México D.F. Lunes 15 de septiembre de 2003
Hermann Bellinghausen
Aire libre
Diminuta araña, poco mayor que una mota de polvo, oscila en su trapecio sostenido en alguna invisible viga en las alturas. Cuatro mariposas blancas, en una danza que las funde, dispersa y atrae de vuelta, dibujan sobre el verde una música que no se oye. Son sinónimo de distraído. "Tiene mariposas en la cabeza" es peor burla que "anda papando moscas". Un cerebro a merced de las mariposas no tiene remedio. La mosca, como es sucia, es astuta, y se las arregla.
Sólo quien se distrae de veras acierta a fijarse en cosas tales como la liebre de largas patas que olisquea la grama del prado listo para la siembra. La liebre duda de un claro tan claro. Cruzarlo significa, para su perseguida especie, ponerse a tiro. Sarajevo a diario.
Con flema británica y escalofriante sangre sin temperatura, una serpiente se desplaza oblicua, tatuada minuciosamente de grecas perfectas. En la parte más avispada de su día particular, su deleite son las moscas. Para atacarlas debe concentrarse. Un latigazo de lengua cosecha lo que la fijeza sembró en los husos de sus pupilas de ámbar.
Pero mira que clavarse en las piedras. No hay modo más lamentable de perder el tiempo. Sabido es, para fines prácticos, que las piedras son iguales. No contento con distraerse en algo tan tonto, el niño comete, garrafal, el inexplicable delito de irlas levantando. Al poco rato lastran los cuatro bolsillos de sus avergonzantes pantalones cortos. Cuando ya nadie en el colegio usa shorts, por alguna tradición familiar que a nadie consta le alargaron la condena hasta que cumplas ocho. El papelazo de ser el único de la fila con las rodillas al aire.
ƑCómo no distraerse uno de los contados días de infancia que pudo perderse sin supervisión en el campo? Cada fragmento del mundo ostentaba una totalidad alucinatoria para la que el tierno cerebro no estaba preparado. Un raspón profundo en el muslo izquierdo le recuerda que también el paraíso es filos y espinas.
Un simple charco de cuatro metros se le figura un lago. Hasta barquito de papel le echa. Qué pobre idea aún de las proporciones. Qué lejos del futuro cuando conozca la verdadera inmensidad marina y se distraiga, se pierda en ella, mota de polvo a merced del aire, araña diminuta y trapecista.
El niño camina y nuevas mariposas anuncian mierda fresca. De caballo. He de ser aquel que trota más allá del prado y levanta tierra cerca de los cerros. De allá ni la escopeta ni la vista del jinete alcanzarían a la osada liebre que por fin atraviesa el prado a corazón batiente y ojos ensanchados.
A salvo. El niño, inmóvil por no espantarla, se delata con un brusco traspié de asombro cuando descubre a sus pies un hongo rojo que hace un minuto no estaba, podría jurarlo.
Lloverá. Se hará de noche. Lo van a dejar si no se apura. Entre mariposas, hongos y liebre esfumada en otra espesura, el niño no se entera.
Pensar que las hojas tienen formas tan variadas. Deja tu tamaño. En árboles, matorrales, la grama revuelta de manzanillas, anises, panalillo, dientes de león.
-Despierta. Se hace tarde para la escuela. Flaco, no te hagas remolón o te echo agua fría.
Es capaz. Habla su padre, uno de cuyos placeres consiste en despertar gente. El niño ya mero cuenta su sueño, "que íbamos a los Dinamos y me dejaban", pero se detiene al descubrir algo inquietante: que no fue una pesadilla. Para nada.
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