Néstor de Buen
El problema cubano
La primera impresión es que el gobierno cubano no pudo elegir peor momento para decidir la situación de los piratas que intentaron controlar un barco para pasarse al paraíso supuesto de Miami. La aplicación de la pena de muerte, que se antoja absolutamente excesiva para un delito menor, ha concedido a Estado Unidos un buen pretexto para convertirse, de repente, en defensor de los derechos humanos.
En un mundo en el que la acción concertada de Estados Unidos, Gran Bretaña y, en menor medida, España (šbueno!, el gobierno de Aznar, que no es lo mismo...), ha tratado de convencer de que hay peores criminales que los protagonistas de las invasión a Irak el tema cubano les ha dado un pretexto maravilloso, pero evidentemente insuficiente, para convertirse, los agresores infinitos, en vigilantes escrupulosos de los derechos humanos.
Una primera conclusión es que Fidel Castro, quizás tratando de seguir los pasos de los norcoreanos, ha incidido en la fórmula de retar a Estados Unidos sabiendo de sobra que su posición daría lugar a un santo pretexto para distraer al mundo del drama de Irak. Ahora el Consejo de Seguridad, ese recipiente inútil de la decrépita y moribunda Organización de Naciones Unidas, se divierte definiendo una declaración que colocaría a Cuba, a su gobierno por supuesto, como violador de los derechos humanos. Los países se regocijan ante la maravillosa oportunidad de que, una vez más, su voto en la ONU pueda ser propicio a Estados Unidos y, con ello, disimular un poco su previa, a veces sólo supuesta, oposición a la invasión de Irak.
No estoy de acuerdo, por supuesto, con ese fusilamiento que me parece, además de desproporcionado al delito cometido, un acto político absolutamente imprudente. Pero si se analiza a la luz de la práctica estadunidense, particularmente en ese estado de Texas en el que gobernó, para su desdicha, quien ahora gobierna para todo Estados Unidos, el señorito Bush, no se pueden invocar argumentos cuando su política interna ha sido, reiteradamente, la aplicación inclemente de la pena de muerte. De esa manera, el alegato en contra de Cuba del señor Colin Powell, quien ha perdido en muy poco tiempo el prestigio que adquirió de ser un hombre centrado, no tiene valor alguno. La aplicación de la pena de muerte ha sido en Estados Unidos una regla de conducta inalterable, casi siempre, con violación sistemática de los mínimos derechos humanos de los reos.
México no debería (escribo la tarde del jueves, sin noticias sobre el resultado de la reunión de Ginebra) dar un voto de censura en contra de una resolución judicial de otro país. Eso es meterse en un terreno ajeno, violentando la soberanía de Cuba, que permitiría a cualquier país criticar, que no le faltarían pretextos, cualquier resolución dictada por nuestros tribunales, incluyendo esa caricatura de tribunales que son las juntas de Conciliación y Arbitraje. Los procedimientos de la justicia son exclusivos de cada país.
Recuerdo que cuando discutíamos con estadunidenses y canadienses el Acuerdo de Cooperación Laboral de América del Norte, México se negó a aceptar que sus socios comerciales pudieran tener derecho a fiscalizar nuestros procedimientos, como en cambio lo pretendían los primeros. No lo lograron, por supuesto, como tampoco lograron que nuestras reformas proyectadas a la Constitución o a las leyes tuvieran que ser aprobadas previamente por Canadá y Estados Unidos. Ahí están los documentos que prueban esa intención.
He sido siempre un admirador de Fidel Castro. No me gusta, sin embargo, que un gobernante se mantenga en el poder por tanto tiempo. No creo que eso pueda ser producto de la voluntad de un pueblo. Nuestro viejo ejemplo compartido: Porfirio Díaz, el PRI y Fidel Velázquez, es la mejor prueba de que esas perpetuidades supuestamente electorales son negativas y perniciosas. Sin embargo, Cuba ha logrado resultados en educación y servicios médicos que ningún país de América Latina podría invocar. Ha sobrevivido pese a un bloqueo criminal. Ha podido superar el hundimiento de la URSS y cuantos desequilibrios económicos y sociales se le han planteado. Pero mantiene una política interna que lamentablemente es contraria a un concepto democrático.
Creo que Fidel Castro ha comedido un error. Pero peor lo cometería lo que queda de Naciones Unidas (Ƒpor cuánto tiempo?) si hiciera una declaración contraria a Cuba. El voto de México, que tal vez se habrá dado ya cuando ustedes lean estas líneas, no debe favorecer esa crítica.