México D.F. Miércoles 16 de julio de 2003
Arthur Schlesinger Jr.*
Restauración de la presidencia imperial
La cuestión de las armas de destrucción masiva -Ƒdónde están?- no disminuirá ni desaparecerá, como el gobierno supone (y espera). Por el contrario, crecerá, porque a muchos estadunidenses no les gusta ser manipulados ni engañados.
Crecerá porque en el Congreso y en los medios de comunicación habrá quienes quieran recuperar su honor y demostrar que se han liberado de Bush/Cheney/Rumsfeld.
Crecerá por el cada vez mayor interés que hay en Estados Unidos respecto a las investigaciones que en paralelo realiza la Cámara de los Comunes en Gran Breteaña. Robin Cook, el ex secretario del Exterior británico, formuló los cargos con gran precisión: "En lugar de utilizar los informes de inteligencia como evidencia para tomar una decisión política, los usamos para justificar una política ya decidida".
Y la cuestión de las armas de destrucción masiva crecerá porque inflar informes de inteligencia produce una brecha en la credibilidad. Es probable que esta brecha socave la doctrina Bush y bloquee la radical transformación de la estrategia estadunidense a la cual se ha dedicado el gobierno de Bush.
La estrategia que nos permitió ganar la guerra fría fue una combinación de contención y disuasión que se llevó a cabo por medio de organismos multilaterales. La doctrina Bush revierte todo eso. La esencia de la doctrina Bush es la "autodefensa anticipatoria", nombre elegante de la guerra preventiva. Nuestra nueva política es golpear a un enemigo, unilateralmente si es necesario, antes de que tenga oportunidad de golpearnos.
Cualquier legitimidad que pretenda darse a la guerra preventiva deriva de informes de inteligencia lo bastante confiables para convencer a personas responsables, inclusive aliados, de que el supuesto enemigo realmente está a punto de atacar a Estados Unidos. Si no aparecen armas de destrucción masiva en Irak, el presidente Bush perderá mucha credibilidad. Parece dudoso que pueda conducir al pueblo estadunidense a la guerra contra Irán o Corea del Norte exclusivamente sobre la base de su dicho presidencial. La brecha en la credibilidad bien puede nulificar la política de guerra preventiva.
Y aun si se encontrara un arsenal de armas de destrucción masiva enterrado en algún lugar de Irak, no sería suficiente para rescatar al presidente, porque la pregunta de fondo sería: Ƒpor qué no fueron desplegadas las armas? Cuando Saddam Hussein luchaba por su régimen, por su poder y su vida, Ƒpor qué no usó las armas de destrucción masiva contra la invasión estadunidense? Dios sabe que tuvo suficientes advertencias.
Desenterrar armas de destrucción masiva no logrará probar que Irak era un peligro claro e inmediato para Estados Unidos. Si ese armamento hubiera estado desplegado habría mucho más probabilidades de convencer a la gente de que Irak era una amenaza mortal.
Dar marcha atrás a la política de guerra preventiva será para bien, porque la doctrina Bush transfiere demasiado poder al presidente. Abraham Lincoln predijo hace mucho tiempo las implicaciones constitucionales de semejante política. El 15 de febrero de 1848 expresó su rechazo a una propuesta según la cual, "si fuera necesario repeler una invasión, el presidente podrá, sin violar la Constitución, cruzar la frontera e invadir el territorio de otro país, y sólo el presidente juzgará si tal necesidad existe en un momento dado".
Lincoln argumentó: "Permítanle a un presidente invadir una nación vecina siempre que lo considere necesario para repeler una invasión, y le estarán permitiendo hacer la guerra a placer. Si hoy se le ocurriera decir que cree necesario invadir Canadá para evitar que los británicos nos invadan, Ƒcómo podríamos impedírselo? Uno podría decirle: 'No creo probable que los británicos nos invadan', y él respondería: 'Cállese. Si usted no lo cree, yo sí'".
"Los padres fundadores de la nación" afirmó Lincoln, "concibieron la Constitución de forma tal que ningún hombre pudiera tener el poder de imponer tal opresión sobre nosotros."
Si prevalece la doctrina Bush, la presidencia imperial quedará restaurada. * Historiador y profesor emérito de la Universidad de la Ciudad de Nueva York. Fue asistente especial del presidente John F. Kennedy y ganó el Premio Pulitzer por su libro The Imperial Presidency. © 2003 Arthur Schlesinger Jr. Traducción: Gabriela Fonseca
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