México D.F. Domingo 6 de julio de 2003
Rolando Cordera Campos
Domingo siete
Cada quien su 2 de julio: para Liébano Sáenz fueron horas cruciales para la República que pusieron al país en vilo. Sólo su diligencia y, suponemos, la del presidente Zedillo, pudieron evitarnos un zafarrancho poselectoral. Para Francisco Labastida, el disco duro del secretario particular del doctor Zedillo no se compadece con lo que realmente pasaba en México y por las mentes y voluntades de su círculo íntimo: nunca se pensó en no reconocer los resultados de la elección, advierte Labastida, para quien las memorias de Liébano son una sobredramatización de lo ocurrido. Lo que se quería, dice el candidato priísta derrotado, era respetar lo convenido con el resto de los partidos y darle prioridad al IFE en materia de información electoral. La autoridad era el IFE y no la Presidencia, dijo Labastida en la radio y la prensa.
Para el presidente Fox, ese día se abrió el mundo y México se hizo otro; tal vez sea ese recuerdo el que lo lleva a postular, tres años después, que su gobierno ha tenido cero errores. Pero también cero hits, dirá el beisbolero con memoria. A cada quien su 2 de julio, pues.
Este será un domingo de abstención que corresponderá puntualmente a la abstención de los partidos políticos nacionales de hacer política. Todo ha sido polvo de estrellas mediáticas en estos idus del tedio que esperemos concluyan el domingo. No es la lluvia de propaganda mal facturada y nunca pensada la que explicará la decisión abstencionista. Tampoco se explicará por la baja conciencia política del pueblo; ni siquiera por la decepción que según Raúl Trejo se ha vuelto atonía política. Debajo de todo esto, marca el paso el divorcio de la clase política con la base social y sus problemas. Una asintonía que quiere volverse sistémica, para ponernos pronto en el mundo de la posdemocracia donde la representación sea obviada por la eficacia mercadotécnica y el culto a la demoscopia. Antes, sin embargo, tendrá que pasar mucha agua bajo el puente de este país del nunca jamás en el que imaginan vivir el Presidente y sus amigos, y la sociedad tendrá que arreglárselas para reinventar la política y obligar a los partidos a serlo. Por la vía del shock o del rechazo, pero también, esperemos, por la de la reflexión a que los obligarán los resultados tristes de este domingo siete.
El panorama se vuelve desolador con los días y nos acerca a una calma chicha que no se compadece con las urgencias del mundo ni con los tiempos políticos que se han impuesto los europeos, o Brasil o la adolorida Argentina. Aquí, como lo hiciese Moctezuma, todo parece cuestión de esperar: Ƒa que ellos lleguen?
Serán la paz y la abstención las que manden este 6 de julio y no faltarán neopolitólogos a la orden que nos digan que en eso consiste la democracia: tranquilidad y tedio, y mientras más, mejor. La verdad es que la paz la debemos en gran medida al IFE, que a pesar de los hechos y dichos de sus creadores, los partidos políticos nacionales, conserva la confianza ciudadana y acumula destrezas para asegurar a todos comicios creíbles y expeditos. Pero la abstención será sobre todo la expresión ciudadana más puntual de que los actores formales de la política plural no han estado a la altura de sus responsabilidades.
Reclamo ciudadano más que descontento con la democracia; exigencia a los partidos, más que hartazgo con un proceso que apenas se abrió, gracias en buena medida al buen talante cívico que se forjó al calor de la adversidad de los años 80.
Los usos de la abstención: una fuente insoslayable de lecciones a los partidos, mensaje inequívoco de que los políticos profesionales y sus organizaciones tienen que revisar pronto y a fondo sus métodos y discursos, si quieren dejar de ser políticos "de la transición" para volverse demócratas del nuevo Estado en gestación. Si ocurre algo como esto en las semanas posteriores al 6 de julio podremos esperar jornadas de renovación política, que bien podrían empatar o ser el prólogo halagüeño de una productiva labor de reforma económica, política y social en el foro por excelencia de la democracia moderna, el Congreso de la Unión.
No es pedir demasiado y sí una manera cordial de darle la vuelta a tanto desatino. El escenario de partidos disputando las migajas de las prerrogativas, dejando a un lado la preocupación por su calidad representativa, podría ceder el lugar a un intercambio de iniciativas para darle al cambio un orden, y a éste una sustancia realmente democrática por la calidad de su discurso e instituciones.
Hay otro uso productivo de la abstención sobre el que habrá que volver. Me refiero al hecho de que de darse la abstención masiva esperada, habrá otro argumento poderoso y de primera mano contra el gasto inicuo del dinero fiscal en los medios electrónicos. Si lo único que hacen éstos es obtener sobreganancias trienales, sin promover la deliberación y la cultura cívica que nuestra democracia requiere con urgencia, lo que queda es revisar el papel de los medios masivos en la política electoral y moverse pronto a mecanismos donde predomine el uso de espacios y tiempos públicos. Darle a la renovación de los medios una clara impronta democratizadora puede ser el mejor vehículo para proporcionarles una buena remojada civilizatoria.
Luego vendrá lo duro y lo tupido de la cuestión social y de una economía que no rinde frutos ni ofrece aliento. Bienvenido el 7 de julio.
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