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México D.F. Miércoles 1 de octubre de 2003
José Steinsleger/ I
Insurgencia en Bolivia
Autor de Pueblo enfermo (ensayo, 1911) y Raza de bronce (novela, 1919), Alcides Arguedas (1879-1946) fue, según los libros de texto, precursor del "indigenismo" literario. Sin embargo, no dicen que en su mansión de Cuilly, localidad cercana a París, el escritor se hacía servir por un indígena aymara al que delante de sus invitados cubría de insultos a la menor falta, castigándolo con látigo.
En 1928 el escritor ecuatoriano Benjamín Carrión, quien lo conoció en París, dibujó su retrato: "En la sala de billar, a la altura de los ojos, fotografías de todas las venus existentes, desde las praxitelianas hasta las modernas de Cánovas. Servil con los poderosos, condenaba a su terruño por indígena. Historiador de Patiño (el magnate del estaño), Arguedas fue cónsul parásito de Bolivia en París, donde el único indio era él". Confiesa a Carrión: "De no haber predominio de sangre indígena, desde el comienzo habría dado el país orientación consciente a su vida..."
Otro escritor, Franz Tamayo (1880-1956), el mayor poeta modernista de Bolivia, era un exquisito terrateniente que no entendía la "misteriosa dignidad" del indígena, la que, pese a todo, trataba de entender con métodos frenológicos. Helenista en un país de habla quechua y aymara, Tamayo escribió La Prometehida o las Oceánidas (sic) y Horacio o el arte lírico, y en 1935 fue elegido presidente de la República, cargo que no llegó a asumir porque después de perder 50 mil soldados en la guerra del Chaco con Paraguay, los bolivianos se dieron a la tarea de pensar el país real que hervía bajo sus pies.
En 1545 el dominico fray Domingo de Santo Tomás, discípulo de Bartolomé de las Casas, denunció que Potosí era una boca del infierno que devoraba miríadas de indios. En las minas altoperuanas (Bolivia actual) trabajaban más de 15 mil indios mitayos que eran remplazados a medida que morían en el fondo de las minas. "Los mitayos -cuenta- eran conducidos a la muerte sin dejar de oír misa los domingos. Se abrazaban mutuamente entre lágrimas y sollozos después de recibir la bendición del cura ante la puerta de la iglesia: aumenta lo funesto y lúgubre de esta escena el son de los tamborcillos y de las campanas que empiezan a hacer la señal de rogativas. La mayor parte no regresaba jamás y los que huían a la cordillera eran buscados con milicias y tropas de reserva, con la ayuda de caciques de indios."
Naturalmente, bastó que algunos militares, intelectuales y políticos se dieran a la tarea de auscultar los misterios auténticos de la sociedad boliviana para que una elite ávida y racista, envanecida con su ilustración y poder, tildase de "nazis" a generales como David Toro, quien declaró caducas las concesiones petroleras de la Standard Oil de California (1937), y Germán Busch, quien reivindicó para el Estado las riquezas naturales del país, reconociendo el derecho de propiedad de los campesinos sobre sus comunidades agrícolas, dictando el primer Código de Trabajo y disponiendo la entrega al Estado de todas las divisas provenientes de las exportaciones (1938-39).
El 23 de agosto de 1939 Busch apareció muerto de un balazo en su casa de La Paz. Años después, en 1946, una turba instigada por la oligarquía incendió el palacio presidencial y colgó de un farol de la Plaza Murillo al presidente Gualberto Villarroel, militar que facilitó la llegada al poder del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) y fusiló a dos diputados que oficiaban de abogados de las compañías petroleras de Estados Unidos (1944).
La Rosca minera boliviana, integrada por el consorcio Patiño-Aramayo-Horschild, cantó victoria. Y la izquierda criolla, que del país entendía tanto como los Arguedas y Tamayo, también: en la caída de Villarroel participaron agentes y vehículos de la embajada estadunidense, trostkistas y anarquistas despistados. En Moscú, la armada de Leningrado disparó 101 cañonazos en homenaje a la "revolución" de La Paz, el Partido Comunista de Argentina felicitó a los miembros de la nueva junta de Gobierno y Pablo Neruda le envió un mensaje a José Antonio Arizpe, jefe del Partido de Izquierda Revolucionaria (PIR, comunista): "Esto ha sido generosamente español". Desde Perú, Manuel Seoane dijo: "Pocas veces, sin duda, Indoamérica ha podido contemplar una página tan brillante de heroísmo cívico". En Londres, el magnate Patiño sonrió con bondad y envió una donación de 20 mil dólares para "los mártires de la libertad".
El boliviano Sergio Almaraz (1928-68) apuntó: "La minería fue el poder de la degradación: todo sucumbió ante ella. Monstruo sediento de riqueza, destruyó miles de vidas en espantoso holocausto. A los hombres del gobierno no los mató, pero los envileció. Pudrió el espíritu de las capas medias con un credo derrotista e hizo de ellas una sombría masa de seres indiferentes y resignados. Desarraigó, segregó y aplastó" (El poder y la caída, Ed. Los amigos del libro, La Paz, p.125).
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