México D.F. Viernes 12 de septiembre de 2003
Robin Cook*
El reporte Taylor
El reporte de la Comisión de Servicios Secretos
y Seguridad (ISC) es cauteloso, equilibrado y discreto. En pocas palabras,
tiene todas las virtudes de las que carecía el dossier de
septiembre. Me animo a hacer campaña para elegir a Ann Taylor como
presidenta del Comité Conjunto de Inteligencia.
Lo que siempre me confundió del informe de septiembre
fue su certeza. En ese aspecto, no tenía nada en común con
ninguno de los documentos de inteligencia que yo solía leer en la
Oficina del Exterior. En dichos documentos, las evaluaciones eran tentativas
y bien documentadas, y se procuraba elaborar por fuera de las evidencias,
reflejando varios aspectos del mismo asunto. El dossier de septiembre
era marcadamente distinto en dos modalidades fundamentales de tono. En
primer lugar, sus aseveraciones nunca fueron matizadas con calificativos
o dudas razonables. En segundo lugar, presentaba un panorama unidimensional
sin que hubiera, en ningún momento, informes contradictorios. Era
obvio que todo lo que no cupiera en la justificación de la guerra
iba siendo cortado y excluido de las versiones sucesivas del documento.
Un excelente ejemplo de esto es destacado en el reporte
de la ISC, que revela que las primeras versiones del informe leído
por el primer ministro contenían la siguiente advertencia: ''Lo
que aquí argumentaré no es que Saddam pueda lanzar un ataque
nuclear contra Londres o cualquier otro lugar de Gran Bretaña''
(y no podía). El informe del comité, con una somera observación,
señala que haber eliminado esa frase fue ''desafortunado''. También
fue deliberado, sin duda. Una advertencia así hubiera contradicho
la agenda alarmista del dossier.
El gobierno no es el único que podría aprender
una lección de la prosa que emplea la ISC. A Andrew Gilligan también
le sería útil copiar íntegramente y a mano el reporte,
todas las tardes de domingo. Queda claro, a juzgar por este documento y
toda la evidencia que reunió el juez Hutton, que él tenía
algo de razón. Los miembros del comité de inteligencia estaban
descontentos debido a que el dossier de septiembre no reflejaba
de manera equilibrada la información que ellos proporcionaron. Esto
debió ser suficiente para crear un trabajo periodístico sólido
y honesto. Desafortunadamente, Andrew Gilligan arruinó esta oportunidad
al volver ''más sexy'' su reportaje.
Nunca pensé que ni por un minuto Tony Blair creyera
que podían ser erróneas las más absurdas afirmaciones
del dossier de septiembre. Por el contrario, el motivo medular por
el que Gran Bretaña acabó yendo a la guerra debido a informes
poco confiables de inteligencia fue porque Tony Blair y todos a su alrededor
estaban tan pasionalmente convencidos de que Saddam tenía que ser
derrocado que no aplicaron el escepticismo a ninguno de los informes que
respaldaban sus prejuicios.
El reporte de la ISC detalla lo endeble que era la información
de inteligencia sobre la que se erigió la justificación para
la guerra. Particularmente, confirma que la capacidad iraquí para
lanzar una guerra ''en 45 minutos'' se limitaba a armas convencionales,
y que fue "poco útil" que esto no se resaltara en el informe para
no dejar la impresión de que la afirmación se refería
a verdaderas armas de destrucción masiva, con mayor alcance que
las de artillería, para no alimentar el alarmismo ante una supuesta
amenaza. Los autores del dossier de septiembre no eran ingenuos,
sabían exactamente lo que hacían.
La limitación del reporte de la ISC es que trata
exclusivamente del proceso de redacción del dossier. Se decidió
desde un principio que el deber del comité no era juzgar si la decisión
de invadir Irak fue correcta. Pero esto deja sin respuesta la verdadera
interrogante política: ¿por qué resultó que
estaban equivocados tantos de los datos que usó Downing Street para
justificar la guerra? No había armas de destrucción masiva
listas para usarse en 45 minutos, ni en el campo de batalla ni en ningún
otro lugar. No había un contrato para comprar uranio en Níger.
La invasión a Irak fue la primera vez en la historia
que las tropas británicas fueron enviadas a una misión que
tenía como única base información de inteligencia,
y cada uno de esos informes estuvo equivocado. Parece una respuesta abismalmente
pobre el enfocarse sólo a si la redacción del dossier
siguió el procedimiento correcto, en lugar de preguntarse por qué
tanto de lo que en él se afirmó simplemente era falso.
Sería una reacción igualmente pobre si ahora
los medios y la oposición se distraen en el juego de cazar a Hoon.
Las decisiones que llevaron a la publicación del informe, a ir a
la guerra y a identificar a David Kelly fueron colectivas, y no se debe
pedir que un solo ministro pague el pato. Si Geoff Hoon cometió
un error particular fue haber sido demasiado leal al cumplir los deseos
del primer ministro, y no ser lo suficientemente fuerte para juzgar si
esto era políticamente sabio o no. Pero esta no es una ofensa que
le merezca que el primer ministro lo despida.
Lo que en realidad preocupó a los miembros del
equipo de inteligencia del Ministerio de Defensa no es si Geoff Hoon respondió
correctamente a las evidencias que se le presentaron, sino el porqué
sus objeciones no se reflejaron en el dossier. Si esto es cierto,
es increíble que el Comité Conjunto de Inteligencia nunca
se enterara de que el principal experto británico en armas químicas
no estaba de acuerdo con lo que se decía en el dossier. No
es verdad que las reservas de estos expertos fueran puramente "lingüísticas",
como señaló Hoon el jueves. La evidencia obtenida por Hutton
señala que ese mismo experto opinó que era "un error bastante
estúpido" afirmar que la producción de fosgeno en Irak era
evidencia de que existía un programa de armas químicas.
Pero el golpe mayor contra la justificación gubernamental
de la guerra aparece muy atrás en el reporte de la ISC, al hablar
de informes de inteligencia que surgieron después de la publicación
del dossier de septiembre. El reporte revela que en febrero de 2003,
Downing Street recibió un informe del Comité Conjunto de
Inteligencia que hablaba de Irak y el terrorismo internacional, cuyas conclusiones
no podían ser más opuestas a la postura pública del
gobierno. El comité afirmaba que la amenaza de Al Qaeda "se agravaría
con una acción militar contra Irak". Esta afirmación definitivamente
hubiera dañado la propaganda que circulaba tanto en Washington como
en Londres en el sentido de que la invasión a Irak, de alguna forma,
era parte de la guerra contra el terrorismo.
Desgraciadamente, esta afirmación del Comité
Conjunto de Inteligencia se constata ahora que el daño está
hecho. En los meses que siguieron a la caída de Bagdad hemos visto
atentados terroristas cada vez más audaces y violentos. Y los terroristas
internacionales, que nunca habían surgido bajo el régimen
de Saddam, se han vuelto tan comunes en Irak que George W. Bush se ha visto
obligado a abrir en este país el frente principal de la guerra contra
el terrorismo.
Pero la revelación más vergonzosa es que
el Comité Conjunto de Inteligencia había advertido que el
colapso del régimen iraquí incrementaría el riesgo
de que agentes químicos y biológicos llegaran a manos de
terroristas. Esa advertencia llegó a los escritorios del gobierno
en febrero. Un mes más tarde, Tony Blair habló ante el Parlamento
en vísperas de la guerra y centró su discurso en la necesidad
de evitar que armas de destrucción masivas de regímenes criminales
llegaran a manos de terroristas. En ningún momento del discurso
admitió que el personal de inteligencia le advirtió que la
guerra agravaría la amenaza que se estaba tratando de neutralizar.
La posición en la que Downing Street se encuentra
actualmente con respecto a Irak no podría ser más desesperada.
Todos los argumentos que se usaron para justificar la guerra se han derrumbado.
No había ninguna amenaza inmediata ni seria de las armas de destrucción
masiva. Existe una verdadera amenaza por parte del terrorismo, pero empeoró,
en vez de mejorar, como resultado de la guerra.
Se acerca el momento en que ya no se podrá negar
que la verdadera razón por la que Gran Bretaña participó
en la guerra no eran las armas de destrucción masiva ni el terrorismo,
sino impresionar a George W. Bush demostrándole que Tony Blair era
su aliado más confiable.
* Ex ministro del Exterior de Gran Bretaña.
Este año renunció a su puesto de presidente de la Cámara
de los Comunes en protesta por el apoyo que el gobierno de su país
dio a la guerra contra Irak.
©The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca
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