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México D.F. Miércoles 9 de julio de 2003

José Steinsleger

Guatemala mata a sus niños

Preocupada por el número de niños que en el mundo mueren de inanición (aproximadamente unos 40 mil por día), la organización no gubernamental estadunidense VHEMT parece haber encontrado la solución al flagelo del hambre: dejar de tener hijos. Así de fácil.

VHEMT quiere decir Movimiento por la Extinción Voluntaria de la Humanidad, nacido al calor de The Childless Revolution (La revolución de no tener niños), de la antropóloga Madlyn Cain. "Seguros de que cada vez cada uno de nosotros decide no agregar un habitante más al superpoblado y ya muy afligido planeta -escribe la señora Cain-, otro rayo de esperanza brilla sobre el oscuro futuro de la tierra."

La propuesta de VHEMT ha merecido el apoyo de Zero Population Growth (Crecimiento cero de población), también conocida como Population Connection, y otras organizaciones agrupadas bajo el genérico Childless by choice (Sin niños por decisión propia).

Tales son las simpáticas y asépticas iniciativas del "primer mundo". Porque en el cuarto o quinto mundos, los desafíos del hambre y las carencias de todo tipo en los niños desvalidos se resuelven con métodos expeditivos, tales como la desaparición o el asesinato sin más de niños, adolescentes y jóvenes.

En Guatemala, por ejemplo, desaparecen seis niños al día en promedio, sin que vuelva a tenerse noticia de ellos. En los países del istmo centroamericano, azotado durante decenios por dictaduras y guerras civiles, 51 por ciento de los menores son hijos de madres solteras, muchas de las cuales trabajan a cambio de salarios tan bajos que no tienen más opción que enviar a sus niños a la calle a trabajar. Allí la alternativa es robar para comer. Y cuando lo hacen, la sociedad y los medios de comunicación los califican de delincuentes.

Un caso de tantos. El 20 de julio del año pasado, tres jóvenes de la calle fueron asesinados adonde dormían cuando un grupo de hombres con ametralladoras abrió fuego en la 9Ű avenida y calle 30, en la zona 8 de la capital. Roberto López Gómez (17 años) recibió dos balazos en la cabeza y murió en forma instantánea. Fue enterrado en el último espacio disponible del cementerio de Casa Alianza en Ciudad Vieja, a unos 60 kilómetros de la capital.

En enero de 1996, un hombre no identificado había rociado con gasolina el cuerpo de Roberto, quien estuvo hospitalizado durante tres meses con quemaduras de segundo y tercer grados.

Luis Armando Linares (17 años) y la joven hondureña Loani Brigitte Izaguirre (20 años) recibieron tres tiros por la espalda. Loani había sido residente del Hogar Niñas-Madres de Casa Alianza, donde meses antes había nacido su hijo. Al parecer ella había llevado su bebé a Honduras con su familia y después volvió a Guatemala.

El ataque del 20 de julio tuvo lugar en la víspera de la visita de Susana Villaran de la Puente, relatora especial de la niñez de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, quien arribó a Guatemala con el fin de observar qué está haciendo el gobierno respecto a los derechos humanos de los niños, niñas y adolescentes.

Sin embargo, el único y limitado espacio de contención para los niños y jóvenes de la calle parece que son las actividades de Casa Alianza, dentro del programa Covenant House, que tiene su sede en Nueva York y trabaja en Guatemala desde 1981, atendiendo anualmente a mil 500 niños y niñas de la calle.

El caso del joven José Antonio Gutiérrez resulta emblemático. A mediados de los años 80, luego de la muerte de sus padres, José Antonio se incorporó a los programas de Casa Alianza, cursó la enseñanza secundaria y fue considerado buen estudiante. En 1997 se marchó a Estados Unidos, donde fue detenido por la migra, el temible Servicio de Inmigración y Naturalización.

Tuvo suerte. Le concedieron el asilo y fue adoptado por una familia en el sur de California, donde vivió hasta que se enlistó en la marina de guerra en marzo de 2002. Menos de un año después, el joven José Antonio, que se había perdido en el desierto de Arizona, cayó combatiendo en las dunas de Um Quasr, en el sur de Irak, cuando formaba parte del segundo batallón de las fuerzas expedicionarias de la primera división de marines.

José Antonio, ex niño de las calles de Guatemala, fue el primer soldado en morir durante la invasión de Estados Unidos a Irak. El gobierno de George W. Bush le concedió la ciudadanía posmortem.

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