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México D.F. Sábado 7 de junio de 2003
Emir Sader*
¿Erase una vez el neoliberalismo?
El neoliberalismo buscó imponerse, inicialmente,
como la mejor alternativa para un mundo que parecía haber
agotado otras. Se agotaba el más acentuado ciclo de expansión
de la economía mundial, tras la Segunda Guerra Mundial se buscaban
alternativas y el neoliberalismo se insertó en ese vacío.
¿El neoliberalismo pretendía ser alternativa
a qué? Al agotamiento del periodo de mayor crecimiento de la economía
mundial. Se habían combinado ahí la más acelerada
fase de expansión económica de las grandes potencias capitalistas
-al punto que Eric Hosbawn la llama la "era de oro del capitalismo"-, la
expansión de países de la periferia capitalista -con muchos
de ellos desarrollando su versión de industrialización-,
con el fortalecimiento de las economías de los países del
entonces llamado "campo socialista". Esa convergencia dio como resultado
un crecimiento global de la economía como nunca antes, entre los
años 40 y los 70 del siglo XX.
Esas vertientes tenían algo en común: la
crítica del liberalismo. Todas, de algún modo, habían
nacido o se habían fortalecido a partir de la crisis de 1929. A
ésta, atribuida al liberalismo por su confianza en la capacidad
de los mecanismos de mercado para superar las crisis económicas,
los gobiernos habían asistido casi pasivamente, por lo que la crisis
acabó extendiéndose y generando la que hasta ahora es la
mayor que el capitalismo haya enfrentado. Las reacciones fueron diversas,
pero todas tenían en común la condena a la confianza en el
"libre juego del mercado".
Las teorías keynesianas orientaron nuevas formas
de acción anticíclica del Estado -esto es, de acción
preventiva en relación con nuevas crisis- que continúan en
el llamado "Estado de bienestar" social. Esas teorías fueron un
factor decisivo en la expansión de las economías de potencias
capitalistas en la posguerra, a contramano del liberalismo.
La industrialización de regiones de la periferia
capitalista -el entonces llamado Tercer Mundo- se llevó a cabo igualmente
con fuerte presencia del Estado en la economía, apoyado en la teoría
de la "industrialización sustitutiva de las importaciones". Esa
política surgió como crítica de la "teoría
del comercio internacional" (teoría liberal), que consideraba que
cada país o región del mundo debería dedicarse a aquello
que llamaba "ventajas comparativas", lo que condenaba a quienes llegaban
posteriormente al mercado internacional a quedar prisioneros de la producción
de artículos primarios que, intercambiados por los industrializados,
consolidaban eternamente y profundizaban la división entre centro
y periferia del capitalismo, entre potencias industriales y países
agrícolas o minerales.
Las economías centralmente planificadas que caracterizaban
a los países socialistas eran el contrapunto más radical
a las economías de mercado, más aún a las inspiradas
en el liberalismo.
El ciclo global de crecimiento económico de la
posguerra se construyó así sobre la crítica, más
o menos radical, del liberalismo. Fue cuando esas tres vertientes comenzaron
a dar señales de agotamiento que el liberalismo se lanzó
de nuevo como alternativa hegemónica, cuando la crisis de 1929 parecía
haberlo convertido en un cadáver. Durante ese largo periodo de receso,
los liberales se habían mantenido como crítica marginal,
conservadora, de las tendencias económicas y políticas dominantes.
Incluso los partidos de derecha se comprometían con el keynesianismo,
al punto que, a comienzos de los años 70, el presidente republicano
de Estados Unidos, Richard Nixon, declaró "somos todos keynesianos",
reflejando el poder hegemónico de la propuesta reguladora del Estado
capitalista. En el plano concreto esa hegemonía se reflejaba también
en que el Estado de bienestar en Europa -en países como Alemania,
Italia, Francia- era construido por partidos conservadores o demócrata-cristianos,
entre otros.
Detrás de ese proceso estaba el largo ciclo expansivo
del capitalismo, que se agotó durante la década de los 70,
con la fecha convencionalmente fijada en la crisis del petróleo
de 1973, aunque ésta había sido apenas el detonante de un
proceso que ya había perdido aliento en años anteriores.
El diagnóstico neoliberal, en relación con las tres vertientes
que habían entrado en crisis, fue que la regulación desestimulaba
al capital y que la libre circulación era la alternativa para regresar
al desarrollo, tanto en el centro como en la periferia del capitalismo.
En cuanto a las economías centralmente planificadas, éstas
estaban condenadas inevitablemente al fracaso por no contar con el dinamismo
que únicamente el libre mercado podía promover.
En este contexto es que surgen las propuestas liberales
-autoproclamándose neoliberales-, con la actualización
de las tesis clásicas del pensamiento liberal. La economía
mundial fue transformada, en grados diferentes conforme a la región
y al país, por las políticas neoliberales, que promovieron
la hegemonía de la ideología de mercado, identificada con
el dinamismo y la "libertad económica".
Como política concreta, el neoliberalismo se inició
en América Latina, más precisamente en Bolivia y en el Chile
de Pinochet. ¿Cuál era la alternativa neoliberal en esos
países? El combate a la inflación era colocado como el objetivo
fundamental, como condición previa indispensable para retomar el
crecimiento económico, la modernización tecnológica
y la distribución de la renta. La lucha contra la inflación
era la forma específica de luchar contra la presencia del Estado,
al considerar que ésta era promovida por el Estado con la fabricación
de moneda para cubrir el déficit, lo que llevaría igualmente
a la reducción del gasto público y, con estas medidas, a
la reducción de prestaciones de servicios por parte del Estado,
particularmente a las capas más pobres de la población, justamente
las que estaban en peores condiciones de disputar los reducidos recursos
en manos de los gobiernos.
Luego, con la elección de Margaret Thatcher en
Inglaterra y Ronald Reagan en Estados Unidos, el neoliberalismo fue asumido
como modelo hegemónico por el capitalismo a escala mundial. Se generalizaron,
gracias al Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización
Mundial de Comercio, las políticas de liberalización económica
y financiera, con la desregulación, privatización, apertura
de las economías al mercado mundial, precarización de las
relaciones de trabajo y retracción de la presencia del Estado en
la economía.
Cuando el neoliberalismo fue perdiendo impulso, sus políticas,
inicialmente consideradas como las mejores, pasaron a ser consideradas
las únicas, conforme al recetario del Consenso de Washington.
No había alternativa, como si se tratase de un purgante necesario,
que provoca daños en el organismo, pero las células que sobreviven
están mejor.
Dos décadas después, el balance del neoliberalismo
no corresponde a sus promesas: la economía -en varios países
y en la economía mundial en su conjunto- no retomó la expansión,
la distribución de la renta empeoró, el desempleo aumentó
sensiblemente, las economías nacionales quedaron sensiblemente fragilizadas,
las crisis financieras se sucedieron. El neoliberalismo se apoyó
en gran parte en el ciclo expansivo de la economía estadunidense,
que funcionó como locomotora de la economía mundial, pretendiendo
asumir -bajo la forma de una "nueva economía"- una dinámica
de crecimiento permanente, hasta que ese ciclo se agotó en 2001.
Después de ciclos de crisis regional, que comenzaron
con la crisis mexicana en 1994, seguida por la crisis del sudeste asiático
en 1997, por la rusa en 1998 y por la brasileña en 1999, se configuró
un cuadro de agotamiento del neoliberalismo. En América Latina,
mientras inicialmente los presidentes se elegían y relegían
conforme adoptaban políticas neoliberales, como sucedió con
Carlos Menem, Alberto Fujimori y Fernando Henrique Cardoso, a partir de
finales del siglo pasado comenzó a suceder lo contrario. Fernando
de la Rúa en Argentina, Jorge Batlle en Uruguay, Alejandro Toledo
en Perú, Sánchez de Losada en Bolivia, Vicente Fox en México,
pasaron a tener el destino opuesto: la amenaza del fracaso si continuaba
el mismo modelo económico.
En ese contexto de crisis económica y social -que
al mismo tiempo debilitó los sistemas políticos- el neoliberalismo
entró también en crisis ideológica, con el creciente
cuestionamiento de los valores mercantiles, incluso por parte de organismos
como el Banco Mundial y ex teóricos del neoliberalismo, que pasaron
a reivindicar acciones complementarias por parte del Estado y formas compensatorias
para remediar los daños sociales causados por aquellos valores.
Los movimientos contra la globalización neoliberal,
a partir de Seattle, consolidaron ese agotamiento y el pasaje de quienes
aún predican las políticas neoliberales a una posición
defensiva, cuando los Foros Sociales Mundiales de Porto Alegre cuestionaban
tanto la efectividad de esas políticas como su pretensión
de ser las únicas viables.
Pero el agotamiento -teórico y práctico-
del neoliberalismo no representa su muerte. Los mecanismos de mercado que
ese modelo multiplicó siguen siendo tan o más fuertes que
antes, condicionando y cooptando gobiernos y partidos, fuerzas sociales
e intelectuales. La lucha contra la mercantilización del mundo es
la verdadera lucha contra el neoliberalismo, mediante la construcción
de una sociedad democrática en todas sus dimensiones, lo que necesariamente
significa una sociedad gobernada conscientemente por los hombres y no por
el mercado.
El tipo de sociedad que suceda al neoliberalismo es el
gran tema. El neoliberalismo es un modelo hegemónico -no sólo
una política económica, sino una concepción de política,
un conjunto de valores mercantiles y una visión de las relaciones
sociales- dentro del capitalismo. Su remplazo no significa necesariamente
una ruptura con el capitalismo. Esta sustitución puede darse por
la superación del neoliberalismo en favor de formas de regulación
de la libre circulación del capital, ya en la lógica del
gran capital, ya en sentido contrario. Esto va a depender de las condiciones
en que se dé esa superación, de la correlación de
fuerzas y de la coalición social y política que la lleve
a cabo.
Incluso el gran capital puede retomar formas de regulación,
de protección, de participación estatal en la economía,
bien sea alegando necesidades de hecho, bien retomando concepciones más
intervencionistas del Estado, con críticas a las limitaciones del
mercado. Esta última visión está representada por
el megaespeculador George Soros, quien afirma que el mercado es bueno para
producir cierto tipo de bienes, pero no los bienes que llama públicos
o sociales, los cuales deberían ser responsabilidad de políticas
estatales. Se trata de un reconocimiento de que el mercado induce a la
acumulación privada y no a la atención de las necesidades
de la gran mayoría de la población. O el gran capital puede
simplemente, por vía de los hechos, violar sus propias afirmaciones
y desarrollar políticas proteccionistas -como las del gobierno de
Bush-, alegando necesidades de seguridad, de defensa de sectores de la
economía, e incluso del nivel de empleo.
O también el posneoliberalismo puede ser conquistado
a contramano de la dinámica del gran capital, imponiendo políticas
de desmercantilización, fundadas en las necesidades de la población.
En este caso, aun sin romper todavía con los límites del
capitalismo, se trata de introducir medidas contradictorias con la lógica
del gran capital, que más temprano o más tarde llevarán
a esa ruptura o a un retroceso, por la incompatibilidad de convivencia
de dos lógicas contradictorias.
Cuál camino prevalecerá es una cuestión
abierta, que será decidida por los hombres, arrastrados por la lógica
perversa de la acumulación del capital, o conscientes y organizados
para retomar el poder de hacer su propia historia.
*Sociólogo brasileño, catedrático
de la Universidad de Río de Janeiro
Traducción: Alejandra Dupuy
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