Ana María Aragonés
Triste historia para los migrantes
Lo que está haciendo Estados Unidos es simplemente el colofón de una estrategia que ha ido desarrollando pausada, que no calladamente, a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. Se concreta una política que ha ido, país por país, continente por continente, cerrando la pinza del dominio de la que se vislumbraba como potencia sustituta una vez que Inglaterra dejó de ser el poder hegemónico en la primera mitad del siglo pasado.
Estados Unidos se está consolidando como poder incontestable y avasallador, ya sin contrapesos, pues la Unión Europea dista mucho de ser el instrumento que le ponga un freno, a pesar de la inicial actuación de Francia y Alemania en el Consejo de Seguridad, que podía habernos hecho sentir alguna esperanza de que la ética se imponía, pues ya flaquearon al simplemente "desear que la guerra se acabe pronto para que se inicie la reconstrucción de Irak", sin exigir el cese al fuego.
Es claro que lo que vemos es que los países anteponen sus intereses económicos a cualquier otro, y con ello reconocen a Estados Unidos como la potencia que no tiene ninguna oposición, a pesar de la ilegalidad; de la utilización de armas de destrucción masiva, prohibidas por Naciones Unidas; del ataque indiscriminado contra objetivos civiles, con lo cual se coloca totalmente fuera de los acuerdos de Ginebra. Pero nada de eso importa, el mundo se lo traga.
Por ello, en relación con los trabajadores migratorios es fácil suponer que Estados Unidos hará lo que le parezca si así favorece sus intereses, y los migrantes seguirán siendo funcionales a su economía y a su política; es decir, a algunos los mantendrá como indocumentados, a otros bajo ciertos acuerdos para que continúen como trabajadores de segunda, a otros les otorgará la residencia permanente, etcétera. Los migrantes han satisfecho muy diversas necesidades del país vecino.
Una rápida cronología de la historia de algunas de las intervenciones de Estados Unidos y los contingentes migratorios no sólo nos pone en la perspectiva de su permanente afición a ser el policía del mundo, bajo cualquier justificación: comunismo, terrorismo, etcétera, y la poca, nula o ineficaz reacción en contrario, sino del porqué de su necesidad creciente de seres humanos: la guerra de Corea, Bahía de Cochinos (Cuba), crisis de los misiles con Cuba, la guerra de Vietnam, Granada, bombardeo a Libia, Panamá, Guatemala, Nicaragua, Haití, etcétera, etcétera.
Y los migrantes han sido y seguirán siendo importantes para la potencia hegemónica mundial. Recordemos que el Programa Bracero tiene su explicación, entre otras cosas por la necesidad de fuerza de trabajo de Estados Unidos por encontrarse en guerra con Corea. Y termina el acuerdo en 1964, que no la migración, pues desde ese momento los canales migratorios fluían sin tener ya ninguna necesidad de acuerdos y los números crecían sin detenerse: 453 mil 937 (1961-1970), 640 mil 294 (1971-1980), un millón 655 mil 843 (1981-1990), 2 millones 294 mil 421 (1991-2000), más los 4 millones de indocumentados.
No sólo los migrantes son trabajadores que ocupan puestos laborales que no interesan a los nativos, sino son también los pobres del ejército. Tal como señalan Jim Cason y David Brooks (La Jornada, 5 de abril) los soldados son reclutados de sectores marginados y los números, de acuerdo con el Washington Post, son apabullantes: 8.7 por ciento del ejército es de latinos, lo que a escala nacional corresponde a 12.9 por ciento de la población total.
Pero lo que hay que señalar es que los reclutados tienen que ser residentes permanentes, lo que se llama green card, y como Estados Unidos sólo ha iniciado su estrategia contra lo que llama el eje del mal es de suponer que continuará con su esfuerzo bélico y así veremos cómo los migrantes fluirán para sustituir a los que se van a la guerra, se incrementarán los polleros y, por supuesto, en la frontera los controles no serán más estrictos, para "hacerse de la vista gorda" y dejar pasar a los migrantes.