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México D.F. Martes 24 de junio de 2003
José Blanco
Democracia en riesgo
Los sucesivos acuerdos entre los partidos políticos y el gobierno dieron como resultado una legislación electoral y una forma de institucionalizar la práctica electoral que no hemos dejado de aplaudir una gran cantidad de mexicanos y que, evidentemente, ha sido un enorme paso civilizatorio en la convivencia de los ciudadanos y en la forma como deciden la designación de sus representantes políticos: el Poder Ejecutivo y el Legislativo. Este descubrimiento del hilo negro no es fútil abalorio; es preciso subrayarlo porque todo eso está hoy en zona de alto riesgo, y ahí lo han colocado los mismos actores que produjeron las nuevas disposiciones electorales y la creación del IFE y el Trife.
Especialmente desde el proceso electoral de 2000, muchos estudiosos y observadores de la vida política han estado acumulando posibles reformas a nuestra institucionalidad electoral que mejoren la calidad de la única joya política con la que contamos los mexicanos. Pero en paralelo, esa misma joya se ha ido volviendo crecientemente incómoda para los mismos actores que la concibieron y la engendraron. Lo peor es que los actores a quienes corresponde ser los principales usuarios de la institucionalidad electoral -los partidos políticos y el gobierno- la utilizan de tal forma que han comenzado a hacerla repulsiva para segmentos probablemente crecientes de la ciudadanía.
El famoso traslado desde la plaza pública a los medios electrónicos, de la política de contacto a la mercadología, asunto que llegó para quedarse, tal como se ha hecho ha sido un desastre cada vez más repugnante. La política vuelta vacua estupidez al costo de cientos o miles de millones de pesos trasladados desde los bolsillos de los ciudadanos a las televisoras y, en menor medida a las estaciones radiofónicas. Seguramente usted conversa frecuente u ocasionalmente con amigos y conocidos acerca del proceso electoral en curso. Ese dato se repite sin cesar: millones y millones de los contribuyentes, para ver y oír las irritantes y fastidiosas sandeces que nos asestan a todas horas del día, encienda usted el televisor o la radio. Agregue, además, la masiva contaminación visual de los carteles, en los que aparece una galería inmensa de ilustres desconocidos con una mueca de sonrisa congelada y un nombre ignorado por todo mundo, acaso acompañado de letreritos sin sentido, y un vergonzante logotipo lo más pequeño posible, escondido en un rincón del plástico que quiere vender la imagen del don nadie que quiere ser diputado o jefe delegacional. Toda esta orgía de memez tercermundista produce en los ciudadanos el efecto exactamente contrario al buscado por los partidos políticos, a un costo de millones, insistamos, en un país de 60 millones de pobres. Inaudito.
Por si esto no fuera suficiente, los curas se meten hasta la cocina con sus putrefactos sermones políticos, y los prohombres de los partidos riñen furibundos por unos espots -los de todos- insoportables a la ciudadanía. Se fomenta así, eficazmente, el enfado, cuando no la cólera de los ciudadanos, y el alejamiento, el escepticismo y el desprecio por la política.
Entre tanto, en estos años, los partidos se rompieron la crisma por hacerse de los puestos directivos y, cuando las instituciones electorales hubieron de intervenir, sus fallos los enojaron; lo mismo ocurrió cuando hubieron de ser repuestos algunos candidatos, y no se diga los negros sentimientos que se han acumulado en los partidos políticos, šcontra el IFE!, por los asuntos del Pemexgate y de los Amigos de Fox. Sume aún la descarada conducta de los verdes (uno de los "partidos" familiares), o la práctica corrupta del PSN (otro "partido" familiar).
En los últimos meses, además, los partidos se han lanzado huevos podridos a placer y peores porquerías le han arrojado al IFE, al que acusan de extralimitarse, cuando no de ser omiso en el cumplimiento de sus funciones. La irresponsabilidad política de los partidos a este respecto no tiene medida.
Todo ello va configurando un escenario de alto riesgo. Una ciudadanía escéptica o indiferente respecto a la política y sus partidos y unos partidos que actúan como arrepentidos de haber creado la institucionalidad electoral con que contamos apuntan a la posibilidad de partidizar al IFE en octubre próximo. El que sería un cínico reparto entre los partidos de las posiciones de los consejeros electorales sería la peor catástrofe política de muchos lustros para este país. Creíamos que Lutero estaba fuera de la Iglesia, y que esa era nuestra garantía como electores, pero en realidad la tiene en sus manos. Los enanos partidos "grandes" bien pueden hacerse de ella y legislar a su conveniencia lo que les venga en gana. Los ciudadanos, desarmados, veríamos a las pandillas disputarse el poder por cualesquiera medios: la ley de la jungla que ya nos anunció el senador priísta Fidel Herrera. Ni imaginemos el impacto devastador de una hedionda maniobra como esa sobre nuestra precaria economía.
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