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México D.F. Martes 23 de septiembre de 2003
Teresa del Conde /II y última
Munal: la fabricación del Estado
La muestra Los pinceles de la historia. La fabricación del Estado, extraordinaria en cuanto narración histórica visual, salvo contadísimas excepciones no contiene masterpieces, con lo que quiero decir que los amantes de la pintura, en cuanto pintura, van a encontrar en ella pocos satisfactores estéticos. Pero lo importante es analizar lo que allí hay, comenzando por los cuadros ''canónicos" que probablemente los lectores interesados en el arte de los museos conocen bien. Fueron hechos por pintores académicos reconocidos en su momento y después.
Algunos, como El descubrimiento del pulque (1863), de José Obregón, se encuentran habitualmente al alcance de la vista, pues pertenece a las colecciones del Munal y en el mismo caso están otras representaciones de la historia antigua y de la conquista, como el conocido Suplicio de Cuauhtémoc (1893) de Leandro Izaguirre, pintura menos kitsch que la de Obregón, cuya primera exhibición pública ocurrió en la Escuela Nacional de Bellas Artes (San Carlos) justo después del triunfo de la República.
Hay que detenerse a verlo en su contexto actual. El trono en el que Tepalcatzin, monarca de Tula, preside, es de tipo neo-azteca y probablemente tuvo como modelo los diseños preparatorios para el pabellón mexicano de alguna exposición internacional. Además, la historia que el cuadro cuenta es ficticia, pues las cosas distaron de acontecer de la manera como las muestra el pintor, pues se trata de historia mítica, y es precisamente eso lo que le presta encanto al cuadro, que tiene, como uno de los dos prototipos principales de Xóchitl, en apariencia de vestal de la Magna Grecia, próxima a convertirse en reina de Tula.
Estas discordancias muestran una vez más que el discurso pictórico siempre será ajeno a la posible (e indemostrable) realidad de los hechos. En Puebla existe un pequeño óleo sobre cartón, de José Dávila, en el que Xóchitl, lejos de parecerse a la de Obregón, es una mujer venida a menos, humillada y ofendida; postrada y con su bebé en brazos, es descubierta por su padre en condiciones lamentables en los jardines del palacio. La historia mítica que los pintores crearon depende de las fuentes en las que se basaron y así acontece con toda la pintura de temas históricos en todas partes.
Ya sabemos que lo que conocemos en el ámbito de la representación de la historia antigua de México es pródiga en escenas terroríficas, que deben haber agradado sobremanera a los pintores, aunque la temática les fuera impuesta. Una buena pintura tenebrista de la República Restaurada ilustra la historia de la princesa Tosi, que muchos conocemos desde la primaria. Hija del señor de Culhuacán, los mexicas sacrificaron a la joven, luego la desollaron y vistieron con su piel a un mancebo que la representaba (con el Dios Xipe de por medio, todo podía suceder, pero hay también casos conocidísimos en la Grecia antigua proclives a la moción del desollamiento). Invitaron al progenitor de Tosi a rendir honor a su hija deificada... Lo que suscitó, como era de esperarse, una venganza ejemplar. El cuadro de Petronilo Monroy que alude a ese acontecimiento es más que decoroso y se agradece que no haya tomado como eje el momento crítico y mayormente morboso del relato. Pero si ya la pintura era oscura, como el tema lo requería, ahora lo es más, quizá porque los pigmentos utilizados no eran del todo apropiados.
Monroy fue un pintor más capacitado que otros pintores del XIX tardío que se han visto más enaltecidos. Su alegoría de la Constitución de 1857 (cuadro pintado en 1869) muy en la tónica de la pintura pompier, ahora exaltada después de haber sido abominada por los curadores de los mu-seos, está pintado claro sobre claro (en este caso la base no fue aplicada con betún) y la figura de la joven que alza su bien torneado brazo enarbolando la ramita de laurel está tratada en contraposto logrado mediante el movimiento que el pintor dio a sus ropajes flotantes. Aquí no hay defecto anatómico alguno -y no debía haberlo según el canon académico. Algo debe esta figura a la escultórica helenística y puede ser visto como pintura independientemente de la alegoría. Por cierto que en fotografía se ve mejor que ''en vivo". Otro cuadro que puede verse como pintura, al margen de la anécdota es La vuelta del soldado (1905), de Ignacio Rosas. No en balde este pintor es buscado por coleccionistas que aprecian sus encantadores naturalezas muertas, presentes, como aditamentos, en esta obra.
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