México D.F. Domingo 15 de junio de 2003
Un deceso implica un gasto mínimo de
10 mil pesos en los sepelios
La muerte es un negocio redondo; la industria funeraria,
floreciente
México es visto como un jugoso mercado por su
alta tasa de mortalidad
ANASELLA ACOSTA NIETO
El intento por perpetuar el confort, el lujo y la apariencia
agradable, así como la aspiración por redimir algunas culpas
ante lo único irremediable para el ser humano: la muerte, han hecho
florecer la industria funeraria a escala internacional, misma que este
fin de semana centró su atención en México, nación
vista como un jugoso mercado por su alta tasa de mortalidad, que la coloca
como la segunda en Latinoamérica con el mayor número de decesos
al año, después de Brasil.
Este
viernes y sábado tuvo lugar por primera vez en México un
encuentro de servicios funerarios, Expofun 2003, con sede en el World Trade
Center, en el que participaron 55 empresas extrajeras provenientes de Colombia,
España, Estados Unidos e Italia, y 3 mil del total de 5 mil firmas
nacionales.
De acuerdo con la Memorial International, en México
mueren alrededor de 480 mil personas al año, lo que implica un gasto
promedio por deceso de 10 mil pesos, es decir un ingreso de 480 millones
de pesos anuales.
Con sustento en ritos y mitos mortuorios, que en algunos
casos tienen sus raíces en épocas ancestrales, las empresas
funerarias han desarrollado toda una gama de productos para aminorar el
padecer del doliente ante la pérdida de su ser querido o para expiar
cargos de conciencia y comenzar a quererlos.
La previsión de exequias, asistencia emocional,
tanatopraxia, franquicias funerarias, tributación y, claro, la opción
de rezos y rituales acorde con la religión del cliente, son algunos
de lo servicios que ofrecen las empresas funerarias acompañados
de diversos productos fabricados en metal, plástico o polietileno,
y que van desde ataúdes, lápidas, cruces, efigies de santos
o monumentos fúnebres.
Práctica remota
Una de las prácticas base del crecimiento de la
industria funeraria es la de embalsamar los cadáveres, que en tiempos
remotos sólo era privilegio de emperadores o gobernantes con un
alto rango, y cuyo fundamento era el de evitar que los restos mortales
sucumbieran ante el proceso natural de descomposición para perpetuar,
de algún modo, la presencia del difunto y los dones que de éste
emanaban en vida. Ejemplo de ello son los ritos funerarios realizados en
honor de los faraones egipcios o de los mismos emperadores aztecas.
En nuestros días las empresas funerarias mantienen
esa práctica bajo el mito de que sin ese servicio el familiar de
un difunto está recibiendo un tratamiento inferior e indigno. En
Estados Unidos, además, se sigue embalsamando en nombre de la salud
de la población, aunque el Centro Federal para el Control y la Prevención
de Enfermedades en Atlanta fue enfático, al asegurar que embalsamar
no proporciona beneficio a la salud pública de ningún tipo.
Pensar en tanta pomposidad a la hora de la muerte puede
resultar paradójico, insolente e injusto en algunos casos. No se
puede evitar el pensar en el gran Wolfgang Amadeus Mozart arrojado a una
fosa común, su delito: la pobreza. Pero el prestigio siempre estará
en venta para quien alcance su precio, incluso en las situaciones más
burdas.
Menor a la esperada fue la afluencia a la Expofun. Al
parecer, la catrina sin atuendo todavía espanta. No obstante, hubo
algunos curiosos, además de empresarios, interesados en una variedad
de diseños de féretros que van desde cartón denominado
el "ataúd del milenio", importado desde España y pensando
en el medio ambiente y el precio, hasta un ataúd con servicio de
cámara refrigerante proveniente de Italia. Usted elija, después
los vivos dirán.
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