México D.F. Lunes 14 de julio de 2003
Marta Sahagún de Fox
Reflexiones
La democracia en México está pasando por un momento intenso. Como sociedad, estamos siendo testigos de una etapa compleja y difícil, propia de cualquier transición del mundo globalizado que nos tocó vivir. Los resultados que arrojó la elección del pasado 6 de julio nos han dado a todos lecciones muy importantes que debemos analizar y asimilar para seguir avanzando como nación.
La decisión que tomamos las ciudadanas y los ciudadanos de participar o no en este proceso electoral está estrechamente ligada con nuestro futuro. Sin duda, el mensaje que recibieron las autoridades y los partidos encierra un significado doblemente especial. Primero, porque la mayoría optó por el silencio que va implícito en la abstención. Segundo, porque quienes se manifestaron con su voto decidieron mantener un esquema de poder compartido.
La abstención fue preocupante y elocuente. Preocupante, porque representa un retroceso en la participación que requiere nuestro proceso de cambio. Elocuente, porque el silencio premeditado también comunica. En principio, podríamos interpretar esta señal como una crítica generalizada, pero también como una exigencia de acelerar los cambios, sobre todo aquellos que se vean reflejados de manera directa en nuestra vida cotidiana.
En las actuales circunstancias, pareciera que la sociedad tiene prisa, pero no en el sentido de ver cómo ganan quienes están interesados en el poder por el poder mismo, sino en los resultados para beneficio de todos, que sólo se pueden obtener a partir de los grandes asuntos de la agenda nacional que siguen pendientes. Las batallas políticas prematuras que hoy se viven en el país, en las que se ha dejado de lado las más de las veces a la sociedad, sólo producen frustración y desencanto.
Por otro lado, es necesario comprender en su justa dimensión el mensaje de quienes sí votamos. Con nuestra asistencia a las urnas se reitera el hecho de que somos una sociedad abiertamente plural, en la que elegimos el camino pacífico e institucional para expresar nuestras diferencias y resolver los conflictos. Igual que en las elecciones del año 2000, el domingo pasado dimos ejemplo de civilidad, responsabilidad y madurez. Aprovechamos la oportunidad que nos ofrece un país en el que se respetan como nunca las libertades y los derechos.
Los resultados en conjunto reflejan los diversos rostros de un México dinámico que se decidió por el cambio. Las voces distintas se elevaron (incluido el ruido del silencio) para mostrar apoyos e inconformidades, aceptaciones y rechazos, simpatías y desencantos. Todas cuentan, todas valen, todas son importantes, porque así es la democracia y así es el cambio por el que todos luchamos.
En el cambio, el equilibrio de fuerzas es una necesidad, igual que lo son el respeto al voto y la libertad. El cambio fue origen y es destino, fue demanda y hoy sigue siendo una necesidad. Ningún proceso de transición en el mundo se resuelve en tan poco tiempo. Los ejemplos de otros países que han experimentado transiciones similares a la nuestra son prueba fehaciente de que el tiempo es una variable fundamental. Lo importante hoy es reconocer lo mucho que hemos avanzado, aceptar que falta un largo camino por recorrer y poner nuestra mirada hacia el futuro, si lo que queremos es consolidarnos como una nación fuerte y competitiva.
Sin embargo, todas las voces se han expresado también como un llamado de atención que no podemos desatender los integrantes de la sociedad. La abstención ha representado, cada vez que ha ocurrido, un freno para el país. Aunque las causas de este problema son variadas y complejas, lo que debemos hacer es aprovechar al máximo esta oportunidad enorme de participación efectiva que se abrió con el cambio.
Ciertamente, los gobiernos y los partidos tendrán grandes tareas que cumplir de aquí en adelante, porque es un hecho que no hay más camino que el de lograr los acuerdos, buscar los consensos y trabajar en equipo, si realmente se quiere alcanzar un país justo, sin pobreza y con igualdad en el acceso a las oportunidades.
En el mismo sentido, quienes formamos parte de la sociedad tenemos que revalorar el significado del silencio y la abstención, porque la participación es uno de los valores más apreciados de la democracia auténtica. Participar significa ponerse en movimiento, ser parte de las decisiones, asumir que la corresponsabilidad es una nueva forma de trabajar en el espacio político, pero, principalmente, no permitir que otros decidan por nosotros.
Seguir apostando por la inmovilidad en el futuro puede incrementar los riesgos de que el cambio no se consolide. Sería lamentable no aprovechar las oportunidades que nos brinda el proceso de cambio para el porvenir.
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