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E C O N O M I A
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México D.F. Lunes 2 de junio de 2003

León Bendesky

Dólar de voto

Se sabe que hay un elemento político en el ciclo de los negocios. Las fluctuaciones económicas están vinculadas con acciones políticas, sobre todo cuando se trata de influir en los periodos cercanos a las elecciones. Este es un rasgo notorio en las democracias capitalistas de distinto linaje y suele provocar más descalabros que beneficios.

Geoge W. Bush busca ya afanosamente la relección el próximo año para prolongar su mandato y validarlo luego de los turbios comicios que lo llevaron a la presidencia por decisión judicial en 2000. Para ello ha afirmado su política militar, una de cuyas manifestaciones es inducir el miedo de los estadunidenses en sus propias ciudades, en sus barrios y en las calles que rodean sus casas y lugares de trabajo. Todos son ahora sospechosos, capaces de realizar actos de terror, como expresa de modo patente la Ley de Refuerzo de la Seguridad Interna propuesta en enero pasado y que seguramente aprobará el Congreso. Esta ley profundiza la capacidad del Estado para perseguir de manera más expedita y con mínimos requerimientos legales a las personas cuyo comportamiento sea dudoso.

El teatro de la guerra se sitúa adentro y afuera de ese país, como una forma de ejercicio del poder cada vez más autoritaria y como un signo de lo que puede ser el arreglo político dominante al inicio del siglo XXI en la mayor potencia del mundo. Ese arreglo está firmemente amarrado con los grandes intereses económicos, advertirlo no requiere de grandes teorías políticas o de esquemas conspiratorios, sólo hace falta ver quiénes conforman el gobierno, cuáles son las alianzas que se fraguan y los argumentos que se esgrimen para ejecutar las políticas que surgen hoy preferentemente del Departamento de Defensa.

Hay otro terreno ya abierto para la campaña electoral: la economía. El Congreso aprobó y Bush firmó la semana pasada la ley que modifica las disposiciones fiscales que, con un costo al erario de 350 mil millones de dólares, pretende inducir un mayor gasto de las empresas y las familias y reanudar el crecimiento de la economía. Distintos análisis coinciden en que dicho efecto será mínimo y que, en cambio, la reforma fiscal agrandará el déficit público y acarreará mayores presiones financieras en los próximos años. Se señala que el costo total del programa podría llegar a 800 mil millones, si es que todas las provisiones calendarizadas para aplicarse en los próximos años se integran de modo permanente al código fiscal.

No sólo eso, sino que The New York Times planteó en un editorial reciente que la ley es "injusta, deshonesta y frágil en términos económicos", puesto que beneficia principalmente a las familias de más altos ingresos. Pero el discurso en torno de la reforma ha sido capaz de presentarla como una acción decisiva del gobierno para reducir el desempleo, que desde el inicio del gobierno de Bush ha crecido de manera constante, situándose en una tasa de 6 por ciento, donde se estima que estará en los meses siguientes.

La economía creció 1.9 por ciento el primer trimestre del año, apenas por encima de lo que se esperaba, aunque por debajo todavía de lo que se considera crecimiento potencial, que es 3.5 por ciento anual. Este comportamiento está asociado con la evolución del dólar, que se ha depreciado en las últimas semanas hasta llegar a un valor similar al que tenía frente al euro cuando se inició la cotización con esa moneda en 1999. La depreciación, como se sabe, favorece las exportaciones (y castiga las importaciones) y ello ha sido un estímulo para la recuperación. Lo que se aprecia es que el Tesoro está avalando la política de un dólar débil para alentar la mejoría económica en un periodo políticamente sensible. Esto lo hace a pesar de los desequilibrios financieros que puede provocar si los inversionistas se retiran del mercado, en un entorno en el que Estados Unidos financia su déficit externo con grandes entradas de capital. Esa política cambiaria no es sostenible en un país que ejerce un peso decisivo en la economía mundial y que con ella puede desalentar el crecimiento en Europa y Japón. Este es el riesgo que está tomando Karl Rove, el estratega político de Bush. Estamos, pues, de lleno en el terreno político del ciclo económico.

Para México nada de esto es irrelevante, sobre todo cuando se insiste en que la situación de esta economía depende por completo de lo que pase en la de Estados Unidos. La leve recuperación que podría haber en el corto plazo en la actividad productiva podría ser de beneficio -menor- para quienes exportan desde aquí. Pero la política del dólar barato está presionando al peso que, mientras tanto, se aprecia frente a esa moneda y que, además, pierde competitividad en el mercado europeo. No hay concordancia entre la aceptación del impacto que ejerce aquella economía sobre ésta y el manejo de nuestra política cambiaria (o incluso de la política económica en su conjunto), a menos que también se considere ahora que la revaluación del peso indica que es una moneda más fuerte que el dólar, como hace poco se dedujo con respecto de la diferencia en el ritmo de crecimiento del primer trimestre entre ambos países.

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