México D.F. Lunes 1 de septiembre de 2003
León Bendesky
Tres años tres
Los últimos tres años habrán pasado rápido para el presidente Fox, quien seguramente estará haciendo un balance de la primera mitad de su gobierno. Aunque en público muestra bastante satisfacción por su trabajo y el de su equipo, así como por el estado en que se encuentra el país, en lo más íntimo reconocerá que se ha quedado muy lejos de las expectativas que se fijó y que logró trasmitir a la mayoría de los votantes cuando fue electo en julio de 2000.
La cuestión entraña un aspecto sicológico que pertenece a la intimidad del hombre Vicente Fox, pero para la nación representa un asunto de carácter eminentemente político. El Presidente ocupa un lugar en la historia política reciente de México porque llegó al poder desplazando el predominio que durante muchas décadas, la mayor parte del siglo XX, ejercieron los grupos reunidos en torno al PRI. Esto es lo que se llama la alternancia. No ha sido un hecho menor, pero a medida que pasa el tiempo se pone de manifiesto que es insuficiente para cambiar el modo de funcionamiento del país y las prácticas políticas más fuertemente arraigadas, de las que debería empezar a sacudirse.
Es claro que en un periodo tan corto no se pueden revertir por completo tendencias que se han establecido cuando menos durante los pasados 20 años. Pero lo que sí podría haberse mostrado es una intención clara de hacer efectivo el lema del cambio, que tan insistentemente se ha impuesto en el lenguaje oficial y que como ya sabemos todos, el propio Fox y la población, ha perdido velozmente su contenido retórico y práctico. Hoy es mayor la evidencia de continuidad que de cambio.
No hay cambio cuando la economía no crece. En estos primeros tres años de gobierno, que marca el Informe que rinde hoy el Presidente, la producción crecerá en promedio apenas 0.8 por ciento y el ingreso por habitante tendrá tasa negativa. Con ello se mantienen las tendencias de largo plazo que se registran desde 1982 y que se definen por un estancamiento crónico. La política económica, exactamente del mismo signo que la de los tres predecesores de Fox, no se orienta a lo que se aprecia esencial: encender los motores del crecimiento productivo. Y no puede ser de otra manera puesto que son los mismos quienes definen y ejecutan esa política, lo cual difícilmente puede ofrecerse como andar por otro rumbo.
No hay cambio cuando las elecciones recientes para conformar la Cámara de Diputados y algunos gobiernos estatales indican de modo claro que el PAN, partido que apoya al Presidente, perdió grandes espacios frente al PRI, que tanto en el Congreso como en varios estados es una oposición muy fuerte. La paradoja será que la transición sea efímera y sirva para preparar la vuelta de ese partido a la Presidencia de la República. Todo puede pasar.
No hay cambio cuando los principales proyectos de reforma de sectores claves de la economía no pueden concretarse y que, peor aún, ni siquiera se planteen de manera convincente como estrategia bien definida y articulada de gestión gubernamental y de desarrollo. Será bastante desafortunado que esas reformas se alcancen mediante acuerdos particulares entre personajes políticos que no tienen una representación pública que legitime sus acciones, como es igualmente desafortunado que no haya propuestas con solvencia técnica, política y económica que sean la base de consensos efectivos y duraderos para implantar la base de un crecimiento de largo plazo. Será muy costoso que los acuerdos a los que se llegue en esta legislatura provoquen nuevas fricciones y que no se establezca un marco legal y reglamentario que prevenga nuevos conflictos, como los que han generado las privatizaciones de varios sectores que han acabado en enormes cargas para la sociedad y en grandes ineficiencias e inequidad asociadas con la concentración del poder económico en el país.
No hay cambio cuando no se pueden crear suficientes empleos para la población y se debilita al máximo de su resistencia la estructura de la protección social. La propuesta del autoempleo es el reconocimiento de la incapacidad para guiar un proceso efectivo de generación de riqueza con mejoramiento de las condiciones de vida de la población. No hay cambio cuando se vuelve a generar un periodo de estabilidad financiera, como el que en 1994 llevó a la crisis, que ahora se asienta en la incapacidad de hacer crecer el producto. No se cambia si la actitud es de pasividad y se espera salvar el pellejo cuando la demanda de Estados Unidos vuelva a jalar a nuestra economía, cuando se sabe bien que esa fuerza es insuficiente y que distorsiona profundamente la operación de los sectores productivos y la articulación territorial del país.
Son ya tres años, que para la gran mayoría de los mexicanos han sido largos y de creciente desencanto. No han significado un quiebre decisivo de las expectativas sociales y en ello reside ahora buena parte del problema que enfrentan el Presidente y su gabinete, desgastados de modo rápido y visible. En ese entorno político y económico se desenvolverá la segunda mitad de este gobierno, que puede sentirse incluso más larga.
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