México D.F. Domingo 15 de junio de 2003
MAR DE HISTORIAS
Sí y no
CRISTINA PACHECO
El sol se escurre entre las persianas. La luz marca líneas
en el tocador, la cama, el sillón. Los muebles parecen reposar sobre
un papel pautado. FLOR entra en el cuarto y arroja a la cama el bolso de
mano, el impermeable y su llavero. Se frota la cara y, esforzándose
por mantener el equilibrio, se quita las zapatillas. Aliviada, se echa
en la cama. Las llaves producen un tintineo que la irrita y de un manotazo
las tira al suelo. Enseguida se incorpora y balbucea:
FLOR: Después andaré buscándolas
como loca. (Se inclina, recupera el llavero y otra vez se acuesta.) Siempre
ocurre lo mismo: tienes algo y lo desprecias; luego, cuando lo buscas,
ya no está. (Mira el techo y sonríe, como si estuviera dirigiéndose
a alguien.) Papá: si me oíste, debes estar feliz de que confiese
mi arrepentimiento. (Se ovilla, se cubre la cabeza con los brazos y se
balancea al ritmo de su voz:) ¿Por qué no fui a buscarte
cuando aún era posible que habláramos?
Flor escucha golpes a la puerta. Antes de que pueda ordenarse
la ropa, ve entrar a LUCILA:
LUCILA: Encontré tu maleta en el pasillo.
FLOR: (Se sienta.) Perdóname, no pude avisarte
que regresaba hoy. Todo sucedió muy rápido. (Mira al vacío).
Mucho más de lo que imaginaba: enterramos a mi papá en la
mañana.
LUCILA: ¿Cómo te sientes? (Da un paso hacia
la cama pero no se atreve a sentarse.)
FLOR: ¿Cómo crees? (Se frota el cuello.)
LUCILA: Debiste permitir que fuera contigo al hospital.
(Ve a Flor hacer un gesto de indiferencia). No hubiera interferido, sólo
te habría acompañado.
FLOR: ¿Te parece poco?
LUCILA: En esos casos, a lo mejor no sirve de gran cosa,
pero al menos... (Retrocede al ver que Flor se levanta.) ¿Adónde
vas?
FLOR: A quitarme esta ropa. (Inclina la cabeza y aspira.)
Huele a polvo, a flores podridas, a muerte. Lástima que ya no tengamos
el calentador de leña. (Se baja la falda. La prenda cae y parece
una trampa circular.) Me gustaría quemarla toda ahora mismo.
LUCILA: Puedes regalarla. Hay gente pobre que... (La mirada
de su amiga la cohíbe.) Perdóname, ya sé que no es
hora de fomentar tu conciencia social.
FLOR: (Recoge la ropa, hace un ovillo y la arroja contra
la pared.) ¡Hacer por otros lo que no hice por mi padre!
LUCILA: Por favor, olvida eso.
FLOR: ¿Tú lo harías? (Mira a Lucila
con severidad.)
LUCILA: No quise ofenderte.
FLOR: ¡Pero lo hiciste! (Lucila se encamina a la
puerta.)
Discúlpame. ¡No te vayas! (Al verse sola,
se precipita a cerrar las persianas. Enciende la luz y de nuevo se tiende
en la cama.)
II
Envuelta en la bata de baño, descalza y con el
cabello húmedo, Flor se aproxima al escritorio donde trabaja Lucila,
rodeada de libros y diccionarios. Flor señala uno:
FLOR: ¿Cuál es la definición de no?
LUCILA: (Toma el diccionario, encuentra el monosílabo
y lee:) "Adverbio. Expresa la idea de negación y se opone a sí"
(Mira a Flor.) ¿Sigo leyendo?
FLOR: Busca sí. (Percibe el desconcierto
de su amiga.) Por favor...
LUCILA: (Desliza el índice por los renglones.)
Tiene muchos significados. "Conjunción condicional, símbolo
químico de silicio, séptima nota musical. Adverbio afirmativo.
Se usa, por lo general, para responder afirmativamente a una pregunta".
(Oye la risa de Flor y suspende la lectura.)
FLOR: Me río de pensar que mi padre seguramente
habrá sabido esas definiciones. (Se sienta en un sillón y
se remete la bata entre las piernas). Conocía la de todas las palabras.
Me contaba que de joven fue velador en un despacho de abogados. Sin nada
con qué entretenerse, pasaba las horas consultando diccionarios.
LUCILA: ¿No había otra cosa?
FLOR: Sí. Libros especializados, incomprensibles
para mi padre. (Soñadora.) Si los hubiera entendido tal vez no se
habría interesado en los diccionarios y no se habría convertido
en el maravilloso narrador de historias que fue. Me contó miles.
LUCILA: (Entusiasmada.) ¿Recuerdas alguna?
FLOR: Con claridad, no. Se me confunden los lugares y
los personajes, pero conservo la sensación luminosa que me producía
escucharlas. (Su entusiasmo se esfuma.) Cuando nos dejó, sentí
como si me quedara en tinieblas. A lo mejor por eso me da tanto miedo apagar
la luz. Si lo hago, creo que algo sucederá. (Se toca la frente.)
Me hubiera gustado tanto decírselo...
LUCILA: ¿No pudiste hablar con él?
FLOR: Sí. Gracias a que las monjas me permitieron
quedarme en el hospital, me pasé los tres días recordándole
a mi papá cómo era nuestra vida antes de que nos abandonara.
(Baja el tono de voz y sonríe de manera ambigua.) ¿Te he
dicho que antes de irse quemó todo lo que había en la casa?
Me recuerdo abrazada de mi madre contemplando el incendio. Los vecinos
se alarmaron mucho porque la fogata era enorme. Si no ardió toda
la noche fue gracias a que uno de ellos llamó a los bomberos.
LUCILA: Tu madre y tú ¿qué hicieron
después?
FLOR: Sobrevivir. (Entrelaza los dedos y mira la alfombra.)
Aquel vacío era terrible. Por fortuna, los vecinos
se apiadaron y al poco tiempo la casa, que estuvo años con las paredes
ahumadas, se convirtió en una especie de bazar: teníamos
muebles desvencijados de todos los colores y estilos.
LUCILA: Nunca me has dicho por qué las abandonó
tu padre.
FLOR: Nunca lo he sabido, ni tampoco por qué se
suicidó mi hermano Luis antes de cumplir once años. Siempre
que le pregunté esas cosas a mi madre, se negó a responderme.
Lloraba. (Separa las manos y vuelve a unirlas despacio, con intención
devastadora.) Quedé aplastada como una mosca entre la muerte de
Luis, el silencio de mi mamá y el abandono de mi padre.
LUCILA: ¿Fuiste a buscar a tu padre para que te
dijera...?
FLOR: ¿Por qué nos había abandonado?
No. Después de treinta años de no verlo, saber eso ya era
lo de menos.
LUCILA: ¿Entonces...?
FLOR: Te vas a reír. (Inclina la cabeza y llora
con suavidad.) Quería que volviera a contarme alguna de sus historias,
recuperar la luz de otros tiempos, de los pocos años en que fuimos
una familia.
LUCILA: ¿Eras feliz entonces?
FLOR: (Sonríe y se enjuga el llanto.) Más
me vale creerlo. Es la ventaja del pasado: podemos recomponerlo, echar
en el olvido lo que nos estorba para seguir viviendo.
LUCILA: Tu padre ¿recordó alguna de sus
historias?
FLOR: Todas, pero desordenadas, hechas pedazos. (Vuelve
a llorar.) Y me esforcé por ayudarlo, te lo juro. Le daba pistas.
(Cierra los ojos y adopta la actitud de quien habla al oído de otro.)
"Papá: ¿recuerdas el cuento de la mujer que no pudo llegar
a los toros porque se demoró peinando su larguísima cabellera?"
"Anda, papá, haz un esfuerzo y vuelve a contarme la de aquel loco
que pasaba las noches cazando estrellas en los charcos de lluvia". Esa
era mi predilecta. (Se golpea la frente.) Y por más esfuerzos que
hago no puedo recordarla completa. Jamás podré hacerlo porque
ya no está mi padre, ni estará jamás.
LUCILA: Su enfermedad era terrible. Las monjas te advirtieron
que su cabeza ya no funcionaba bien.
FLOR: Al final sí. De las muchas palabras que sabía
sólo pronunció una con claridad: "No". (Se acerca a la mesa,
abre el diccionario donde Lucila dejó una marca y lee:) "Adverbio.
Expresa la idea de negación y se opone a sí". (Cierra
el libro). Papá me abandonó de nuevo y esta vez se llevó
para siempre nuestra vida y sus historias. Siento miedo de tanta oscuridad.
|