Ojarasca 75  julio 2003


Qué pasa en un mundo donde los jefes tratan a la democracia como una puta. La convirtieron en la más vacía de valor de las mil palabras nobles que residen hechas añicos en los discursos de los gobernantes, inversionistas, predicadores y publicistas de la Tierra.

El poder del pueblo. La voluntad del pueblo. La libertad del pueblo. Daría risa si no fueran tan fuertes las ganas de llorar o gritar. En estos días de hipertrofia imperial los genocidios son "liberadores" en Afganistán, Congo, Irak, Palestina o Chechenia. En nombre de la democracia se gestan los más sucios negocios de unos cuantos cuatreros encumbrados y con grandes ejércitos que les obedezcan. En nombre de la democracia se inventan "gobiernos nacionales" dondequiera.

Una palabra antigua, un concepto de aceptación universal muy reciente. Pese a la colonización recurrente de culturas y pueblos, aquello que los griegos trasladaron de la filosofía profunda a la vida cotidiana ha echado raíces en el mundo contemporáneo. Algunos ya la tenían entre sus usos y costumbres; otros han conseguido aprenderla y adaptarla.

Los significados de la democracia se han ensuciado, mas no su práctica. Hoy se refiere también a las mujeres, a los negros, a los indios, y se le busca con vehemencia en los cinco continentes. Forma parte de los sueños más caros del espíritu humano. De frentes civiles, resistencias globales y locales, luchas de liberación nacional. Por eso, las constituciones políticas, los Estados y los circos mediáticos no pueden prescindir de la palabrita: la pronuncian con bocas llenas de empalagoso fervor histriónico.

El siglo XX significó, en medio de horrendos episodios, la universalización de la democracia como posibilidad pensable y factible. Fue un siglo de dictaduras y tiranías sostenidas por las "potencias democráticas", en nombre de una abstracta democracia. Los Somoza, Ríos Mont, Sukarno, Shas y Satán Hussein fueron creados y protegidos desde las metrópolis en Washington, Londres, París. Por la democracia. En el siglo XX se liberaron India, Cuba, Argelia, Sudáfrica, Timor Oriental. Pero se construyeron los monstruos de Frankenstein de los "freedom fighters" de Reagan que originaron Al-Qaeda, y los grandes hijos de la democracia moderna podrían ser Hitler y George W. Bush: se dijeron electos, y se siguieron de frente.

Si bien la concepción de que el poder puede pertenecer a las comunidades y pueblos se ha generalizado, sus enemigos más formidables siguen en pie, poderosos y expandidos como nunca: banqueros, empresas depredadoras, los traficantes de la política y de armas, las jerarquías de las iglesias, el crimen organizado (legal como el que encarna Cheney, o ilegal como los cárteles del narco y la pornografía global). Y todos ellos (con excepción de los cárteles, hay que reconocerlo), invocan a la democracia para sus trapacerías. Cuántos crímenes se cometen en su nombre.

Los imperios de antes al menos no vendían esa mentira. Iban por los continentes sembrando su poder de muerte en nombre de sí mismos, de su dios, de su "derecho" a la avidez de grandeza. El imperio actual, diseminado y de bordes tan imprecisos como absolutos, es el primero que, emputeciéndola, se monta en la democracia y se deja conducir por ella sobre las campiñas de la muerte y la esclavitud. Porque Hitler, una vez desatado, dejó de hablar de democracia.

Todo eso ha vuelto peligroso confundir el poder del pueblo con prácticas políticas degradadas (elecciones y congresos en manos de partidos-socios; elecciones de Estado; organismos económicos mundiales, "representativos" y omnipresentes). Los vacíos de participación política originan estupidez y tiranía.

La democracia tiene raíces reales en los pueblos de hoy como no la hubo en la historia; muchos de estos pueblos no la conocían antes (conceptos como pluralidad, igualdad, tolerancia, respeto a los derechos humanos y libertad de creencias son novísimos). Están las raíces, pero en pocos lugares logran asomar del suelo. De inmediato las pisan.

Si los pueblos logran rescatar la democracia de sus prevaricadores, si le devuelven sentido a su actual vaciamiento, tal vez recupere su nobleza clásica de palabra verdadera, y pueda florecer entre el suelo y el cielo.

umbral


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