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México D.F. Miércoles 27 de agosto de 2003
Luis Linares Zapata
Trabajos para el Senado
Tal parece que los pasos de la profesora Gordillo estarán marcados por una inmediata y rijosa disidencia al interior de su fracción partidaria en el Congreso. Unas veces le vendrá, como quedó bien asentado, desde su propio grupo de legisladores en la cámara baja. En otras ocasiones la oposición le llegará, de manera menos respetuosa, desde la casona senatorial de Donceles, tal como le acaba de ocurrir en días pasados. Al parecer, los altibajos, refutaciones, negativas o desmentidos serán una constante. Un verdadero estigma que llevarán atado los priístas por haberla elegido, primero como secretaria general del CEN de su partido y, más delicado aún, como la flamante coordinadora de sus diputados a la 59 Legislatura.
La disputa tuvo sus orígenes desde los albores, por aquellos lejanos días cuando se iniciaba la campaña electoral pasada, en que se conocieron sus intenciones de capitanear al nutrido grupo de diputados de su partido. El mensaje recibido por todos fue tan simple como usual en un medio acostumbrado a los designios desde arriba, pero que, para fortuna del país, va de salida. Sus aspiraciones para coordinar a la bancada se fundaban, según ella misma propaló por todo el país, en un acuerdo cupular con Roberto Madrazo. En ese acto volitivo de dos encumbrados burócratas partidarios se repartían los papeles a desempeñar: ella entre los diputados electos y él en la cumbre del organismo rector de su partido. ƑO era al revés? Da lo mismo; la libertad decisoria de sus correligionarios contaba poco según su entender.
El primer golpe de realidad lo recibió cuando no fue por unanimidad ni por aclamación su triunfo. Ella hubiera deseado ser simplemente ungida en vistosa ceremonia. Con el reto que le lanzó Beltrones su atractivo quedó mesurado por el nutrido grupo de sus contrapartes que la esquivaron.
El segundo toque lo sintió al confrontar, por vez primera desde su elección, al grupo que pretende liderar a la antigua usanza, maneras que ella tan bien conoce y hasta domina. Una actitud bastante más autoritaria al modesto y abierto desempeño que le exige una democrática coordinación entre iguales. La disidencia levantada ante sus posturas y pretensiones casi alcanza la categoría de rebelión. Su renuncia estuvo de por medio, pero, a pesar de las derrotas que ahí le infligieron, y a pesar también de sus desplantes y manoteos no aprendió la lección.
Días después se presentó, con bombo y platillo de por medio, a Los Pinos. Esta vez acompañada por el que sí actúa como coordinador de los senadores priístas: Enrique Jackson. Poco después de salir recibiría el tercer aviso preventivo, esta vez con mucha mayor destreza y calidad argumentativa, que le propinaron algunos senadores priístas. Hombres y mujeres de gran calado para su pretensiosa estatura. Ninguno de los que le protestaron está dispuesto a pagar lo que ella consideró como "necesarios costos electorales". Ni tampoco a oír, condescender y apoyar los acuerdos que logre concertar con el Ejecutivo federal, sobre todo si tales acuerdos llevan el sello de la casa presidencial o son divergentes con las posturas adoptadas no sólo por los legisladores de ese su partido, sino por las bases de militantes y plasmados en los documentos básicos que fueron registrados ante el IFE.
Toda esa parafernalia que rodea a la profesora, donde destaca su "ascendencia moral" sobre el SNTE, poco le habrá de funcionar con personajes como la Sauri, Bartlett, Roque, Jackson, Garza Galindo y demás experimentados políticos de tiempo completo y capacidades ya bien lustradas en distintos y mejores combates.
Los interesados retoques que le atribuyen algunos diarios del exterior que la comparan con Hoffa, el siniestro líder vitalicio (hasta su desaparición forzada) del poderoso sindicato de camioneros de Estados Unidos, en nada la favorece, al contrario, la rebaja, aunque algunos de sus allegados se hayan sentido halagados por la comparación que difundió el influyente diario Post, de Washington.
Menos aún será Gordillo el factor que destrabe la aletargada capacidad de los legisladores mexicanos para aprobar reformas que ayuden a México a entrar de lleno en este siglo prometedor. Al contrario, sus desplantes desatarán, con mayores arrestos y beligerancia, las oposiciones a diestra y siniestra de su misma fracción que, en efecto, es la mayoritaria fuerza política del país.
Los senadores priístas, junto con ese grupo de diputados (que no se doblegó a la influencia de varios gobernadores y pastores sectoriales condescendientes con el poder en turno que respaldaron a Elba Esther Gordillo) conformarán un valladar insalvable para las individualmente asumidas negociaciones, que muy a pesar de los avisos la diputada plurinominal llevará a cabo.
Si tan controvertido personaje intenta respaldar, a juicio de muchos priístas, reformas que no trabajen en favor de los intereses nacionales o lo hagan para respaldar las rutas de esas sus notorias amistades, el PRI comenzará a pagar los ya de por sí onerosos costos en que se incurrió por haberla elegido.
El grupo de políticos profesionales que se encuentran en el Senado tienen, además de la encomienda de parar a Gordillo, el deber de aprobar varias reformas pendientes, no exactamente las que Fox quiere con ahínco, sino aquellas, matizadas y mejoradas, necesarias para el desarrollo de la nación. Tienen que finiquitar la reforma fiscal, inicio y sustento indispensable para varias más. Una reforma impositiva que dote, lo más pronto posible, sin excepciones gravosas y donde todos contribuyan con los recursos necesarios para impulsar el crecimiento. Continuar con este estancamiento es peligroso para la gobernabilidad y no prepararán el terreno para el momento, ya cercano por cierto, en el que se renovará a los dirigentes de este país.
Estas y otras más son las tareas pendientes del Senado.
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