego pero había obtenido "una gran victoria".

En los alrededores de Qadisiya, sin embargo, el panorama era distinto. Los tanquistas forzaban la máquina de sus T-72 por la carretera para colocarlos más allá de los principales patios ferrocarrileros de Bagdad, en un convoy formado por transportes blindados de personal y jeeps, rodeado por el humo azuloso de los escapes.

Los T-82, más modernos, últimos de la flota de tanques de fabricación soviética, estaban es-tacionados a lo lejos, en la plaza Jordania, con un puñado de ca-miones blindados de transporte.

Los estadunidenses se acercaban. Afirmaban estar en los suburbios interiores de Bagdad, lo cual es falso. Estoy seguro de que esa versión se ideó para infundir pánico y provocar vulnerabilidad entre los iraquíes.

Verdaderas o falsas, las versiones fallaron en su intención. Entre vastos campos de arena, polvo y palmares vi baterías de misiles an-tiaéreos Sam-6 y multitud de lanzacohetes Katyusha en espera del avance estadunidense.

Los soldados que estaban entre los aparatos se veían relajados, al-gunos fumaban cigarrillos a la sombra de las palmeras o tomaban jugo de frutas que les llevaban los residentes de Qadisiya cuyos hogares -el cielo los ampare- es-tán ahora en la línea de fuego.

Pero luego se acercó por el frente de mi vehículo una camioneta pick-up blanca de marca japonesa. Al principio creí que los soldados que venían en la caja estaban dormidos, cubiertos con sábanas para no tener frío.

Pero yo había abierto la ventanilla para refrescarme en este clima de verano precoz y me di cuenta de que los militares -eran unos 15 en el pequeño compartimiento- venían unos sobre otros, todos con las botas militares negras balanceándose sobre la borda trasera.

Los dos soldados vivos que ve-nían en los vehículos estaban sentados con los pies apretados entre los cadáveres. Así fue, pues, como las primeras víctimas del fuego estadunidense de este día marcharon hacia su descanso eterno.

"Hoy atacamos nosotros", anunciaría una hora después el ministro de Información, Mohammed al Sahaf, y leyó una lista de "victorias" iraquíes para sostener la moral de su nación.

Siete tanques británicos o estadunidenses destruidos en los alrededores de Basora, un avión y cuatro transportes blindados estadunidenses de personal destruidos cerca de Bagdad. En el aeropuerto, los militares iraquíes "enfrentaron al enemigo y lo destruyeron". O eso nos dijeron.

Fuerza "amiga"

Bueno, un amigo iraquí que vive cerca del aeropuerto me dijo que había visto un tanque en llamas, el cual tenía una letra V negra pintada en el costado.

La V es el símbolo estadunidense de "fuerza amiga", con el fin de evitar que los pilotos bombardeen por error a sus propios soldados. Así que debió de haber sido un tanque estadunidense.

Pero esta vez Sahaf se pasó de optimista. Sí, dijo a los reporteros en Bagdad, Doura está a salvo, Qadisiya también, al igual que Yarmouk. "Vayan a ver ustedes mismos", desafió.

Los funcionarios del Ministerio de Información estaban pálidos. Y cuando los periodistas fueron en-viados en autobuses a esta aventura de confianza excesiva, se les ne-gó la entrada al hospital Yarmouk y de hecho se dio la orden terminante de devolverlos a su hotel.

Sin embargo, un anterior recorrido de 35 minutos realizado hoy por los suburbios sometidos a fuego de artillería mostró algo: que los iraquíes, al menos hasta el anochecer, se preparaban para combatir al invasor.

Encontré su artillería de 155 mi-límetros en el centro de la ciudad, cerca de las líneas ferroviarias. Incluso un camión remolcaba una pieza de artillería por la calle Abu Nawas, y los soldados que iban en él levantaban sus rifles y lanzaban vítores a Saddam Hussein.

Y todo el día continuaron las incursiones aéreas. Entre el humo y el polvo se vuelven confusos to-dos estos nuevos objetivos y nuevos sitios de devastación. Esos escombros grisáceos en Karada, ¿son de un edificio que cayó hoy o fue derribado la semana pasada? La estación telefónica sufrió otro ataque, al igual que el centro de comunicaciones en Yarmouk.

Y luego noté, a lo largo de la línea frontal donde los soldados iraquíes se preparaban para volverse héroes, "mártires" o sobrevivientes -esto último un resultado infinitamente preferible para cualquier soldado en su sano juicio-, cómo se habían cavado pe-queños cráteres en las jardineras de los camellones.

Así, muy poco a poco, los su-burbios de Bagdad se convierten en campos de batalla.
 
 

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya

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