.
Primera y Contraportada
Editorial
Opinión
El Correo Ilustrado
Política
Economía
Mundo
Estados
Capital
Sociedad y Justicia
Cultura
Espectáculos
Deportes
CineGuía
Lunes en la Ciencia
Suplementos
Perfiles
Fotografía
Cartones
La Jornada en tu PALM
La Jornada de Oriente
La Jornada Morelos
Librería
Correo Electrónico
Búsquedas

M U N D O
..

México D.F. Jueves 12 de junio de 2003

Edward W. Said*

Un mapa de ruta hacia qué y dónde

A principios de mayo, cuando Colin Powell se hallaba de visita en Israel y los territorios ocupados, se reunió con Mahmoud Abbas, el nuevo primer ministro palestino, y por separado con un pequeño grupo de activistas de la sociedad civil, incluidos Hanna Ashrawi y Mostapha Barghuti. Según Barghuti, Powell expresó sorpresa y una leve consternación ante los mapas computarizados de los asentamientos, el muro de ocho metros de alto y las docenas de puestos de revisión del ejército israelí que han hecho la vida tan difícil y el futuro tan frágil para los palestinos.

La visión que Powell tiene de la realidad palestina es, por decir lo menos, deficiente, pese a su postura augusta, pero pidió materiales para llevarse y, lo que es más importante, tranquilizó a los palestinos diciéndoles que el mismo esfuerzo que puso el presidente George W. Bush en Irak se invertiría ahora en la instrumentación del mapa de ruta.

A finales de mayo, en el curso de algunas entrevistas que concedió a los medios árabes, Bush mismo insistió en el punto, aunque, como siempre, enfatizó generalidades en vez de enfocarse en lo específico. Se reunió en Jordania con los líderes palestinos e israelíes y antes con los principales gobernantes árabes, excluyendo, por supuesto, a Bashir al Asaad, de Siria. Todo esto forma parte de lo que ahora parece un impulso importante por parte de los estadunidenses. Que Ariel Sharon haya aceptado el mapa de ruta (con las suficientes reservas que socavan su aceptación) parece augurar un Estado palestino viable.

Se dice que la visión de Bush (el término mete una nota extraña, de ensoñación, en lo que se supone es un decidido, definitivo plan de tres fases) se logrará mediante la restructuración de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), la eliminación de toda violencia e instigamiento contra los israelíes, y con la instalación de un gobierno que cumpla con los requisitos de Israel y el llamado Cuarteto (Estados Unidos, Naciones Unidas, la Unión Europea y Rusia), autor del plan. Israel, por su parte, debe emprender la tarea de mejorar la situación humanitaria, suavizar las restricciones y suspender los toques de queda, aunque bien a bien no se sepa dónde ni cuándo. Se dice que para junio de 2003 la fase uno será el momento de desmantelar los últimos 60 asentamientos en las colinas (llamados "ilegales", establecidos más allá de los puestos de avanzada desde marzo de 2001) aunque nada se diga de retirar los otros, que alojan a 200 mil colonos en las franjas de Cisjordania y Gaza, por no hablar de los otros 200 mil que habitan en el anexado Jerusalén oriental. La fase dos, descrita como de transición entre junio y diciembre de 2003, se enfocará, bastante extrañamente, en la opción de crear un Estado palestino con fronteras y atributos de soberanía provisionales -no se especifica ninguno- culminando con una conferencia internacional que apruebe y luego "cree" un Estado palestino, de nuevo con "fronteras provisionales". La fase tres deberá terminar el conflicto por completo, también mediante una reunión internacional cuya tarea es arreglar los asuntos más espinosos de todos: refugiados, asentamientos, Jerusalén, fronteras. El papel de Israel en todo esto será cooperar; la carga real la llevan los palestinos, que tienen que irse adaptando a los cambios en rápida sucesión, mientras la ocupación militar permanece más o menos como aho-ra, aunque se suavice en las áreas principales invadidas durante la primavera de 2002. No se avizora mecanismo alguno de supervisión y la engañosa simetría en la estructura del plan deja a Israel muy a cargo de lo que ocurra al instante siguiente, si algo ocurre. Y en relación con los derechos humanos palestinos, a la fecha no tanto ignorados sino suprimidos, no hay nada escrito en el plan que hable de una rectificación específica: parece que le corresponde a Israel continuar o no como hasta ahora.

Por fin, dicen los comentaristas de siempre, Bush ofrece una esperanza real de llegar a un arreglo en Medio Oriente. De la Casa Blanca hubo filtraciones calculadas que sugerían una lista de posibles sanciones contra Israel en caso de que Sharon se pu-siera muy intransigente, pero éstas fueron negadas y luego desaparecieron. Emerge un consenso en los medios, que presentan losmab2a-120216-pih contenidos de los documentos -muchos provenientes de planes de paz previos- como el resultado de una confianza renovada de Bush a raíz de su triunfo en Irak. Como ha ocurrido durante todo el conflicto palestino-israelí, lo que moldea el flujo del discurso son los clichés manipulados, las suposiciones aventuradas y no las realidades de un poder y una historia vivos. Los escépticos y los críticos son barridos tildándolos de antiestadunidenses, mientras una porción del liderazgo organizado judío de-nuncia el mapa de ruta como una salida que requiere que Israel haga muchas concesiones. La prensa del sistema sigue recordándonos que Sharon ha hablado de una "ocupación", algo que nunca había concedido hasta ahora, y que de hecho ya anunció su intención de finalizar la dominación israelí sobre 3.5 millones de palestinos. ƑAcaso está consciente de lo que propone terminar? El comentarista Gideon Levy, del diario Ha'aretz, escribió el primero de junio que, como la mayoría de los israelíes, Sharon no sabe nada de "la vida en las comunidades bajo toque de queda, que han sufrido un estado de sitio por años. Qué sabe él de las humillaciones en los puestos de revisión, de la gente que es obligada a viajar por caminos de grava o terracería, arriesgando la vida, con tal de llevar a una parturienta al hospital. Qué sabe de lo que es vivir a punto de la hambruna. Qué de lo que significa una casa demolida. Acerca de los niños que miran a sus papás golpeados y humillados a mitad de la noche".

Otra omisión escalofriante en el mapa de ruta es el gigantesco "muro de separación" que Israel construye ahora en Cisjordania: 347 kilómetros de concreto, de norte a sur, de los cuales ya se levantan 120. Tiene ocho metros de altura y 3.5 metros de grosor; su costo calculado es de un millón 600 mil dólares por kilómetro. Ese muro no divide a Israel de un supuesto Estado palestino sobre la base de las líneas fronterizas trazadas en 1967: se mete en tierra palestina, en algunos tramos hasta cinco o seis kilómetros. Está rodeado de trincheras, alambre electrificado y fosos; hay torres de vigilancia a intervalos regulares. Casi una década después del fin del apartheid sudafricano se está erigiendo este atroz muro racista sin que la mayoría de los israelíes o sus aliados estadunidenses tengan siquiera un atisbo de lo que ocurre, pese a ser quienes, les guste o no, van a pagar casi todo el costo. Los 40 mil habitantes palestinos del poblado de Qalqilya se topan con la situación de que sus hogares están de un lado del muro, pero la tierra que cultivan y de la cual viven se halla al otro lado. Se dice que cuando el muro esté terminado -supuestamente mientras Estados Unidos, Israel y los palestinos discuten por meses en torno a los procedimientos de la transición- casi 300 mil palestinos estarán escindidos de su tierra. El mapa de ruta guarda silencio en torno a todo esto, como se calla también la reciente aprobación de Sharon de un muro en el lado oriental de Cisjordania que, cuando se construya, dejará tan sólo 40 por ciento del territorio palestino en disposición de formar parte del Estado soñado por Bush. Esto es lo que Sharon tenía en mente desde siempre.

Hay una premisa no explícita que subyace a la aceptación tan sesgada que Israel mantiene respecto del nuevo plan de paz, y al compromiso tan evidente de Estados Unidos: la posibilidad de triunfo de una resistencia palestina. Esto es cierto aunque uno deplore, o no, algunos de sus métodos, su costo exorbitante, la pesada cuenta de los muertos que ya destruyó otra generación de palestinos que no se rindieron ante la superioridad avasalladora del poderío israelí-estadunidense. Se ha invocado toda suerte de razones para el surgimiento del mapa de ruta: que 56 por ciento de los israelíes lo respalda, que Sharon finalmente tuvo que entender la realidad internacional, que Bush necesita una cobertura árabe-israelí para emprender más aventuras en otras partes, que los palestinos finalmente entraron en razón y pusieron a Abu Mazen (el nombre de guerra, más familiar, con el que se conoce a Abbas) y otras más. Algo hay de cierto, pero yo insistiré en que si no fuera por el hecho de que los palestinos siguen empeñados en rehusarse a ser "un pueblo derrotado", como dijo de ellos recientemente el alto mando israelí, no habría plan de paz alguno. No obstante, cualquiera que crea que el mapa de ruta ofrece algo parecido a un arreglo o que aborda los puntos básicos, se equivoca. Como tanto del discurso de paz que prevalece, sitúa plenamente en los hombros de los palestinos la necesidad de restricciones, renunciación y sacrificio, ne-gando así la densidad y la cruda gravedad de la historia palestina. Leer el mapa de ruta es confrontar un documento sin asideros, olvidado de su tiempo y circunstancia.

En otras palabras, el mapa de ruta no es tanto un plan para la paz, sino de pacificación: se trata de ponerle fin al problema palestino. De ahí la repetición del término "desempeño" en la prosa de madera del documento -en otras palabras: cómo se es-pera que se comporten los palestinos, casi en el sentido social del término. Que no haya violencia, ni protestas, más democracia, mejores líderes e instituciones, todo lo anterior según la noción de que el problema subyacente ha sido la ferocidad de la resistencia palestina, más que la ocupación que diera pie a su surgimiento. En nada se compara esto con lo que se espera de Israel, ex-cepto que los pequeños asentamientos de los que hablé antes, conocidos como "puntos de avanzada ilegales" (nueva clasificación que sugiere que algunas de las implantaciones israelíes en tierra palestina no lo son), deben desmantelarse y sí, que los asentamientos importantes se "congelen" pero ciertamente no se abandonen o desmantelen. No se dice ni una palabra de lo que los palestinos han aguantado desde 1948, y luego de nuevo desde 1967, a ma-nos de Israel y Estados Unidos. Nada se di-ce tampoco del freno a la economía palestina como lo describe la investigadora estadunidense Sara Roy, en un libro de próxima aparición.1 Las demoliciones de casas, el descuajamiento de árboles, los más de 5 mil prisioneros, la política de asesinatos precisos, las clausuras a partir de 1993, la ruina total de la infraestructura, el increíble número de muertes y mutilaciones, todo eso y más ni siquiera se menciona.

La truculenta agresión y el unilateralismo tieso de los gabinetes estadunidense e israelí son ya muy conocidos. El gabinete palestino no inspira confianza alguna, pues se le reunió a partir de las cohortes de Arafat, en-vejecidas o recicladas. De hecho, el mapa de ruta parece haberle otorgado a Yasser Arafat un nuevo contrato para vivir; no son banales todos los estudiados esfuerzos de Powell y sus asistentes por evitar visitarlo. Pese a la estúpida política israelí de intentar humillarlo encerrándolo en su baluarte, tan bombardeado, sigue con los hilos de los asuntos en las manos. Continúa siendo el presidente electo de Palestina, sigue manteniendo la bolsa del dinero bajo control (una bolsa no muy abultada), y en cuanto a su rango nadie del actual gabinete de "reforma" (el cual, a excepción de dos o tres adiciones nuevas, lo forman miembros reciclados del viejo gabinete) puede compararse con el viejo en carisma y poder.

Empecemos con Abu Mazen. Lo conocí en marzo de 1977 en mi primera reunión del Consejo Nacional, en El Cairo. Fue él quien en su intervención habló mucho más que los demás, en un modo didáctico que debe haber perfeccionado desde sus días como maestro de escuela en Qatar. Explicó a los parlamentarios palestinos reunidos las diferencias entre el sionismo y la disidencia sionista. Fue una intervención notable, pues en aquellos días casi nadie entre los palestinos tenía una noción real de lo que significaban los varios tipos de activistas y pacifistas, ya no digamos los sionistas fundamentalistas, que eran anatema para todo árabe. Visto en retrospectiva, el discurso de Abu Mazen inició la campaña de reuniones de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), muchas de ellas secretas, entre palestinos e israelíes que sostuvieron en Europa prolongados diálogos en torno a la paz, repercutiendo en sus respectivas sociedades, y que formarían las bases sociales que hicieron posible el proceso de Oslo.

Sin embargo, nadie puso en duda que Arafat había autorizado el discurso de Abu Mazen y la subsecuente campaña, que costó la vida de hombres tan valientes como Issam Sartawi y Said Hammami. Y mientras los participantes palestinos emergieron del centro de la política palestina (es decir, de Fatah), los israelíes eran un pequeño grupo marginal de vilipendiados simpatizantes por la paz, cuya entereza fue muy celebrada, por esa misma razón. Durante los años de la OLP en Beirut, entre 1971 y 1982, Abu Mazen se estacionó en Damasco, pero se unió al exiliado Arafat y a su equipo en Túnez, y estuvo ahí unos 10 años. Lo vi ahí varias veces y me sorprendió su oficina, tan bien organizada, sus modos burocráticos y quietos, su evidente interés por Europa y Estados Unidos como espacios donde los palestinos podían efectuar un trabajo útil promoviendo la paz junto a los israelíes. Después de la conferencia de Madrid en 1991 se rumoraba que había juntado a gente cercana a la OLP con intelectuales independientes europeos y que los había formado como equipos que preparaban documentos de negociación sobre asuntos tan variados como agua, refugiados, demografía y fronteras, adelantándose a lo que habrían de ser las reuniones secretas de Oslo en 1992 y 1993, aunque -hasta donde sé- ninguno de esos documentos se usó, ninguno de los expertos palestinos se involucró directamente en las pláticas y ninguno de los resultados de sus investigaciones influyó en los textos finales que emergieron.

En Oslo los israelíes llegaron con un grupo de expertos apuntalados con mapas, documentos, estadísticas y por lo menos 17 borradores previos al documento que los palestinos terminarían firmando. En cambio, desafortunadamente, los palestinos restringieron a sus negociadores a tres hombres de la OLP, totalmente diferentes, ninguno de los cuales sabía inglés o tenía antecedentes en negociaciones internacionales (o de tipo alguno). Es posible que la idea de Arafat fuera contar con un equipo que lo mantuviera en el proceso, especialmente después de su exilio de Beirut y su desastrosa decisión de aliarse con Irak durante la guerra del golfo Pérsico de 1991. Si tenía otros objetivos calculados, no los preparó eficazmente, como siempre ha sido su estilo. En las memorias de Abu Mazen 2 y en otros recuentos anecdóticos de las discusiones en Oslo, el subordinado de Arafat es descrito como el "arquitecto" de los acuerdos, pese a no haber salido de Túnez; Abu Mazen llega al extremo de afirmar que le tomó un año (después de las ceremonias de Washington, donde apareció junto a Arafat, Yitzhak Rabin, Shimon Peres y Bill Clinton) convencer a Arafat de que šno había logrado un Estado palestino en Oslo! Sin embargo, casi todos los recuentos de las pláticas de paz enfatizan el hecho de que Arafat era quien tenía todos los hilos. No sorprende entonces que las negociaciones de Oslo empeoraran bastante la situación global de los palestinos. El equipo estadunidense, conducido por Dennis Ross, antiguo empleado del grupo de cabildeo israelí -trabajo al que retornó ahora- respaldó de cajón la posición israelí que, después de una década de negociaciones, consistía en regresarle a los palestinos 18 por ciento de los territorios ocupados en términos muy desfavorables, con las fuerzas de defensa israelíes a cargo de la seguridad, las fronteras y el agua. Es natural que el número de asentamientos se haya más que duplicado.

Desde que la OLP regresó a los territorios ocupados en 1994, Abu Mazen se mantuvo como figura de segunda, y es conocida universalmente su flexibilidad con Israel, su subordinación hacia Arafat, y su carencia absoluta de alguna base social organizada, pese a ser uno de los fundadores de Fatah, miembro antiguo y secretario general de su comité central. Así que hasta donde sé nunca fue electo para cargo alguno, y ciertamente no fue parte del Consejo Legislativo Palestino.

La OLP y la ANP de Arafat son todo menos transparentes. Muy poco se sabe de la forma en que se toman las decisiones, en qué se gasta el dinero, dónde está y quién -además de Arafat- tiene injerencia en el asunto. Sin embargo, todo el mundo concuerda en que Arafat, maniaco administrador detallista y un obsesivo del control, es la figura central en cualquier aspecto significativo. Es por todo lo anterior que el ascenso de Abu Mazen al rango de primer ministro de la reforma, que tanto complace a los estadunidenses y a los israelíes, es tomado por la mayoría de palestinos, caray, como una especie de chiste: la manera en que el viejo se quedó con el poder inventando un artilugio, digamos. Abu Mazen es considerado gris, por lo general, moderadamente corrupto, y sin ideas claras ni propias, ex-cepto querer complacer al hombre blanco.

Al igual que Arafat, Abu Mazen no ha vivido nunca sino en el golfo, en Siria y Líbano, Túnez y ahora la Palestina ocupada; no sabe idiomas que no sean arábicos y no es un gran orador ni tiene presencia pública. Por contraste, Mohammed Dahlan, el nuevo jefe de seguridad en Gaza -la otra celebrada figura sobre la que israelíes y estadunidenses cifran grandes esperanzas-, es más joven, más listo y bastante despiadado. Durante los ocho años que coordinó una de las 14 o 15 organizaciones de seguridad de Arafat, Gaza fue conocida como Dahlanistán. Renunció el año pasado, sólo para volver a ser reclutado para fungir como "jefe de seguridad unificada" por los europeos, los estadunidenses y los israelíes, pese a que siempre ha sido uno de los hombres de Arafat. Ahora se espera que quiebre a Hamas y a Jihad Islámica; una de las reiteradas demandas israelíes tras de la cual yace la expectativa de que ocurra algo parecido a una guerra civil palestina, lo que hace brillar los ojos de los militares israelíes.

En cualquier caso, me parece claro que, no importa lo asiduo y flexible que Abu Mazen "se desempeñe", va a estar limitado por tres factores. Uno, por supuesto, es el propio Arafat, que sigue controlando Fatah, la cual, en teoría, es la base del poder de Abu Mazen. Otro es Sharon (que podemos suponer tendrá siempre a Estados Unidos tras de sí). En una lista de 14 "observaciones" publicada el 27 de mayo en Ha'aretz en torno al mapa de ruta, Sharon señaló los muy estrechos límites que tendrá la flexibilidad por parte de Israel. El tercer factor es Bush y su entorno. A juzgar por el manejo de los periodos posteriores a las guerras de Afganistán e Irak, no tiene ni las agallas ni la habilidad que se requerirán para construir una nación. Ya el ala derecha cristiana con sede en el sur ha manifestado ruidosamente que no hay por qué presionar a Israel, y el poderoso grupo de cabildeo pro israelí en Estados Unidos, con su dócil comparsa, el Congreso estadunidense copado por israe-líes, han brincado ante cualquier finta de coerción contra Israel, pese a lo crucial que sería, ahora que comenzó una fase final.

Puede sonar quijotesco de mi parte decir que aunque las perspectivas inmediatas resultan sombrías desde el punto de vista palestino, no son oscuras. Regreso a la entereza que mencioné antes, y al hecho de que la sociedad palestina -devastada, casi en ruinas, desolada en tantas formas- es, como el zorzal de alebrestado plumaje descrito por Hardy, todavía capaz de remontar su alma por encima de un abatimiento creciente. Ninguna otra sociedad árabe es tan re-voltosa y sanamente ingobernable, y ninguna es tan plena de iniciativas sociales y cívicas ni de instituciones que funcionen (in-cluido un milagrosamente vital conservatorio de música). Pese a que en su mayoría es-tán muy desorganizados y en algunos casos sobrellevan una vida miserable de exilio sin Estado, los palestinos de la diáspora están involucrados, con enorme energía, en los problemas de su destino colectivo, y todo el mundo que conozco intenta impulsar la causa. Solamente una fracción minúscula de esta energía pudo colarse a la ANP, la cual extrañamente -a excepción de la tan ambivalente figura de Arafat- se mantuvo siempre marginal al destino común. De acuerdo con las encuestas recientes, Fatah y Hamas cuentan, entre ambas, con un grueso 45 por ciento de los votos palestinos, y el 55 por ciento restante evoluciona, por caminos muy diferentes, a formaciones políticas mu-cho más esperanzadoras.

Hay una en particular que me sorprende por significativa (y me he ligado a ella) en tanto impulsa la única formación genuina de base, apartándose de los partidos religiosos y su política fundamentalmente sectaria, y del nacionalismo tradicional que ofrecen los viejos (y no nuevos) activistas de Fatah pro Arafat. Es conocida como la Iniciativa Política Nacional (IPN) y su figura principal es Mostapha Barghuti, médico educado en Moscú, cuyo trabajo principal es ser director del Comité de Auxilio Médico Comunitario, que le brinda servicios de salud a más de 100 mil palestinos en el ámbito rural. Antiguo militante del Partido Comunista, Barghuti es organizador de ha-bla suave y dirigente que ha remontado los cientos de obstáculos físicos que impiden el movimiento palestino, y que viaja al extranjero a reclutar a casi todo individuo u organización independiente de valía, con un programa político que promete una reforma social pero también una liberación que trascienda las líneas doctrinarias. Singularmente libre de la retórica convencional, Barghuti ha trabajado con israelíes, europeos, estadunidenses, africanos, asiáticos y árabes pa-ra construir un movimiento de solidaridad envidiablemente bien aceitado que practica el pluralismo y la coexistencia que predica. La IPN no alza las manos ante la militarización poco dirigida de la intifada. Ofrece programas de capacitación para los desempleados y servicios sociales para los descastados sobre la base de que esto es una respuesta ante las actuales circunstancias y la presión israelí. Sobre todo, la IPN -que está por convertirse en un partido político reconocido- busca movilizar a la sociedad pa-lestina en casa y en el exilio para impulsar elecciones libres, auténticas elecciones que representen los intereses palestinos, no los israelíes o estadunidenses. Este sentido de autenticidad es lo que parece faltarle al sendero abierto para Abu Mazen.

La visión que entraña no es un Estado provisional fabricado que ocupe 40 por ciento de la tierra, abandonando a los refugiados y a una Jerusalén ocupada por Israel, sino un territorio soberano, liberado de la ocupación militar mediante acciones masivas que involucren a árabes e israelíes siempre que sea posible. Dado que la IPN es un auténtico movimiento palestino, la reforma y la democracia se han vuelto parte de su práctica cotidiana. Muchos cientos de los más notables activistas e independientes palestinos ya se afiliaron y se llevan a cabo reuniones organizativas. Hay planes para efectuar muchas más, fuera y dentro de Palestina, pese a las terribles dificultades para darle la vuelta a las restricciones israelíes a la libertad de movimiento. Alienta pensar que, mientras continúan las negociaciones formales y las discusiones, existe un núcleo de alternativas informales, no cooptadas, de las cuales la IPN y una creciente campaña internacional de solidaridad son el principal componente.

1. Scholarship and Politics: Selected Works of Sara Roy on the Palestinian-Israeli Experience 1985-2003 (Obras escogidas de Sara Roy sobre la experiencia palestino-israelí 1985-2003)

2. Through Secret Channels: The Road to Oslo: Senior PLO Leader Abu Mazen's Revealing Story of the Negotiations with Israel (Por canales secretos: el camino a Oslo: uno de los dirigentes más antiguos de la OLP, Abu Mazen, revela la historia de las negociaciones con Israel, Reading, Reino Unido, 1995. Ver también la reseña del libro elaborada por As'ad AbuKhalil's en Journal of Palestine Studies, verano de 1996: 103-4.

* Intelectual de origen palestino-estadunidense, premio Príncipe de Asturias por su labor en favor de la pacificación en Medio Oriente y profesor de literatura en la Columbia University

© Edward W. Said

Traducción: Ramón Vera Herrera

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año
La Jornada
en tu palm
La Jornada
Coordinación de Sistemas
Av. Cuauhtémoc 1236
Col. Santa Cruz Atoyac
delegación Benito Juárez
México D.F. C.P. 03310
Teléfonos (55) 91 83 03 00 y 91 83 04 00
Email
La Jornada
Coordinación de Publicidad
Av. Cuauhtémoc 1236 Col. Santa Cruz Atoyac
México D.F. C.P. 03310

Informes y Ventas:
Teléfonos (55) 91 83 03 00 y 91 83 04 00
Extensiones 4445 y 4110
Email