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México D.F. Miércoles 27 de agosto de 2003
ILEGALIDAD Y BAJEZA DE UN LIBELO
Ante
el libelo titulado Denuncia: Elba de Troya o Lady Macbeth Gordillo,
que en días recientes ha sido profusa y anónimamente enviado
a diversos medios informativos, esta casa editorial ha considerado necesario
demandar a los furtivos responsables de la publicación -sean quienes
fueren- por la reproducción indebida de diversos textos periodísticos
publicados en La Jornada y por la difamación contenida en el ''agradecimiento''
a este periódico por ''la difusión de nuestro movimiento'',
la cual no ha ocurrido nunca.
Además de promover esas acciones legales, es obligado
expresar el inequívoco deslinde de nuestro proyecto informativo
respecto de prácticas de pretendida denuncia y ataque a personajes
públicos que son, además de inmorales e inadmisibles, abiertamente
delictivas.
Si las conversaciones telefónicas entre Elba Esther
Gordillo y otras personalidades políticas -intercambios transcritos
en el libelo de marras- fueron auténticas, entonces el pasquín
referido es prueba de una intrusión ilegal en la privacidad. Si
son falsas, constituyen evidencia de difamación y calumnia. En cualquiera
de los escenarios, tales transcripciones y su difusión expresan,
además, una bajeza y un primitivismo plenamente reprobables e inaceptables
en la vida republicana del México actual. Nada justifica una agresión
semejante, ni contra Elba Esther Gordillo ni contra cualquier otro protagonista
político.
Dicho lo anterior, es pertinente señalar también
que ese condenable intento de descalificación de la secretaria general
del PRI encaja en una serie de prácticas vergonzosas heredadas del
llamado régimen político mexicano y vigentes, por desgracia,
en diversos ámbitos de la escena institucional y de la administración
pública. La clase política en general, empeñada en
preservar sus márgenes de impunidad y en vivir, por lo tanto, bajo
la permanente sospecha de la sociedad, ha abonado el pantano en el que
florecen ejemplos de abyección como el libelo de la "Asociación
Ignacio M. Altamirano". Esa clase política y el poder público
son responsables, además, de la alarmante proliferación de
casos de espionaje telefónico que jamás se investigan a fondo
y cuyos culpables no son nunca identificados y sancionados conforme a derecho.
En el caso de la dirigente priísta, como en el
de muchos otros políticos, este diario ha publicado notas, reportajes,
entrevistas y artículos que les son inequívocamente desfavorables.
Lo ha hecho de manera abierta, transparente y responsable: citando o describiendo
fuentes y ofreciendo la firma de reporteros y analistas; sin husmear en
ámbitos privados y sin recurrir a procedimientos ilegales y canallescos
como el espionaje. Este proceder periodístico se fundamenta en una
doble convicción: que el recurso a procedimientos indebidos para
obtener información desvirtúa y pervierte la tarea misma
de informar, y que la trayectoria visible y el desempeño público
de personajes como Elba Esther Gordillo son elementos suficientes para
que los lectores formulen sus propios juicios y se hagan una idea precisa
sobre tales protagonistas políticos.
Finalmente, ante la difusión del libelo mencionado,
algunos medios informativos han optado por citarlo y reproducirlo. La
Jornada no tiene por qué calificar, descalificar o comentar
esas decisiones editoriales o comerciales ajenas, pero sí tiene
el deber de expresar ante sus lectores los motivos de sus propias determinaciones.
En el caso presente, y con base en las reflexiones aquí expuestas,
este diario no difundirá extractos o pasajes del libelo anónimo
de referencia.
LEGISLAR EL SECRETO PROFESIONAL
En una conversación con el relator especial para
la Libertad de Expresión de la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos (CIDH), Eduardo Bertoni, el subprocurador federal Mario
Alvarez Ledezma advirtió, según el propio funcionario internacional,
que "la revelación del secreto profesional de los periodistas a
un Ministerio Público en una averiguación previa, sólo
procederá como diligencia excepcional". Se evidencia así
que la Procuraduría General de la República persiste en sus
intenciones de atropellar principios profesionales irrenunciables como,
en el caso de los informadores, la protección y preservación
de sus fuentes.
El matiz de excepcionalidad expresado por Alvarez Ledezma
es irrelevante, toda vez que es la propia autoridad de procuración
de justicia la que determina las excepciones, ya sea en función
de la importancia de los casos, o con base en la incapacidad o la falta
de voluntad de sus empleados para realizar una investigación seria
y profesional; en ausencia de esas capacidades, queda siempre el atajo
de la extorsión y el chantaje contra periodistas.
A juzgar por la experiencia y por los hechos cotidianos,
el establecimiento de un margen de discrecionalidad tan amplio a policías
y agentes del Ministerio Público conduce a la proliferación
de abusos de autoridad y atropellos inadmisibles.
Es necesario, por tanto, que la próxima legislatura
concrete la reforma al Código Federal de Procedimientos Penales
propuesta por la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), a
fin de garantizar el derecho y el deber de los periodistas de guardar el
secreto profesional. Sólo de esa forma podrá disponerse de
un marco legal que brinde a los informadores plena protección ante
conductas prepotentes, intimidantes y abusivas como las que han ostentado
empleados de la PGR, en fechas recientes, contra reporteros y corresponsales
de este diario y de otros medios.
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