México D.F. Domingo 1 de junio de 2003
Robert Fisk
La verdad que los vencedores se niegan a ver
Bagdad. Según todos los indicios, los iraquíes
serán bendecidos esta semana con una visita del libertador en jefe,
George Bush hijo. Mientras Washington ha estado evitando toda mención
del viaje, los nuevos periódicos iraquíes -que están
entre los pocos efectos positivos de la "liberación" del país-
llevan días especulando alegremente en torno a la llegada del presidente.
Todos sabemos lo que a Bush le gustaría hacer cuando
llegue: que lo filmaran inspeccionando las armas de destrucción
masiva de Saddam Hussein, la supuesta razón de la invasión
angloestadunidense lanzada ilegalmente contra este país. El problema,
claro, es que no parece haber ninguna.
Entonces, ¿cómo manejarán los chicos
de relaciones públicas del presidente esta comedia en particular?
He aquí una idea de lo que preparan, la producción televisiva
de la gira "triunfal" de George W. Bush. Pero antes veamos lo que el mandatario
debiera hacer si realmente quisiera entender la épica crisis que
confronta hoy a la nación que tan ansioso estaba por "liberar".
Primero, formarse en la cola de una gasolinera. Bush ayudará
a llevar su limusina al final de la hilera de cinco kilómetros que
se forma en el puente Hussein, donde muchos automovilistas se quedan sin
combustible antes de llegar a la bomba, y allí esperará...
y seguirá esperando. Serán ocho horas si tiene suerte, o
tal vez 12, o 14.
Luego
puede visitar los 158 edificios de los ministerios iraquíes, que
debieran ser la infraestructura del nuevo gobierno apoyado por Estados
Unidos al que ha tomado protesta para que se establezca aquí. Verá,
por supuesto, que todos y cada uno de los 158 inmuebles han sido saqueados
y luego incendiados desde que los estadunidenses ocuparon Bagdad.
Luego, una excursión a la antigua Ciudad Saddam,
hoy Ciudad Sader, la vasta, fétida y humeante ciudad perdida musulmana
chiíta donde tres prelados se dividen peligrosamente el poder, todos
los cuales se oponen a la presencia estadundiense con diversos grados de
ferocidad e interés propio. George W. Bush descubrirá que
el nacionalismo y el sentimiento religioso -más que el "terrorismo"
o la "interferencia" de Irán- exigen una retirada estadunidense.
A continuación Bush tomará el té
con una familia chiíta a mediodía, hora en que, como es usual,
no hay electricidad, de modo que él y sus anfitriones sudarán
durante una hora en la casucha.
Un recorrido por los hoteles, las oficinas y las tiendas
tendrá un denominador común: las marcas grises oscuras en
el muro de toda habitación donde no hace mucho colgaba un retrato
de la Bestia de Bagdad. Bush preguntará a los dueños
qué hicieron con el retrato de Saddam. Le dirán que lo guardaron
por "razones históricas" -explicación que me dio la semana
pasada el chofer del auto en que viajaba para comprar una historia de la
economía iraquí, producida por el partido Baaz, en el zoco
de libros local- en vez de destruirlo. De hecho, la semana pasada visité
a una abogada que aún tenía el retrato de Hussein en la pared,
sobre la base de que "todavía es el presidente hasta que tengamos
un nuevo gobierno".
Desde luego, Bush visitará la ciudad de Faluja,
donde los marines estadunidenses asesinaron a tiros a 18 manifestantes
musulmanes chiítas y donde esta semana dos pistoleros mataron a
dos soldados estadunidenses e hirieron a 11 antes de ser muertos a su vez.
Le dirán que se trata de "remanentes" del régimen de Saddam
Hussein.
Vendrá en seguida una visita a las enormes fosas
comunes. Será un asunto espinoso. Si los cadáveres son de
los iraquíes masacrados en el levantamiento contra el régimen
de Saddam -estimulado por el padre de George W. Bush, quien luego traicionó
a los rebeldes negándose a intervenir-, el presidente de Estados
Unidos tendrá un recordatorio tanto de la trapacería estadunidense
como de la horrible crueldad de Saddam. Si se trata de los caídos
en las matanzas de principios del decenio de 1980, alguien hará
notar que el secretario de Defensa de Bush, Donald Rumsfeld, estaba de
visita en Bagdad en ese tiempo y estrechó las manos del perverso
dictador en nombre del presidente Ronald Reagan, sin hacer nada por evitar
estos viles abusos de los derechos humanos.
Por último, Bush hará algo de turismo en
el Museo Arqueológico de Bagdad, saqueado con amplitud después
de que los estadunidenses entraron en la capital iraquí, el pasado
abril. Verá estatuas destrozadas, rimeros de vasijas sumerias rotas
en pedazos y fotografías de las obras maestras de 4 mil años
de antigüedad que fueron sustraídas del recinto en cuestión
de horas.
El presidente Bush partirá de Irak como vino -no
por aire, porque las autoridades estadunidenses siguen sin permitir vuelos
comerciales a Bagdad-, sino por el largo y peligroso camino que lleva a
Ammán, en el que salteadores armados infestan la carretera pasando
Ramadi, donde ningún automovilista se atreve a incursionar de noche.
Así experimentará lo que es la vida para los iraquíes
al despuntar de su "liberación": el miedo a la anarquía y
la impunidad, los robos y asaltos.
Y ahora, ¿qué hará de veras el presidente
George W. Bush cuando venga a Irak? Probablemente los entierros masivos
quedarán fuera del programa, por razones obvias. Una visita a un
hospital es buena idea -se puede observar la llegada fortuita de ayuda
médica estadunidense en ese preciso momento-, pero no se podrá
asegurar que los médicos guarden silencio respecto de los 70 hombres
y mujeres asesinados cuyos cadáveres llegaron tan sólo en
el curso de la semana pasada a los hospitales en Bagdad.
Un recorrido triunfal por la ciudad es imposible, porque
Bush sería recibido por manifestantes, no por flores. Así
que el panorama parece ser más bien: llegada al aeropuerto de Bagdad,
charla con funcionarios encargados de ayuda humanitaria, quizá un
breve vuelo en helicóptero a los cuarteles de la administración
civil estadunidense en el viejo Palacio de la República de Saddam
-allí puede horrorizarse de la corrupción de un déspota
que mataba de hambre a su pueblo pero construía palacios para halagar
su vanidad- y, por supuesto, un mensaje al pueblo iraquí por televisión.
Habrá poca electricidad para los televisores de
los bagdadíes, pero el discurso puede ser algo así: "He venido
a Irak en un momento histórico, cuando el pueblo de este antiguo
país, cuya historia es tan larga como los ríos Tigris y Eufrates,
está en el umbral de una nueva vida... En el país donde comenzó
la civilización ha ocurrido un milagro... Un cruel y brutal dictador
ha sido derrocado... El pueblo de Estados Unidos, junto con los aliados
de la coalición, está orgulloso de haber sido capaz de traerles
esta nueva libertad...
"Sé que hay frustraciones... el derrocamiento de
tiranos no está exento de dolor... aún quedan los que tratarán
de despojarlos de esta libertad, los remanentes del viejo régimen
de Saddam, la interferencia de los vecinos iraníes... Los iraquíes
pueden estar seguros de que estaremos con ustedes contra esos enemigos
de su país. No los abandonaremos... Un nuevo mundo está cobrando
forma en Medio Oriente, del cual ustedes ahora forman parte.
"Después de años de tinieblas, ustedes se
están uniendo hoy a la hermandad de las naciones libres. Les pido
compartir con nosotros las cargas de la construcción de este nuevo
mundo... La pesadilla ha terminado. Los días de esperanza para sus
hijos y sus nietos han empezado. Tienen su libertad. Nos regocijamos con
ustedes."
Muchas de estas afirmaciones han sido empleadas en ocasiones
similares por otros funcionarios del gobierno estadunidense, en particular
en Afganistán. Fue Bill Clinton quien dijo a los paquistaníes
que su historia era tan larga como el río Indo. Pero, ¿mencionará
Bush la palabra "petróleo"? Más al caso: ¿se atreverá
a referirse a las armas de destrucción masiva que ya ni los iraquíes
creen que existan? Como dicen al pie de todos los prospectos de relaciones
públicas: confírmese a la entrega.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
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