Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 6 de abril de 2003
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Sociedad y Justicia

Armando Bartra

Diez propuestas para un nuevo pacto entre el campo y la ciudad

Durante el siglo XX la relación agricultura-industria siempre fue asimétrica y desfavorable para el campo, pero en los años 80 el viraje neoliberal rompió totalmente la complementariedad entre el México urbano y el México rural, al emprender una integración económica con Estados Unidos en la que el gran perdedor sería nuestro sector agropecuario. Este es el origen de la gran crisis que nos conmueve, y ahí deben operarse los cambios.

1. Para sentar las bases del debate rural es necesario reconocer que el agrocidio en curso fue premeditado y alevoso.

La destrucción de la agricultura mexicana -particularmente la campesina y de mercado interno- fue intencional, no resultado de torpezas o circunstancias. Las políticas desreguladoras de los años 80 dejaron saldos comerciales negativos y a principios de los 90 todos los estudios anunciaban una catástrofe rural por el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Entonces, no dejar fuera cuando menos al maíz y al frijol -como sí lo hizo Canadá con lácteos y aves- fue intencional, y junto con los cambios al 27, la reducción del gasto público y la cancelación de políticas de fomento, buscaba encoger al campo en términos de producción, empleo y demografía. También pretendía acabar con la comunidad agraria y la cultura campesina e indígena, como parte de un cambio de identidad que nos haría modernos por la vía de integrarnos con el norte. Pero el acelerado crecimiento de la industria y los servicios que darían empleo a los desplazados del campo no ocurrió, de modo que el deterioro económico se transformó en deterioro social y la crisis rural devino crisis nacional.

2. Para recuperar el proyecto de país hay que rectificar la ruta antiagraria, anticampesina y antinacional impuesta por los neoliberales.

Cambiar el curso suicida en que nos metieron los gobiernos priístas significa reconocer que el agrocidio fue premeditado y romper expresamente con esa línea. No queremos ajustes menores ni darle aún más tiempo a las políticas neoliberales, que ya llevan dos décadas de estropicios. Nos hace falta un nuevo modelo de desarrollo que rescate al campo y a los campesinos en términos de economía, sociedad, medio ambiente y cultura. No es posible volver atrás, a las políticas clientelares y la corrupción. Necesitamos un nuevo pacto entre el México urbano y el rural y, en este contexto, un nuevo trato entre el Estado y los campesinos.

3. Para restaurar el México rural es necesario reconocer, ponderar y retribuir la multifuncionalidad de los campesinos.

La base de los cambios que demandan los pequeños y medianos agricultores está en reconocer las múltiples y decisivas funciones del campo en las tareas del desarrollo, lo que algunos llaman externalidades positivas, en forma de servicios sociales, ambientales y culturales, porque los campesinos no quieren compasión ni piden limosnas. Los campesinos tienen compromisos económicos, sociales, ambientales y culturales con la nación y quieren cumplirlos, pero para hacerlo necesitan condiciones adecuadas que hoy no existen.

4. Para reactivar e integrar las cadenas productivas se deben fomentar la pequeña y mediana producción campesina y las agroindustrias y comercializadoras asociativas.

Las funciones económicas del campo no se miden sólo por el peso del sector agropecuario en el producto interno bruto. Si éste es pequeño y disminuye no es tanto porque caigan los volúmenes de la producción como porque decrecen sus precios relativos. Los campesinos cada vez dan más y reciben menos. Y el sesgo antiagrícola de la economía se profundiza al devaluarse los cereales básicos por importaciones de dumping y depreciarse las materias primas de exportación por sobreoferta inducida y prácticas comerciales monopólicas y especulativas. Pero al caer los precios se desalienta el cultivo y disminuye físicamente la producción. El círculo vicioso se origina en un mercado agropecuario mundial asimétrico, politizado y controlado por trasnacionales y grandes potencias, que no tiene nada que ver con el "libre comercio". Y romperlo supone decisiones de Estado en el sentido de proteger del comercio desleal y abusivo a un sector de la producción que aun en términos económicos pesa más de lo que parece, si tomamos en cuenta los valores reales de las cosechas y su efecto multiplicador horizontal y vertical sobre la industria de insumos y maquinaria, la transformación, los servicios y el comercio.

5. Para recuperar la soberanía alimentaria hace falta fomentar la producción campesina de granos y otros básicos.

El valor de la producción agropecuaria no se mide sólo en volúmenes y precios, pues se trata en gran medida de alimentos de los que depende la subsistencia de la población. Si es malo no producir máquinas, energía o materias primas, no cosechar los alimentos básicos nos pone en riesgo como nación. Garantizar la autosuficiencia en básicos y la seguridad alimentaria -como hacen las economías más poderosas- es indispensable para países pobres y dependientes, que de otra manera estaremos de rodillas ante los dictados del imperio. Esta capacidad se perdió cuando los tecnócratas sacrificaron la agricultura en nombre de la globalización. Entonces, recuperar para el Estado mexicano la soberanía alimentaria -entendida como capacidad de garantizar la producción y el acceso a los bienes básicos de consumo- es componente fundamental del nuevo modelo de desarrollo que necesitamos.

6. Para frenar el éxodo rural y recuperartoluca-maiz-fumigan-nino3 la soberanía laboral hay que impulsar una agricultura doméstica y asociativa intensiva en trabajo.

En el campo vive uno de cada cuatro mexicanos y en la agricultura trabaja uno de cada cinco, de modo que continuar desmantelándolo significa descobijar a una cuarta parte de los compatriotas que el resto de la economía -estancada por lustros- no puede absorber. Reactivar la agricultura campesina es cuestión de soberanía y seguridad laborales, pues un país incapaz de emplear dignamente a la mayoría de sus ciudadanos y atenido a las circunstancias económicas y políticas de quien recibe a sus migrantes es una nación minusválida. No queremos una economía que sólo le produzca utilidades al capital, también necesitamos que le genere empleo e ingresos al trabajador. Y eso es lo que ha hecho y puede seguir haciendo nuestra agricultura si no se empecinan en destruirla, porque la mayor parte de los cultivadores mexicanos son pequeños campesinos obligados a sobrevivir en condiciones hostiles, que además aportan materias primas y alimentos al mercado y sustentan la mano de obra que la agricultura de riego y de plantación sólo emplea por temporadas.

7. Para contrarrestar la crisis ambiental habrá que impulsar una producción campesina amigable con la naturaleza.

Rico en recursos naturales hoy degradados y diversidad biológica que se pierde aceleradamente, México está al borde de una enorme crisis ambiental. El modelo de urbanización-industrialización es culpable, pero también una estrategia agrícola depredadora que dañó severamente tierra, agua, aire, flora y fauna. Pero si en sus etapas de expansión dicha estrategia destruyó ecosistemas, es aún más ecocida cuando la actividad rural remite. Despoblar el campo no es conservar la naturaleza, pues los ecosistemas se reproducen socialmente. Para restaurar los recursos y equilibrios perdidos hace falta restaurar también una economía campesina sustentable capaz de aprovechar sin destruir.

8. Para restablecer la convivencia en el agro hace falta devolver a los campesinos la confianza en un futuro digno.

La descomposición del tejido social es el saldo más doloroso de la crisis rural. La migración compulsiva, las estrategias de sobrevivencia delincuenciales, la agudización de los conflictos, la proliferación de grupos guerrilleros, la desconfianza en las instituciones, la ingobernabilidad hormiga, son procesos perversos que no remitirán mientras el campo siga siendo cárcel y condena para las nuevas generaciones rurales. Hay que restaurar la economía y la naturaleza, pero también las ilusiones. Y el desprecio a lo campesino, no sólo en las políticas sino en el discurso público, es parte del problema.

9. Para recuperar las raíces de nuestra identidad debemos dar viabilidad económica a la comunidad agraria, sustento mayor de nuestras culturas autóctonas y mestizas.

En el campo están nuestras raíces culturales. El México urbano perderá irremisiblemente su identidad si no se reconcilia con el México profundo, que es en gran medida el México rural. Pero no se trata de preservar reliquias arqueológicas, se trata de restaurar la vitalidad socioeconómica del campo como sustento de su vitalidad cultural. No convoco a nostalgias reaccionarias, que los jóvenes rurales son los primeros en rechazar. Propongo un México moderno, plural y abierto al mundo, pero que sea también un México indígena y campesino.

10. Para impulsar la democracia participativa hay que reconocer los derechos autonómicos de los pueblos indios.

Si a todo el país le faltan tradiciones democráticas, el campo ha sido territorio privilegiado del autoritarismo nacional. El México rural ha sido y es el México bronco, donde por norma general no se respetan las libertades civiles ni los derechos ciudadanos. El clientelismo corporativo es tradición acendrada de las organizaciones sociales y el caciquismo autoritario sigue predominando en los gobiernos locales. Si bien los ejércitos campesinos forjaron nuestra historia como país, en tiempos de paz se restablecieron en el agro los autoritarismos. La democracia es una gran asignatura pendiente del México rural. Desde hace rato los hombres del campo están empeñados en transformar profundamente nuestros sistemas de convivencia gremial y ciudadana, y en particular los pueblos indios han puesto la muestra de lo que puede ser una nueva socialidad democrática, participante y autogestiva. Pero el Estado se ha negado a reconocer constitucionalmente sus derechos autonómicos. Los campesinos reivindican la ley Cocopa como garante de los derechos de nuestra porción indígena, pero también como modelo de las autonomías cívicas, sociales y económicas que todos, indios y mestizos, estamos empeñados en construir.

Los hombres del campo han dicho basta. Ya no quieren ser caudal de votos, rebaño de acarreo, clientela caciquil, tema de oratoria, oportunidad de corruptos, objeto de asistencia y asunto folclórico. Los campesinos tienen una responsabilidad con el país y quieren cumplirla, pero también exigen un espacio digno en el futuro de México. Los campesinos quieren seguir cosechando alimentos sanos para todos los mexicanos, quieren seguir generando empleo e ingreso para millones de compatriotas; seguir cuidando los recursos naturales que nos dan aire puro, agua limpia, tierra fértil y diversidad biológica; mantener y desarrollar nuestra cultura y nuestros usos y costumbres, que son patrimonio de todos, e impulsar nuevas formas de convivencia democrática. Los campesinos quieren cumplirle a la nación, pero también necesitan que la nación les cumpla.

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