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México D.F. Sábado 7 de junio de 2003

Se enfrenta Moscú a entendimientos frágiles con los caudillos centroasiáticos

Persiste tendencia de Rusia a cosechar retrocesos en su entorno geopolítico

La anulación de doble nacionalidad en Turkmenistán desampararía a 120 mil personas

JUAN PABLO DUCH CORRESPONSAL

Moscu, 6 de junio. Desmontado el escenario de los fastos de San Petersburgo, cuyo tricentenario fue ocasión propicia para las sonrisas y los apretones de manos del presidente Vladimir Putin con sus colegas de las antiguas repúblicas soviéticas, entre otros invitados de honor, Rusia retorna a una realidad menos alegre: sigue sin encontrar la fórmula para revertir la tendencia a cosechar retrocesos en su entorno geopolítico.

Lo anterior sucede, sobre todo, en la parte del espacio postsoviético que incluye de Asia central al Cáucaso, y tal vez esté por extenderse al otro lado del Caspio si se confirma el cambio de actitud rusa hacia Irán a exigencia de Estados Unidos. Porque, en el extremo occidental, las tres repúblicas bálticas hace mucho que se alinearon con Washington, y, formalizado su ingreso en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), parece mero trámite que se instalen ahí tropas extranjeras, en la frontera misma de Rusia.

En Asia central, al poco de ser derrocado Saddam Hussein en Irak, el Kremlin instrumentó a paso veloz una política de acercamiento con los polémicos gobernantes de Kazajstán, Kirguistán, Tadjikistán, Turkmenistán y Uzbekistán.

Con ello, el mandatario ruso busca contrarrestar la expansión de Estados Unidos en esa vasta zona que -aparte de tener inmensas riquezas energéticas y ser clave en el trazado de las nuevas rutas de tránsito para el petróleo y el gas- constituye el flanco meridional de Rusia en términos de seguridad.

Por supuesto, dicha expansión comenzó antes, cuando estos cinco países centroasiáticos no dudaron en ponerle precio al apoyo logístico que necesitaba Estados Unidos para arrasar Afganistán, pero la invasión a Irak resultó para el Kremlin la señal de alarma que planteó la urgencia de reposicionarse en la estratégica región.

De ahí surgió, en el primer círculo de colaboradores de Putin, la idea de establecer alianzas más estrechas con los regímenes autoritarios de Asia central, como apuesta principal de Rusia para remontar el terreno perdido en la zona.

Acaso por ser el mayor promotor del gasoducto transafgano con sus colegas de Afganistán (provisional) y de Pakistán, tenacidad que lo sitúa cada vez más cerca de Estados Unidos, no obstante su merecida fama de encabezar uno de los regímenes más represores del mundo, el primer dirigente centroasiático en ser invitado a visitar Moscú fue Saparmurat Niyazov, amo y señor de Turkmenistán.

La amarga lección turkmena

Las relaciones entre Moscú y Ashgabat (capital turkmena) llegaron a ser presentadas por el Kremlin como el más notable éxito de la reciente política rusa en Asia central. Apenas mes y medio después, las discrepancias y los reclamos recíprocos tienen a los dos países al borde de la ruptura, lo que ilustra la fragilidad de los entendimientos con líderes como Niyazov, no muy diferente a los demás caudillos centroasiáticos.

Este antiguo miembro del Politburó del Partido Comunista de la Unión Soviética, que se hace llamar ahora, según establece su título oficial, "presidente vitalicio de la República Neutral de Turkmenistán, el gran turkmenbashi (padre de todos los turkmenos)", arribó a la capital rusa poco después de que la televisión -aquí y en todos lados- transmitió en directo el derribo de una estatua de Hussein en Bagdad.

Putin y Niyazov, en esa coyuntura política, convalidaron con su presencia la firma en el Kremlin de un espectacular acuerdo de cooperación en materia energética para los próximos 25 años, que deja abierta la puerta para el suministro de gas turkmeno al consorcio ruso Gazprom, en una operación que, en ese cuarto de siglo, podría generar ganancias del orden de 500 mil millones de dólares, "300 mil para Rusia y 200 mil para Turkmenistán", conforme reveló el generoso turkmenbashi.

Los expertos rusos no comparten la optimista visión de Niyazov, por cuanto el documento sólo especifica el precio del gas turkmeno para los próximos tres años, a razón de 44 dólares por mil metros cúbicos.

Después se tendrá que renegociar el precio, pero ya ahora resulta más elevado que los 42 dólares que hace apenas unos meses Turkmenistán insistía en fijar como mínimo, cuando el gas turkmeno, en opinión de un alto funcionario de Gazprom, Aleksandr Riazanov, en realidad debería venderse en no más de 27 dólares el millar de metros cúbicos.

La única explicación posible es, en casos como éste, la de siempre: las consideraciones políticas prevalecieron, para el Kremlin, sobre la conveniencia económica.

Política también fue la decisión de Putin de aceptar la propuesta de Niyazov de suscribir un acuerdo de asistencia mutua en materia de seguridad, a sabiendas de que es un instrumento que convierte a Rusia en eventual brazo armado del turkmenbashi en el supuesto de que alguien -las grandes petroleras de Estados Unidos, por ejemplo- quisiera derrocar su autoritario régimen para apropiarse, con o sin el aval de Naciones Unidas, de sus ingentes recursos energéticos.

Más extrañas resultan las circunstancias en que Putin cedió y satisfizo la insistente petición de Niyazov de suscribir un protocolo que anula el tratado de doble nacionalidad entre ambos países, vigente desde 1973. El propio titular del Kremlin restó importancia a la firma de ese protocolo al sostener que todos los que quisieron regresar a Rusia (desde la desaparición de la Unión Soviética) ya lo hicieron.

En realidad, poco más de 120 mil ciudadanos rusos residentes en Turkmenistán y turkmenos que portan pasaporte ruso corren el inminente riesgo de quedar, a partir del próximo 22 de junio, totalmente desamparados.

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