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México D.F. Domingo 7 de septiembre de 2003
ƑY un coreógrafo, de qué vive?
Rossana Filomarino
Atender las inteligentes e importantes reflexiones de Mario Lavista y de Alberto Blanco, publicadas en las recientes ediciones dominicales de La Jornada, me ha conducido, por desgracia nuevamente, a la pregunta: Ƒy un coreógrafo, de qué vive?
El coreógrafo capaz de ser fiel a los procesos que demanda la auténtica vocación artística y que, por tanto, se dedique exclusivamente a ejercer su profesión en el ámbito teatral tendrá que resignarse a vivir de los aplausos.
Pero los aplausos -todo creador escénico lo sabe- no se comen.
Hay quien sobrevive impulsando simulacros coreográficos en convenciones y hoteles, en desfiles de moda o en campañas de publicidad. Hay quien se mantiene sosteniendo un espacio de clases -zona muchas veces nómada- dirigidas a un público heterogéneo. La mayoría ejerce la docencia en escuelas, profesionales o semiprofesionales. Los menos -poquísimos- pertenecen, por méritos artísticos, a un grupo que recibe algún tipo de subsidio, normalmente insuficiente para operar.
Sí, los aplausos no se comen; pero en ocasiones sirven para conseguir espacios de presentación, algún apoyo de nuestras instituciones culturales, alguna beca... Y así seguimos ejerciendo el oficio: siempre en la penuria, siempre consiguiendo apenas lo necesario para malamente remunerar a los bailarines y ofrecer un pago simbólico a los colaboradores escénicos (escenógrafos, iluminadores, compositores, etcétera) que, al fin y al cabo, špor eso son amigos!
Como pasaba con una alta ejecutiva de la Fundación Rockefeller, quien acostumbraba decir que su oficio -consistente en gestionar financiamientos- era el de ''pordiosera de lujo'', los coreógrafos también tenemos que obtener apoyo regalado para realizar nuestros proyectos. En contadas ocasiones conseguimos lo estrictamente necesario, špero siempre y cuando se trate de un estreno! Porque una obra de la cual se han dado cuatro u ocho funciones ya no es novedad y, de acuerdo con el lema burocrático, ''hay que atender la creciente demanda de espacio para ser democráticos'', pero sobre todo para poder anotar, en sendas estadísticas, que sí hay apoyos -y muchos- para el arte coreográfico.
En consecuencia, los coreógrafos independientes estamos sujetos a los intereses y gustos de los funcionarios en turno, y desde luego, a que el producto sea vendible. La meta deseable para el actual gobierno, en este sentido, es que toda organización artística sea autónoma y autofinanciable. De ahí el surgimiento de nuevos programas de fomento a mercados artísticos, como el recién instrumentado Puerta de las Américas, que si bien apareció como una propuesta necesaria para que el arte escénico de México sea conocido y difundidos en otras partes del mundo, fue desmesuradamente ofrecido, con bombo y platillos, como la panacea para las artes escénicas. En realidad el costo de este programa para el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes fue de 3 millones de pesos. Importa enfatizar que pasó inadvertido el hecho de que este organismo dejó de otorgar, en el mismo periodo, alrededor de 11 millones de pesos en las becas ofrecidas públicamente -y, subrayamos otra vez, no otorgadas- en la convocatoria correspondiente al Sistema Nacional de Creadores.
La danza sólo existe en el momento en que es ejecutada. Tal condición hace que el trabajo del coreógrafo dependa totalmente de los bailarines: sin ellos no hay obra posible; pero, como el coreógrafo no está en posibilidad de pagarles lo necesario, los intérpretes se ven obligados a participar simultáneamente en diferentes grupos -además de ejercer alguna otra labor- para, Ƒsimplemente?, lograr sobrevivir. ƑCómo se puede acceder así a la excelencia artística?
Infortunadamente hoy la excelencia es lo que menos importa. No podría ser de otra manera: cuenta más la cantidad que la calidad; cuenta más tener a todo mundo tranquilo, repartiendo migajas. La excelencia llega, en ocasiones, a estorbar. Para tener un ejemplo de lo anterior recordemos a Mario Espinosa, director del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, cuando señala que hubo "algunas dificultades que hacen necesaria su revisión (las bases de la convocatoria), sobre todo por el énfasis a la trayectoria del creador y la dotación de recursos para propósitos de desarrollo individual'' (El Independiente, 22 de junio).
ƑSerá por eso que en la pasada emisión el maestro Héctor García no tuvo méritos suficientes para obtener esta beca, aunque sí, afortunadamente, el Premio Nacional de Arte? Coincido con Alberto Blanco cuando dice que ''el dinero que un artista recibe por el hecho de pertenecer al Sistema Nacional de Creadores no es una graciosa dádiva ni un cohecho. Es dinero que ya hemos devengado -y que seguimos devengando- con nuestro trabajo regalado o simbólicamente remunerado'' (La Jornada, 31 de agosto).
El arte de la danza, más que las otras artes, requiere de dedicación absoluta, de trabajo constante, de tiempo completo para el entrenamiento y la creación. Este tiempo -la dedicación total de bailarines y coreógrafos- jamás podrá ser pagado por el mercado. El arte comprometido, el que se opone a la cultura uniforme y globalizada, el que no sucumbe a la frivolidad del entretenimiento o al glamour de lo espectacular, jamás podrá ser autofinanciable. El arte es un patrimonio espiritual, no mercancía.
Es sumamente preocupante, entonces, contemplar a diario la pavorosa merma de los apoyos que el gobierno debe otorgar para la creación y la difusión de las artes. Frente a las transformaciones de un Estado que propone la considerable disminución de sus funciones sociales con respecto a la producción y difusión de la cultura -insertándola así en un sistema mercantil donde el concepto de autofinanciamiento también quiere decir abaratamiento y sumisión-, es tarea urgente multiplicar voces como la de Mario Lavista y la de Alberto Blanco: que se levanten otras, y otras más, para que las máximas autoridades del país dejen de ignorar o menospreciar la certeza de que una sociedad sin acceso al consumo de bienes artísticos es una sociedad que se encuentra limitada en su desarrollo. Es tarea urgente legislar para que el derecho a la cultura sea efectivo y real. De lo contrario, los artistas seguiremos siendo ''pordioseros de lujo''.
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