GUERRA CONTRA IRAK
Comenzó la lucha final por la capital entre
tropas iraquíes y angloestadunidenses
Se convierten los suburbios de Bagdad en campos de
batalla
Los policías de la ciudad, enviados al frente;
desfilaron en camionetas y con sus rifles Kalashnikov
Intensos preparativos para defender la urbe casa por
casa; el cerco enemigo, cada vez más estrecho
ROBERT FISK ENVIAD0 ESPECIAL THE INDEPENDENT
Bagdad, 5 de abril. Junto a la carretera, el vehículo
blindado iraquí seguía ardiendo, y una nube de humo gris
azuloso se levantaba desde los árboles de plátano bajo los
cuales se habían ocultado sus ocupantes. Dos camiones se habían
incendiado al otro lado del camino. Los helicópteros Apache
estadunidenses se habían ido pocos minutos antes de mi llegada.
Un escuadrón de soldados, pe-cho a tierra, preparaban
un arma antiaérea en el pavimento invadido por la maleza, apuntándola
hacia la desierta avenida de entrada al aeropuerto en espera de los primeros
tanques estadunidenses.
Luego vi cuerpos de iraquíes que formaban un alto
montón en la caja de una camioneta pick-up, con las botas
militares colgando de la borda trasera, y un soldado sentado entre ellos
con un rifle automático en la mano.
Junto a la carretera, otro grupo de soldados apilaba granadas
de las impulsadas por cohetes junto a una hilera de accesorías vacías,
mientras el suelo vibraba bajo nuestros pies con el impacto de los bombazos
estadunidenses y el fuego de artillería. La zona se llama Qadisiya.
Es la última línea frontal iraquí.
Así fue como la batalla por Bagdad entró
este sábado en sus primeras horas, una lucha que promete ser sucia
y cruel. Hasta la policía de la ciudad fue enviada al frente; sus
oficiales desfilaron por las calles del centro en una flotilla de camionetas
panel y agitaban junto a las ventanillas sus recién recibidos rifles
Kalashnikov.
Caos frenético
¿Qué
se puede decir de este caos frenético, impersonal y, sí,
heroico? Un camión atestado con más de cien combatientes
iraquíes, muchos en uniforme azul, todos con rifles que refulgían
al sol de la mañana, pasó a toda velocidad a mi lado rumbo
al aeropuerto.
Algunos hicieron la señal de la victoria en dirección
a mi automóvil -confieso que iba yo a 145 kilómetros por
hora-, pero por supuesto uno tenía que preguntarse qué les
diría el corazón. "En línea para morir", fue la frase
que me vino a la mente.
Tres kilómetros más allá, en el hospital
Yarmouk, los médicos aguardaban en el estacionamiento con los overoles
manchados de sangre; ya habían atendido al primer grupo de bajas
militares.
Unas horas después un ministro iraquí diría
al mundo que la Guardia Republicana había retomado el aeropuerto
de manos de los estadunidenses, que estaba bajo fuego pero había
obtenido "una gran victoria".
En los alrededores de Qadisiya, sin embargo, el panorama
era distinto. Los tanquistas forzaban la máquina de sus T-72
por la carretera para colocarlos más allá de los principales
patios ferrocarrileros de Bagdad, en un convoy formado por transportes
blindados de personal y jeeps, rodeado por el humo azuloso de los
escapes.
Los T-82, más modernos, últimos de
la flota de tanques de fabricación soviética, estaban es-tacionados
a lo lejos, en la plaza Jordania, con un puñado de ca-miones blindados
de transporte.
Los estadunidenses se acercaban. Afirmaban estar en los
suburbios interiores de Bagdad, lo cual es falso. Estoy seguro de que esa
versión se ideó para infundir pánico y provocar vulnerabilidad
entre los iraquíes.
Verdaderas o falsas, las versiones fallaron en su intención.
Entre vastos campos de arena, polvo y palmares vi baterías de misiles
an-tiaéreos Sam-6 y multitud de lanzacohetes Katyusha
en espera del avance estadunidense.
Los soldados que estaban entre los aparatos se veían
relajados, al-gunos fumaban cigarrillos a la sombra de las palmeras o tomaban
jugo de frutas que les llevaban los residentes de Qadisiya cuyos hogares
-el cielo los ampare- es-tán ahora en la línea de fuego.
Pero luego se acercó por el frente de mi vehículo
una camioneta pick-up blanca de marca japonesa. Al principio creí
que los soldados que venían en la caja estaban dormidos, cubiertos
con sábanas para no tener frío.
Pero yo había abierto la ventanilla para refrescarme
en este clima de verano precoz y me di cuenta de que los militares -eran
unos 15 en el pequeño compartimiento- venían unos sobre otros,
todos con las botas militares negras balanceándose sobre la borda
trasera.
Los dos soldados vivos que ve-nían en los vehículos
estaban sentados con los pies apretados entre los cadáveres. Así
fue, pues, como las primeras víctimas del fuego estadunidense de
este día marcharon hacia su descanso eterno.
"Hoy atacamos nosotros", anunciaría una hora después
el ministro de Información, Mohammed al Sahaf, y leyó una
lista de "victorias" iraquíes para sostener la moral de su nación.
Siete tanques británicos o estadunidenses destruidos
en los alrededores de Basora, un avión y cuatro transportes blindados
estadunidenses de personal destruidos cerca de Bagdad. En el aeropuerto,
los militares iraquíes "enfrentaron al enemigo y lo destruyeron".
O eso nos dijeron.
Fuerza "amiga"
Bueno, un amigo iraquí que vive cerca del aeropuerto
me dijo que había visto un tanque en llamas, el cual tenía
una letra V negra pintada en el costado.
La V es el símbolo estadunidense de "fuerza amiga",
con el fin de evitar que los pilotos bombardeen por error a sus propios
soldados. Así que debió de haber sido un tanque estadunidense.
Pero esta vez Sahaf se pasó de optimista. Sí,
dijo a los reporteros en Bagdad, Doura está a salvo, Qadisiya también,
al igual que Yarmouk. "Vayan a ver ustedes mismos", desafió.
Los funcionarios del Ministerio de Información
estaban pálidos. Y cuando los periodistas fueron en-viados en autobuses
a esta aventura de confianza excesiva, se les ne-gó la entrada al
hospital Yarmouk y de hecho se dio la orden terminante de devolverlos a
su hotel.
Sin embargo, un anterior recorrido de 35 minutos realizado
hoy por los suburbios sometidos a fuego de artillería mostró
algo: que los iraquíes, al menos hasta el anochecer, se preparaban
para combatir al invasor.
Encontré su artillería de 155 mi-límetros
en el centro de la ciudad, cerca de las líneas ferroviarias. Incluso
un camión remolcaba una pieza de artillería por la calle
Abu Nawas, y los soldados que iban en él levantaban sus rifles y
lanzaban vítores a Saddam Hussein.
Y todo el día continuaron las incursiones aéreas.
Entre el humo y el polvo se vuelven confusos to-dos estos nuevos objetivos
y nuevos sitios de devastación. Esos escombros grisáceos
en Karada, ¿son de un edificio que cayó hoy o fue derribado
la semana pasada? La estación telefónica sufrió otro
ataque, al igual que el centro de comunicaciones en Yarmouk.
Y luego noté, a lo largo de la línea frontal
donde los soldados iraquíes se preparaban para volverse héroes,
"mártires" o sobrevivientes -esto último un resultado infinitamente
preferible para cualquier soldado en su sano juicio-, cómo se habían
cavado pe-queños cráteres en las jardineras de los camellones.
Así, muy poco a poco, los su-burbios de Bagdad
se convierten en campos de batalla.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya