México D.F. Viernes 27 de junio de 2003
Patrick Cockburn*
El destino de Bush, en manos de los ayatolas
Un manchón de sangre oscura sobre el pavimento polvoriento marca el lugar donde un soldado estadunidense fue muerto tras recibir una bala en el cuello y otra en el brazo, muy cerca del generador de Al Dohra, en el sur de Bagdad. Cuando le pregunté a una docena de iraquíes que presenciaron el tiroteo qué pensaban del asesinato, todos dijeron aprobarlo.
"Creemos que se lo merecían", fue el es-calofriante comentario de un hombre que se identificó como Muhammed Abbas. "Ad-miramos la valentía de quienes atacaron." Otro testigo manifestó su entusiasmo: "Va-mos a cocinar un pollo para celebrar. Si Dios quiere habrá más acciones como ésta".
Los soldados estadunidenses en Bagdad no son populares. Los iraquíes se preguntan por qué si hay 55 mil en la capital y sus alrededores, todavía recorren las calles saqueadores y ladrones armados. La semana pasada la temperatura ascendió a más de 37 grados centígrados, los refrigeradores y aire acondicionado no funcionaban porque en muchos distritos sólo tienen una o dos horas de electricidad al día.
Sobre todo Bagdad está llena de rumores atemorizadores porque la Autoridad Provisional de Coalición (APC), nombre que se endilgó la administración de ocupación, por alguna razón ha fallado en su intento de dar información creíble por radio y televisión, cuyos servicios ya se han reanudado. Un ru-mor que tiene credibilidad generalizada en Bagdad es que pandillas que trabajan para los kuwaitíes están secuestrando a niñas iraquíes para llevarlas a ese país, donde las venden como sirvientas. Se dice que 40 ni-ñas plagiadas fueron descubiertas en una casa en el distrito de Al Mansur, aunque nadie sabe en qué calle está dicha morada.
Debido a que los fracasos de la ocupación son tan grotescos, es muy fácil olvidar que los iraquíes ciertamente no quieren que regrese Saddam Hussein, pase lo que pase. Entre el torrente de rumores existen historias de crueldad, reales y terribles, como la del hombre cuyos dos hijos fueron obligados a ejecutar a un tercer hermano, pues de lo contrario toda la familia sería asesinada.
El éxito o fracaso de la ocupación estadunidense hace equilibrios al filo de la navaja. Con la captura de Bagdad, el 9 de abril, Estados Unidos logró una victoria militar fácil, pero fue incapaz de convertirla en una victoria política durante las 10 semanas que siguieron. Puede ser que todavía se dé dicha victoria política, pero tendrán que vencerse muchos obstáculos.
Hasta ahora sólo ha habido ataques esporádicos de pistoleros que portan rifles automáticos y lanzagranadas. Hacer estallar oleoductos y gasoductos en el occidente de Irak puede ser presagio de algo más, pero por lo pronto no hay una guerra de guerrillas coordinada. La resistencia armada se limita a los bastiones musulmanes en Bagdad y en la zona centro del país. Eran los musulmanes sunitas los que dominaban el gobierno civil y militar cuando estaban bajo el régimen, primero de los otomanos, luego de Gran Bretaña, posteriormente de la monarquía y finalmente de Saddam Hussein. Se trata de la comunidad que ha sido más negativamente afectada por la guerra.
No ha habido ataques en Kurdistán, donde la gente está eufórica ante el resultado de la guerra. Han recuperado Kirkuk y tierras que perdieron durante 40 años de limpieza étnica. Necesitan a Estados Unidos para prevenir una intervención turca.
Lo más importante: prácticamente no ha habido resistencia a Estados Unidos en las partes de Irak dominadas por los musulmanes chiítas, que conforman al menos 55 por ciento de la población. Esperan que les llegue el momento después de siglos de opresión. Es muy posible que triunfen en elecciones verdaderamente libres.
Durante el fin de semana vi una pequeña manifestación de chiítas afuera del hotel Al Mansour, en Bagdad, que después marchó hacia los cuarteles de la APC, los cuales se ubican en el Palacio Republicano de Saddam Hussein. El líder de la protesta era el jeque Ahmad al Zirjawi al Bagdad, clérigo chiíta de turbante y túnica negra, de aspecto muy semejante al concepto que tiene Hollywood de un fanático islámico que arroja espumarajos de retórica antiestadunidense.
De hecho, afirmó: "No le estamos pidiendo a las tropas estadunidenses que se retiren para celebrar elecciones libres". Este es el problema real de Estados Unidos: prometió democracia a Irak, pero tiene miedo de que ganen los representantes chiítas. Por tanto, está tratando de postergar dichas elecciones hasta el momento en que crea serán elegidos personajes más aceptables para Washington. Puede pasar mucho tiempo antes de que suceda.
En Najaf, la capital religiosa de los chiítas del sur, Estados Unidos ha llegado, incluso, a nombrar un gobernador sunita fervientemente religioso (esto es un poco como si se hiciera una ocupación del Vaticano y se nombrara gobernador a un protestante fa-nático). Las autoridades militares allí han descartado la celebración de elecciones.
Uno de los aspectos extraños y grotescos de la situación en Irak es que cualquier cosa que decidan los ancianos ayatolas en sus modestas casas, en los polvorientos callejones de Najaf, afectará directamente la próxima elección presidencial en Estados Unidos. Si estos líderes llaman a una resistencia pasiva o a una jihad, aunque esta última opción no es tan factible, se desgastará el baño de oro que adorna la victoria militar del presidente George W. Bush.
Aun si Estados Unidos permite que antes de unas elecciones nacionales se instale un consejo político iraquí genuinamente representativo y con verdadero poder, tendrá que lidiar con personas que no estén de acuerdo con él. Pero si no opta por esta posibilidad enfrentará, en cambio, crecientes dificultades al intentar gobernar Irak exclusivamente con una fuerza militar. En todo caso, la Casa Blanca está descubriendo que al ocupar Irak, que tiene una de las sociedades más complejas de la Tierra, lo que hace sólo unas semanas parecía un triunfo seguro en las elecciones estadunidenses ahora se ha convertido en un juego en el que han aparecido algunos naipes peligrosamente impredecibles para los políticos estadunidenses. © The Independent *Patrick Cockburn es coautor, junto con Andrew Cockburn, del libro Saddam Hussein: Una obsesión estadunidense Traducción: Gabriela Fonseca
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