No al PAN, mensaje de la diversidad sexual
Luis Manuel Arellano
La mayor movilización social del año en todo el país ha sido la del orgullo Lésbico, Gay, Bisexual y Transgénero (LGBT). Ninguna otra reivindicación ha desbordado las calles e inundado los contenidos noticios de los medios de comunicación, como las múltiples expresiones de las preferencias sexuales diversas.
Durante los meses de mayo y junio más de cien mil personas tomaron las calles en Puebla, Tijuana, Monterrey, Chilpancingo, Pachuca, Torreón, Guadalajara, Aguascalientes, Mérida y el Distrito Federal, manifestándose ante la opinión pública como una comunidad real, concreta, diversa, llena de color e irreverente. La población LGBT irrumpió en forma pacífica, dándose visibilidad y lanzando un mensaje muy puntual y concreto: existimos en todo el país y somos bastantes.
De todas estas expresiones, la más importante por el volumen de participación se concentró en la Ciudad de México el pasado 21 de junio, en un impresionante y lento recorrido del Ángel de la Independencia al Zócalo.
Sin embargo, las miles de personas que marcharon vistiendo extravagantes diseños o ingeniosos disfraces, además de los camiones repletos de chicos bailando al ritmo de música pop, resultaron una minoría dentro de otro contingente mayor, el de quienes quisieron hacer el recorrido sin ostentación, es decir, vistiendo ropa casual u ordinaria, lo cual plantea un mensaje que deberá verificarse en su tesis: la incorporación de muchas personas que no quieren asumir ninguna identidad LGBT pero que comparten la homoerotización.
La enorme movilización de esta marcha mostró que existe capacidad de convocatoria y de manera particular que la radio y la internet juegan un papel central al respecto, aunque también los lugares de reunión constituyen medios eficaces para difundir mensajes o convocatorias.
No obstante, la multitud rebasó la visión con la cual trabajó el Comité Organizador y varios grupos de activistas que respaldaron y patrocinaron esta movilización, pues trataron infructuosamente de orientar la participación de toda esa gente en torno del discurso oficial en el que se reivindicaron demandas políticas y sociales. Pero, ¿cómo podrían hacerlo si las y los jóvenes han entendido que "ser gay" es echar desmadre, irse al antro y bailar hasta el cansancio? ¿Cómo puede cautivarse a las miles de nuevas generaciones LGBT e incluso a otras no tan jóvenes, para que se interesen en el respaldo que necesitan dar a quienes hacen política si la marcha se caracterizó por marginar a los abanderados LGBT de los partidos políticos?
El divorcio entre las reivindicaciones del Comité Organizador, los candidatos y abanderados emergentes de la agenda LGBT y la extendida indiferencia de la gente joven, constituirá sin duda una asignatura pendiente, pues habiendo un acecho permanente del clero católico, de empresarios y grupos conservadores y moralizantes en contra de esta creciente visibilidad, carece de sentido movilizar a tanta gente si ésta lo hace en términos de indiferencia hacia la vida pública y el celo de quienes buscan regresarlos al clóset.
Si bien esta impresionante movilización ha sido consecuencia del activimo a favor de los derechos de homosexuales y lesbianas iniciado en los años 70, reproduce también las profundas divisiones políticas y conceptuales entre sus dirigentes, que buscando neutralizarse entre sí, olvidan a una multitud que no termina de digerir cuáles son sus derechos y por qué debe manifiestare por ellos.
La alerta ya la pusieron un significativo grupo de lesbianas, quienes tres meses antes marcharon del Monumento a la Revolución al Zócalo, para reivindicarse como mujeres que aman a otras mujeres y devolverle demandas políticas a esta movilización. Ahora hicieron algo parecido, pues abrieron la Marcha con un contigente similar que, unos metros atrás y adelante, quedaba ahogado por la estruendosa y hueca música de los trailers patrocinados por discotecas.
La Marcha fue importante y deja abiertos varios asuntos por revisar. En lo interno, los grupos y activistas de la diversidad deberán, sin abandonar el optimismo, moderar el triunfalismo. Hacia fuera, a pesar del ruido y la música, las consignas políticas estuvieron presentes y algunos periodistas entendieron el mensaje: no votar por el Partido Acción Nacional.