México D.F. Miércoles 25 de junio de 2003
Musulmanas luchan por desterrar el velo
Para muchas el hejab y la burka no son asunto religioso, sino formas de dominación
YASMIN ALIBHAI-BROWN THE INDEPENDENT
El hejab vuelve a ser noticia. En Francia, una vez más, el Estado está en violento conflicto con las estudiantes musulmanas que usan esa prenda. El gobierno no desea símbolos religiosos en el sistema secular de educación, y para algunas musulmanas francesas eso constituye un ataque a su fe. Entre tanto en Irán, Irak, Afganistán y Pakistán las jóvenes rechazan la idea de que deban vivir y morir cubiertas con velos y sudarios.
Tengo que confesar un prejuicio. Me pongo inquieta cuando veo mujeres o jovencitas que llevan el hejab, por lo regular gris, blanco o negro. No estoy convencida de que en todos los casos sea una decisión libre, tomada después de considerarla y estudiarla. El espíritu ardiente e independiente que alienta en mí -bendición y maldición a la vez- se retuerce de indignación, aunque con frecuencia contengo la lengua porque he recibido demasiados sermones de muchos musulmanes más santos que yo, quienes me dicen que es un mandamiento de Alá o la marca de una identidad orgullosa que resiste a la islamofobia, o bien que concede a las mujeres incontables libertades negadas a aquellas que gustamos de sentir el viento en nuestro cabello.
Puede que tengan razón, pero no tanta como dicen. Una convicción tan moralista y absoluta hace a las hejabis tan perversas como aquellos que se apresuran a juzgarlas como débiles y oprimidas. El hejab es un tema controversial dentro y fuera del Islam, y los debates y disputas más estremecedores surgen en el país donde por primera vez se materializó el moderno Islam, rígido y autoritario: Irán.
Fue allí donde, después de la revolución que en 1979 derrocó al sha, amigo de Estados Unidos, la teocracia del ayatola Jomeini impuso el hejab. El odio a la monarquía era tan intenso que para los iraníes comunes y corrientes cualquier cosa era preferible. Hubo genuino respaldo popular para Jomeini y su interminable cadena de fatwas que poco a poco fueron despojando a las mujeres de sus libertades fundamentales.
A los hombres esto pudo haberles resultado atractivo, pero no a las mujeres. Los soldados supervisaban sus ropas, atentos a cualquier rastro de maquillaje o cualquier atisbo de pantorrilla. Cientos de mujeres fueron encarceladas y golpeadas en la planta del pie para que no pudieran caminar durante meses; algunas fueron ahorcadas por transgredir las normas relativas al vestido o por tener amoríos prohibidos. Una mujer a quien yo admiraba enormemente, la siquiatra de niños Homa Darabi, prendió fuego a su velo y se inmoló en una plaza de Teherán en 1994. Protestaba contra la imposición del hejab y otros mandatos que habían confinado a las mujeres iraníes en su casa, en su función social, en sí mismas.
Esto ocurrió en un tiempo en que a las argelinas, en particular las estudiantes universitarias, se les asesinaba por no cubrirse con propiedad. Actualmente en Saudiarabia las mujeres a las que se golpea o decapita en público están cubiertas de arriba abajo: no tienen derecho a mostrar sus lágrimas ni a mirar al cielo antes que su cabeza ruede por tierra.
En Gran Bretaña el hejab se volvió un símbolo igualmente poderoso del despertar islámico que siguió al furor ocasionado por los Versos satánicos de Salman Rushdie.
De hecho las jóvenes tomaron la prenda para mostrar orgullo por lo que eran. Pero con el tiempo esa elección se ha vuelto mandato supremo, a la vez que surgen alternativas de moda, con mujeres atrevidas que llevan turbantes de colores brillantes o pañoletas de diseñador, con logo y toda la cosa.
Mucha sangre se ha derramado por esta "libertad", pero las hejabitas británicas no hablan mucho de eso porque las distrae de sus certezas. En el Irán de hoy, jóvenes desesperadas por escapar de la "modestia" impuesta llevan elegantes pañoletas de seda y chiffon, rojas, verdes y doradas, atadas de tal modo que se escapen los rizos rebeldes. Sus túnicas son más estrechas y cortas, y ya la policía del vestido descarga una vez más su fuerza bruta contra tan inocentes placeres.
El Corán tiene un punto de vista menos rígido que estos brutos, afirma el doctor Riffat Hassán, erudito musulmán radicado en Estados Unidos. A los creyentes, hombres y mujeres, se les llama a comportarse con modestia y a prestar atención a su dignidad. En ninguna parte dice que los hombres pueden golpear y matar a las mujeres que se niegan a andar enjauladas en la menos atractiva de las telas.
En fechas recientes el doctor Hassán ha sido atacado por una nueva fanática de Pakistán, Farhat Hashmi, mujer cuya influencia se extiende por ese país y Gran Bretaña. Por medio de sus centros de enseñanza islámica, Hashmi sentencia que el hejab revela demasiado, que las musulmanas deben cubrirse también la cara, los brazos y las piernas, de modo que ninguna de sus características femeninas pueda ser detectada o imaginada.
Y ahora, cuando uno va a muchos enclaves musulmanes en Gran Bretaña, eso es lo que ve: chicas cuyos rostros no pueden mostrar sonrisas o temores, amor o deleite.
Mi pregunta es: Ƒno es una terrible injusticia degradar a los hombres musulmanes en esta forma? ƑQuiere esto decir que el sexo los impulsa en forma tan incontrolable, los atosiga con tal demencia que basta la vista de una muñeca para provocarles espasmos? Si fueran virtuosos en verdad, como muchos sin duda son, se podría hacer caminar vírgenes desnudas entre ellos y seguirían concentrados en sus oraciones, sin parpadear siquiera.
En cuanto al respeto, me dicen que las hejabitas son más respetadas que las mujeres que muestran el cabello o las piernas, como yo. Lo siento, hermanas: el mayor logro es ganarse el respeto sin tener que disfrazarse para ello. ƑAcaso la novelista egipcia Ahdaf Soueif, presidenta del jurado del Premio Orange de este año, no es respetada porque se viste con ropas occidentales? La semana pasada el Albert Hall de Londres estaba lleno de paquistaníes que fueron a admirar a sus estrellas del pop, diseñadores de modas y poetas. Fue un espectáculo brillante, en el que la mayoría de las mujeres vestían como querían y mantenían su fe inquebrantablemente sólida.
Cierto, personas de todos los sectores están preocupadas por el grotesco libertinaje de las sociedades occidentales, pero la burka y el hejab no son solución para esta degradación que infecta a toda la sociedad. Es como encerrar a la hija de uno para que no vaya a morir en un accidente en el tráfico cada vez más intenso de nuestras calles. En cuanto a la imagen corporal, las mujeres que llevan burkas y hejabs están tan ansiosas como el resto de nosotras. El año pasado, investigadores descubrieron que las iraníes que viven en su país tienen una relación más patológica con su cuerpo que las residentes en Estados Unidos. Hace poco entré en la librería de la mezquita del Regentƀs Park, en Londres. Entre los libros religiosos y guías para una vida de pureza encontré crema para la celulitis y varias hileras de perfumes. Se me dijo que eran "islámicos" porque no contienen alcohol. En cierta forma es maravilloso que dentro de una mezquita se atiendan las necesidades de belleza de las mujeres. Y ellas deben saber que la policía de la fe no puede evitar que sus embriagadores perfumes penetren la nariz de hombres que no son sus primos, hermanos, padres o maridos. En Afganistán los salones de belleza sobrevivieron en los peores días del talibán.
Una se pregunta cuántas de estas mujeres veladas tienen deficiencia de vitamina D, que puede causar problemas de salud como el raquitismo y la osteomalacia en adultos, porque no pueden dejar que el sol les caiga en la piel. Y hay que ver, como he hecho yo, la de cicatrices, moretones y huesos rotos que una burka eficiente puede ocultar.
Como dice mi amiga iraní Líala: "Las musulmanas deben dejar de engañarse. El hejab y la burka no son cuestiones de religión, sino formas de que los hombres tengan poder sobre ellas. Lo que quiero decirles es: abran los ojos".
Yo también. © The Independent Traducción: Jorge Anaya
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