México D.F. Viernes 25 de julio de 2003
La vida en Bagdad no inclina a la población
a aceptar la democracia impuesta por EU
Los hijos de Hussein, ¿nuevos mártires?
Otros tres soldados estadunidenses mueren en una emboscada
en las afueras de Mosul
ROBERT FISK THE INDEPENDENT
Bagdad,
24 de julio. Los árabes jamás le han hecho ascos a la
muerte. La ven muy a menudo. Somos nosotros los occidentales -con nuestros
peligrosos y conquistadores ejércitos y nuestra fácil identificación
del mal- los que nos sentimos afectados en nuestras fibras morales a la
vista de la foto de un cadáver en la morgue. No puedo pensar en
ningún iraquí -o en ningún palestino o libanés,
para el caso- que no haya visto con sus propios ojos las víctimas
decapitadas de incursiones aéreas y matanzas, cadáveres de
soldados despedazados por los perros en los desiertos de Irak, o las fosas
comunes del Kurdistán. Como El Bosco o Goya, lo han visto todo.
Así pues, la mañana de este viernes los
iraquíes saldrán en masa a las calles de Bagdad a mirar las
fotografías de Uday y Qusay, que pronto se volverán iconos,
y su reacción será muy diferente a la que muchos de nosotros
esperamos. Algunos dirán sí, son ellos, los hermanos terribles,
los "cachorros de león" del monstruo de Bagdad. Eso, por supuesto,
es lo que los occidentales queremos que digan. Y otros preguntarán
-buena pregunta, por cierto- ¿por qué no pudimos verlos ayer,
o el miércoles?
Otros más rumiarán la vieja creencia árabe
en el moamarer, el complot, la conspiración. ¿Acaso
los estadunidenses se tardaron porque falsificaban las fotografías?
¿Digitalizaron los rostros de los hermanos para hacerlos aparecer
muertos cuando en realidad están vivos?
Pensemos, por ejemplo, en la herida de bala en la cabeza
de Uday, la que le arrancó los dientes y parte de la nariz. A muchos
iraquíes les habría gustado hacer ese disparo fatal. Pero
¿y si Uday se quitó la vida en vez de rendirse al enemigo?
¿Y si cayó combatiendo y guardó su última bala
para sí mismo? Es una idea atractiva a la naturaleza tribal de la
sociedad iraquí: han pasado la vida combatiendo a extranjeros. ¿Acaso
Uday no hacía lo mismo?
Y la historia, que tiene una forma poco agradable de reorganizar
el más ensayado de los acontecimientos, podría conspirar
para convertir estas fotografías en imágenes de mártires.
Que es, con seguridad, lo que harán los milicianos baazistas. Sí,
los hermanos tal vez eran crueles. ¿Pero cobardes? Ese será
el mensaje.
En otras palabras, la publicación de estas fotografías
resultará una pincelada de genio... o un error histórico
de consecuencias catastróficas.
Las autoridades de ocupación analizan la idea de
colocar las fotos por toda Bagdad. Pero tengamos por seguro que pronto
se les usará como imágenes de mártires en carteles
que llevarán un mensaje un tanto diferente: "esta es la obra de
los estadunidenses". "La obra de los ocupantes." Y aquí, sospecho,
es donde vendrá el problema. Queremos mostrar pruebas de que nuestros
enemigos han desaparecido. Publicamos fotografías del cadáver
de Himmler para demostrar a los alemanes que el Reichsfuhrer de
las SS en verdad se había suicidado. Notemos aquí, de paso,
que siempre nos hemos referido a los monstruos de la Alemania nazi por
sus nombres familiares, en la misma forma en que llamamos familiarmente
a los monstruos de Irak por su primer nombre, como primos horribles y no
como torvos asesinos. Pero ni siquiera se trata de eso.
Porque en Irak, sospecho, habrá un número
cada vez mayor de hombres jóvenes que en esas fotos verán
no la necesidad de plegarse al cambio de régimen, con la conciencia
de que pueden creer en un nuevo porvenir, sino la de cobrar venganza en
los extranjeros que ocupan Irak, para evitar nuevas humillaciones y ocupaciones.
Tal vez no hayan sido baazistas. Tal vez hayan odiado a los hijos de Saddam.
Pero la muerte puede acarrear a los caídos un notable cambio de
fortuna.
Y es que la vida cotidiana en las calles de Bagdad no
inclina a los iraquíes a amar a sus nuevos ocupantes y aceptar con
mansedumbre la "democracia" que queremos imponerles sólo porque
podamos demostrar que sus viejos amos están muertos.
Por
ejemplo, mencionaré el momento de este jueves en que Mohamed Eadem
metió la llave en la cerradura de la morgue del hospital Kindi,
se tapó la nariz con un pañuelo desechable y abrió
la puerta de una gran congeladora para mostrarme dos atados de restos humanos,
algo infinitamente peor que las últimas fotografías de Uday
y Qusay. Allí en el piso yacían las víctimas olvidadas
de este día en la guerra de Irak, un montón de huesos ennegrecidos
y carne incinerada en bolsas de plástico.
Tres soldados estadunidenses más perecieron hoy
en una emboscada en las afueras de Mosul: la venganza llega rápido
en esta peligrosa nación, porque esos hombres de la división
aerotransportada 101 murieron escasas 36 horas después de que los
hijos de Saddam fueron abatidos en un lugar cercano. Los dos cuerpos empequeñecidos
en la morgue del hospital Kindi permanecían sin identificar y sin
que nadie les prestara atención, una razón más de
que los iraquíes detesten a sus ocupantes.
Claro está que este día nos dedicamos al
asunto de las fotografías y a las muertes de los estadunidenses.
La división 101 era la misma unidad que acabó con Uday y
Qusay Hussein el martes, y había cierta probabilidad de que los
guerrilleros que emboscaron al convoy cerca de Qayarah actuaran en represalia:
de hecho, esta tarde hubo noticias de otra emboscada a estadunidenses en
el suburbio bagdadí de Doura, en la que un vehículo militar
Humvee fue volado por una mina terrestre.
En cambio nadie se molestó en preguntar por los
dos iraquíes asesinados a tiros por los estadunidenses en la ciudad
perdida de Hay al-Gailani. Esta mañana, a las 7, dos hombres cometieron
el crimen de cruzar con su vehículo una cerca de alambre de púas
tendida sobre un camino en el que soldados estadunidenses habían
colocado de pronto una barricada. "No se detuvieron en un puesto de revisión",
fue la explicación dada por esas muertes -sometidos a ataques cotidianos,
los estadunidenses consideran que ese es un error fatal-, aunque pocos
podían imaginar el horror que yacía detrás de esas
palabras.
En Hay al-Gailani habitan los más pobres de los
pobres de Bagdad; es un lugar de ruinosas cabañas de madera y casas
de adobe que datan del siglo XIX, de albañales abiertos donde caminan
descalzos niños de cabello cenizo.
Así pues, a las 7 de esta mañana venían
dos hombres por el camino. No se detuvieron. Los estadunidenses acribillaron
su automóvil, que estalló en llamas. Y luego los soldados
simplemente se marcharon. Durante media hora el vehículo ardió
sin control. Nadie sabe si sus ocupantes iraquíes ya habían
perecido por los balazos o si fueron quemados vivos.
Lo que resulta claro es que los hombres y mujeres de Hay
al-Gailani tuvieron que esperar hasta que el vehículo se enfriara
para poder sacar de los achicharrados asientos delanteros los terribles
restos humanos. "No eran más que huesos y carne", me dijo Eadem.
"Y por supuesto no quedaba ninguna identificación, pues hasta las
placas del auto se quemaron, así que nadie tenía idea de
quiénes eran estos hombres y a los soldados desde luego no les importaba."
Cuatro pobladores de Hay al-Gailani se presentaron en
el hospital a las 10:30 horas con bolsas de plástico en las que
llevaban los restos. Ningún soldado estadunidense visitó
la morgue o llamó para preguntar por la identidad de los hombres
que sus compañeros acababan de matar, aunque en algún lugar
de Bagdad esta noche debe haber parientes que se pregunten por qué
sus seres queridos no han regresado a casa. El auto quedó abandonado
a media calle, perforado por las balas, rodeado por multitud de enfurecidos
iraquíes que golpeaban el toldo con los puños. Los estadunidenses
dejaron hasta su alambre de púas enroscado alrededor del vehículo.
¿Habrá una mejor manera de reclutar más
hombres para la batalla contra la ocupación? Por supuesto, los únicos
cadáveres que interesaban a los estadunidenses son los de Uday y
Qusay. En cuanto a los restos en la morgue del Kindi -y ninguna foto de
ellos, por favor-, al viejo Mohamed Eadem lo asaltó una idea.
"A veces tengo corazonadas acerca de los muertos que traen
aquí", me dijo. "Tengo la impresión de que los hombres que
venían en ese auto eran hermanos. No sé por qué. Es
una sensación."
De cualquier modo, eran hermanos por los que ningún
estadunidense tenía interés... y de cuya muerte ningún
iraquí sería informado.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
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