México D.F. Jueves 12 de junio de 2003
Miguel Marín Bosch*
Irak en la cumbre del G-8
En los primeros tres días del mes, el G-8 celebró su cumbre anual en Evian-les-Bains en los Alpes franceses. El pueblo es famoso desde principios del siglo xix por su agua mineral natural. Y ahí se firmaron en 1962 los acuerdos que pusieron fin a la guerra argelina. Se trata, pues, de un lugar de recreo con un dejo del pasado colonialista europeo.
No debe sorprendernos que a la reunión se invitara a un grupo de 12 países no tan desarrollados, en su mayoría africanos. No fue la primera vez. Ya en 2001, en la reunión de Génova, el G-8 invitó a varios dirigentes africanos para apoyar su nuevo compromiso para el desarrollo de ese continente. El gesto obedeció en parte a la recurrente cruda moral de las antiguas potencias coloniales.
La idea de reunir a dirigentes de los países capitalistas más ricos del mundo se le ocurrió en 1975 al entonces presidente de Francia, Valéry Giscard d'Estaing. Invitó a los jefes de Estado o de gobierno de Estados Unidos, Japón, Alemania, Reino Unido e Italia para analizar conjuntamente la situación mundial en general y, en particular la crisis económica derivada del precio del petróleo. Al año siguiente, cuando Estados Unidos fue el anfitrión, se había sumado Canadá. Nace el G-7. En la cumbre de 1997 se invitó a Rusia. Se convierte en el G-8.
En un principio las cumbres anuales sirvieron para que las principales economías de mercado del norte discutieran temas de interés común. Eran los años de las iniciativas de los países del sur para el establecimiento de un nuevo orden económico internacional (Ƒlo recuerdan?).
Para la cumbre de Evian, Francia propuso una agenda que incluía algunos aspectos del desarrollo económico (acceso de todos al agua potable, los proyectos para colaborar con los países africanos y el papel de los distintos actores económicos). De ahí la invitación a una docena de dirigentes de naciones con economías menos avanzadas, incluyendo a México. ƑPor fin el diálogo norte/sur?
La agenda incluyó también el tema de la lucha contra el terrorismo y la proliferación de las armas de destrucción en masa. Sin embargo, en las pláticas se trató un tema que no figuraba en la agenda propuesta: Irak.
La cumbre de Evian fue el primer encuentro del presidente Bush con algunos de sus más duros críticos por su invasión a Irak. Para mostrar su enojo, llegó tarde y se marchó, junto con el primer ministro Blair, antes de la cena de clausura. Durante la estancia de Bush en Francia, ni el anfitrión (el presidente Chirac) ni el canciller federal Schroeder dijeron nada sobre la acción militar en contra de Irak encabezada por Estados Unidos.
Tras la partida de Bush, sin embargo, Chirac reiteró que dicha guerra "fue ilegítima e ilegal". Y agregó que no la había aprobado "y sigo sin aprobarla". Lo que se le olvidó al presidente de Francia fue que su gobierno (ni ningún otro) jamás presentó en Naciones Unidas un texto condenando la invasión de Irak. Peor aún: escasos 10 días antes, su gobierno y los demás miembros del Consejo de Seguridad (con excepción de Siria que se "ausentó" de la reunión) legitimaron la invasión al aprobar la resolución 1483 en la que, entre otras cosas, se reconoce como la "autoridad" en Irak a Estados Unidos y Reino Unido. Algunos países, entre ellos Alemania y Francia, se valieron de acrobacias verbales para justificar su apoyo a la resolución 1483.
Hace poco más de un año que Naciones Unidas entró en un claro declive. Se trata, desde luego, del Consejo de Seguridad y no de la ONU en general. El papel de la máxima instancia en materia de paz y seguridad internacionales está siendo minimizado o, más bien, el propio consejo lo está minimizando. Quien debe juzgar acerca de la legalidad del uso de la fuerza ha decidido guardar silencio en el caso de Irak. Y el que calla otorga.
Supongamos que un individuo acude a un agente del Ministerio Público para solicitar autorización para entrar por la fuerza en una casa. Su inquilino -argumenta el individuo- está armado hasta los dientes y alberga a terroristas. Además, abusa de su familia. El agente dice que primero hay que investigar lo que ocurre dentro de la casa, de otra manera, la invasión sería ilegal. Es más, la invasión sólo podría realizarla el propio Ministerio Público. El individuo pierde la paciencia. Con unos amigos y mucha violencia logra entrar. Los inquilinos se rinden. No se encuentran armas ni terroristas. El individuo anuncia que para reconstruir la casa requerirá ayuda de otros. Para ello, vuelve con el agente y éste decide proporcionarle toda la ayuda necesaria y lo reconoce como el nuevo inquilino.
En estos días, tanto Alemania como Francia intentan remontar el marcador en la ONU. Indican que quizá no acepten la renovación de la resolución 1422, aprobada unánimemente hace un año por el Consejo de Seguridad. Acababa de entrar en vigor el Estatuto de la Corte Penal Internacional y Estados Unidos quería que, conforme a lo dispuesto en el propio Estatuto, el consejo otorgara por un año inmunidad de la Corte a sus ciudadanos. Los miembros del consejo, que son parte en el Estatuto, primero se opusieron y luego terminaron por dar inmunidad a todos los ciudadanos de países que no se han adherido al Estatuto. Increíble pero cierto.
Concluyo con una nota personal. A Luis Suárez lo vi por última vez el 4 de abril. Coincidimos en un evento en la embajada de Cuba y conversamos un rato. Me alentó a seguir escribiendo en este espacio. Lo conocí hace medio siglo en las reuniones de las familias de los exiliados republicanos españoles. Siempre tuvo tiempo de platicar con los más jóvenes por chamacos que fuéramos. Leía sus escritos y lo veía en la televisión. Nunca le dije lo mucho que me había ayudado. En el mundo de los refugiados a veces nos perdíamos los adolescentes. Era tal la pasión de nuestros mayores por lo que habían dejado en España que a menudo no llegábamos a comprender nuestro entorno mexicano. Y ahí Luis fue nuestro maestro.
*Ex subsecretario de Relaciones Exteriores e investigador de la Universidad Iberoamericana
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