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México D.F. Jueves 4 de septiembre de 2003
Sergio Zermeño
Primero de septiembre: el inicio de la Regencia
Si fuera posible exportar a los políticos, México tendría una balanza de pagos más saludable que la de Suiza. Nuestros políticos se gritan, se insultan, se acuchillan, pero nunca patean el pesebre. Después de unas elecciones tremendas y de reacomodos partidistas dolorosísimos, el gran ritual del Informe presidencial, salvo algunos chillidos por más leche, ha sido sellado con un pacto: la imagen de la Presidencia no puede ser devaluada.
El PAN no lo dijo abiertamente por pudor, pero los robustos delfines de la oposición lo recitaron con vehemencia: López Obrador declaró no participar en el "deporte nacional de criticar al gobierno federal" y prometió "contribuir para que las cosas salgan bien... y sobre todo que haya estabilidad política, no confrontación". Elba Esther Gordillo fue aún más contundente: al PRI de poco le valdría recuperar el gobierno federal en 2006 "si es a costa de la crisis del país y del derrumbe de las expectativas sociales".
Ese ha sido, sin duda, el gran pacto a la mitad del sexenio y quiere decir que no habrá ingobernabilidad, pero tampoco regalos para el Presidente, particularmente aquellos que puedan hacer variar la tendencia declinante de su partido: "ya no te ataco, pero los votos que gané en la elección pasada me los respetas y también aquellos que voy a ganar en las 10 gubernaturas en disputa, de aquí al final de 2004" (Tabasco, Oaxaca, Veracruz, Guerrero, Chiapas, Nayarit...). Esas gubernaturas, que históricamente demostraban el momento de mayor poder de un sexenio, hoy podrían representar tristemente los primeros pasos de la entrega-recepción.
Pero ésta, que fue la esencia del evento, obviamente no podía ser lo más vistoso. Para disfrazar el asunto todos los actores prefirieron resaltar el tema central del primer trienio, hoy sin vigencia: la reforma estructural (energéticos, impuestos, derechos laborales). La bola caliente de "el freno al cambio" y la pérdida de votos que trae consigo no la quiere nadie. Por eso, antes de un año habrá una reforma hacendaria hipercacareada que no deje a nadie en ridículo (al menos no a los dos grandes partidos). En lo laboral mejor que renuncie el secretario del Trabajo, de todas maneras el artículo 123 ya no rige en las empresas vueltas al exterior (pero ni en eso se tuvo valor: se prefirió defenestrar al medio ambiente).
En torno a los energéticos todos dijeron que no habrá privatización, comenzando por el Presidente, y todos estuvieron de acuerdo en que hay que hacer algo para capitalizar a las empresas: en resumen, se seguirán canalizando dineros privados mediante subterfugios semi-legales como los Proyectos de Infraestructura Productiva con Impacto Diferido (Pidiregas).
En el registro del gasto algunos pensaban que la sorpresa que nos tenía preparada el Presidente era el aviso de que Pemex no sería privatizado, que sus ganancias (cuantiosas, aunque se quiera aparentar lo contrario) no serían más rapiña del sindicato ni del gobierno federal para contribuir con más de la tercera parte de su presupuesto. Que de esa manera sería modernizado técnicamente para que ya no se importen nuestras gasolinas, y laboralmente, aprovechando la situación de ilegitimidad en que se encuentran el sindicato y su líder (lo que habría hecho recordar los momentos de gran fuerza del salinismo, así como la historia de Telmex, modernizada por Slim, con sacrificios sindicales pero con un reordenamiento impresionante). Pero Fox no da golpes de timón, sino a la inversa.
Este primero de septiembre asistimos, en consecuencia, a algo así como el inicio de la Regencia, ese pacto al que se llegó en Francia para que alguien se encargara de las funciones del Estado mientras Luis xv alcanzaba la edad y la coherencia para gobernar.
El problema para nosotros es que aquí tenemos un partido fuerte con delfines débiles y un delfín fuerte con un partido débil. Pero esa historia comenzará sus reacomodos en 2005, por lo pronto gocemos la calma chicha de este pacto de las fuerzas políticas y de la Regencia foxista.
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