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México D.F. Domingo 1 de junio de 2003
Immanuel Wallerstein
El imperio y los capitalistas
No hay duda de que George W. Bush piensa que es la vanguardia
de aquellos que sostienen el sistema capitalista mundial. Sin duda, una
buena parte de la izquierda mundial también lo cree. ¿Piensan
lo mismo los grandes capitalistas? Eso es menos claro. En su Global
Economic Forum, Morgan Stanley, una de las firmas de inversión
financiera más prominentes, acaba de lanzar una señal de
advertencia importante. Stephen Roach escribe ahí que un "mundo
estadunicéntrico" es insostenible para la economía-mundo
y es malo, particularmente para Estados Unidos. En específico, Roach
la emprende contra Robert Kagan, sobresaliente intelectual neoconservador
que arguye que la hegemonía estadunidense seguirá creciendo,
particularmente en relación con Europa. Roach no puede estar más
en desacuerdo. Ve la situación actual del mundo como una relación
de "profundas asimetrías" en el sistema-mundo, y como tal, no puede
perdurar.
¿Cuál es el argumento de Roach? El mundo
ha estado en "gran deflación (maravilloso eufemismo) entre 1982
y 2002" (apreciación saludable, tan diferente del graznido común
acerca de la fortaleza de la posición económica estadunidense
en la economía-mundo). "Y ahora está a punto de desplegarse
un nuevo desequilibrio, el reacomodo de un mundo estadunicéntrico"
¿Por qué? Primero que nada debido a las "siempre ensanchadas
disparidades en las cuentas externas mundiales". Roach afirma que conforme
Estados Unidos despilfarra sus reservas nacionales ya bastante mermadas
y "conforme el resto del mundo se mantiene en el camino de un consumo subparitario",
la situación no puede sino empeorar.
Finalmente,
la conclusión: "¿Puede una economía estadunidense
con escasas reservas continuar financiando la expansión imparable
de su superioridad militar? Mi respuesta es un contundente no". ¿Qué
pasará entonces? Los "precios de los activos fijados en dólares,
en comparación con aquellos activos no fijados en dólares"
deberán caer, y pronto caerán drásticamente. Roach
predice "una caída de 20 por ciento en las tasas de cambio reales,
casi el doble de eso en términos nominales, tasas reales de interés
más altas, crecimiento reducido en la demanda interna y un crecimiento
acelerado en el extranjero". Termina su texto diciendo que "el mundo no
está funcionando como una economía global" (lástima
por los teóricos de la globalización), y que "para una economía
global desequilibrada, un dólar más débil puede ser
la única salida".
En resumen, Roach argumenta que la fanfarronería
de militarismo macho del régimen de Bush, el sueño de los
halcones estadunidenses de rehacer el mundo a su imagen, no son
meramente imposibles, sino evidentemente negativos desde el punto de vista
de los grandes inversionistas estadunidenses, el público para quien
Roach escribe, los clientes de Morgan Stanley. Por supuesto, Roach está
absolutamente en lo correcto, y es notable que esto no lo diga un académico
de la izquierda, sino alguien que vive en los vericuetos del gran capital.
Visto en perspectiva histórica más amplia,
lo que observamos es una tensión de 500 años en el sistema-mundo
moderno, entre aquellos que desean proteger los intereses del estrato capitalista
asegurando un buen funcionamiento de la economía-mundo -mediante
un poder hegemónico, pero no imperial, que garantice sus entretelas
políticas- y aquellos que desean transformar el sistema-mundo en
un imperio-mundo.
Hemos tenido tres intentos principales de lograrlo en
la historia del sistema-mundo moderno: Carlos V/Fernando VII en el siglo
XVI, Napoleón a principios del siglo XIX y Hitler a mediados del
siglo XX. Todos ellos tuvieron logros magnificentes, hasta que cayeron
de bruces al ser enfrentados por la oposición organizada por los
poderes que, a fin de cuentas, resultaron hegemónicos: las Provincias
Unidas, el Reino Unido y Estados Unidos.
La hegemonía no tiene que ver con un militarismo
macho. La hegemonía requiere de eficiencia económica, de
posibilitar la creación de un orden mundial en términos tales
que garantice un sistema-mundo que funcione con fluidez, en el cual el
poder hegemónico se torne un locus propicio para una desproporcionada
tajada de acumulación de capital. Estados Unidos estuvo en esta
situación entre 1945 y 1970, aproximadamente. Desde entonces ha
ido perdiendo su posición ventajosa. Y cuando los halcones
estadunidenses y el régimen de Bush decidieron tratar de revertir
la decadencia transitando el sendero de un imperio-mundo, le dieron un
tiro en el pie a Estados Unidos y a los grandes capitalistas con sede en
dicho país, si no de inmediato, si en un futuro próximo.
Es esto lo que advierte Roach, es esto de lo que se queja.
¿Pero no, acaso, el régimen de Bush le da
a estos capitalistas todo lo que quieren, por ejemplo reducciones fiscales
enormes? ¿Realmente eso quieren? No Warren Buffett, no George Soros
ni Bill Gates (hablando por su padre). Lo que quieren es un sistema capitalista
estable, y Bush no se los brinda. Tarde o temprano traducirán su
descontento en acciones. Tal vez ya lo estén haciendo. Esto no significa
que lo logren. Bush puede relegirse en 2004. Puede impulsar su locura política
y económica aún más. Puede hacer irreversibles sus
cambios.
Pero en un sistema capitalista también está
el mercado, que no es todopoderoso, pero tampoco está indefenso.
Cuando el dólar se colapsa, y se va a colapsar, todo cambiará
geopolíticamente. Porque un colapso del dólar es mucho más
significativo que un ataque de Al Qaeda en las Torres Gemelas. Estados
Unidos sobrevivió a esto último. Pero Estados Unidos será
muy diferente cuando el dólar se colapse, pues no será capaz
de vivir más allá de sus medios, consumiendo a expensas del
resto del mundo. Los estadunidenses pueden empezar a sentir lo que han
sufrido los países del tercer mundo con las medidas de reajuste
estructural del Fondo Monetario Internacional: una caída pronunciada
en sus niveles de vida.
La cercana bancarrota de los gobiernos estatales por todo
Estados Unidos es hoy una mera sombra de lo que se avecina. Y la historia
tomará nota de que durante una mala situación económica
subyacente en Estados Unidos, el régimen de Bush hizo todo lo posible
por empeorarla.
©Immanuel Wallerstein. Todos los derechos reservados.
Traducción: Ramón Vera Herrera
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